viernes, 19 de junio de 2009

Capítulo 1.

I
Hacía mucho calor.
“Normal” Pensó. “Así debe ser, por eso esto es el infierno…”
Algo extraño. No se parecía mucho a lo que estaba acostumbrado a imaginar, aquello de la cueva, las llamas y una olla gigante dónde se quema a los condenados, removida por demonios y diablos, tridentes y esas cosas.
Ante sus ojos, en su lugar se abría una estancia amplia, sin muebles, luminosa, blanca, casi más parecía lo que la imaginación nos traía como “Cielo” que al mismísimo reino de Satán. En vez de esos seres rojos, una mujer, vestida de traje negro y un hombre igual de elegante hacían las veces de recepcionistas, parados en el centro de la nada. La mujer se acercó. Aquellos ojos negros se clavaron en él.
“¿Confundido?”
“Un poco…”
“Suele pasar. ¿Me acompaña, por favor? Le están esperando”
Aunque había intentado no hacerlo, el escote de aquel traje pedía a gritos ser admirado, donde un pecho generoso se insinuaba. La mirada furtiva, fue cazada por ella, con picardía, sabiéndose deseada. Con un leve gesto de las cejas, parecía que le preguntaba si era de su agrado... Se volvió lentamente para indicar el camino. Sus pasos cadenciosos movían la cadera redonda, casi perfecta. Imposible imaginar que aquello fuera un ser del inframundo.
Aquella mujer se paró a los pies de una escalera interminable, igual de blanca que el resto de la estancia, mármol y metal. Con un leve gesto de las manos, indicó que debía subir.
Al final de la escalera un puerta. “Vaya, otra más” Aquello de las puertas no era un cuento. Ya se había hecho a la idea de que detrás de alguna de ellas estaría el enorme perro sangriento aquel de tres cabezas, aunque de momento, nada tenía que ver con nada. Esa puerta estaba entreabierta.
Al traspasarla se cerró. “Ahora sí que la hemos liado”. Oscuridad total. Ni siquiera se volvió a intentar abrirla. De algún lugar salía un pequeño haz de luz, que daba algo de nitidez a esa oscuridad, y aun tardaría un poco a acostumbrar sus ojos a la penumbra.
Alguien (o algo) estaba cerca. Sentía la respiración profunda, el aliento de un ansia leve pero cercano. Muy cerca. La luz era escasa, pero ya podía intuir, justo delante de él, las formas de una mujer. ¿Desnuda? La penumbra no le daba los detalles, pero la forma era inconfundible, redonda, tersa… se acercaba lenta, haciendo que los tacones sonaran nítidamente. “No tan desnuda”. Algo sostenía en las manos, que no alcanzaba a diferenciar. El calor se intensificaba por momentos. Ya la veía claramente. Justo delante de él.
Ahora ya sabía lo que tenía en las manos…

miércoles, 17 de junio de 2009

2.

Estoy sentado en el tren.
Como dice la zarzuela, “los tiempos avanzan que es una barbaridad”, y puedo escribir esto sin que tenga que pasar por garabatos apenas legibles de libreta. De ésos tengo más “tontás” como dicen en mi pueblo… Veo pasar mi paisaje. La verdad es que no es bonito. Es plano, árido, amarillo, aquello de “llanura manchega” que ahora poco a poco se reverdece con la llegada próxima, apenas un par de meses de la vendimia. Por otros lares de Castilla-La Mancha habrá otras bellezas, pero esto, mi tierra, la mía de verdad, es “La Mancha” (hablemos con propiedad). Me gusta volver a mi tierra aunque sea para un par de días, fugaces. Ver como las cosas “del pueblo” no cambian. Dicen que nosotros no somos de un pueblo, sino que somos “del pueblo”. Dicen muchas cosas de nosotros, áridos como buenos manchegos de llanura, cabezones y peleones, como el vino y el queso, y tercos como mulas. Brutos, y divertidos “mas bastos que un arado” Somos “el Lepe de la Mancha” Hoy salí a ver a la familia, a los abuelos que me quedan. Todo en el pueblo está a un paso, por mucho que se empeñen las marujas en sacar el coche hasta para ir a la plaza. Ahora están con la zona azul a vueltas, verás que risas… Las casas siguen predominando a los pisos, la plaza del pueblo está despejada, como siempre. Antes la presidia una rotonda de verde, pero un buen día el alcalde de turno decidió poner una fuente y quitar los jardincillos. En la plaza está el casino, y allí se sientan los abuelos, de cara al paseo, bajo el toldo, para ver pasar a las mozas, mozos y mocetes (un mocete es el que se lo come “to”, se lo bebe “to”, y a la que pilla la “arzalea”) El ayuntamiento, y la posada. La mujeres se pasean, típicas manchegas, bajitas culonas pechugonas y con dos litros de laca. Cuando una moza crece no se convierte en mujer, se convierte en “hermana” y el abuelo pasa a ser “hermano”, y si va con una “bicicleteja”, por el medio la calle, “con más peligro que once viejas”, lo miras y acabas pensando: “regular el hermanejo”
Ya me va quedando menos, en unos años habré repartido mi vida entre varias ciudades a partes iguales. Una pequeña parte de mi se siente “de Madrid” Ojo, no “madrileño” no nos confundamos y la liemos. Pero no puedo dejar de sentir algo extraño cuando llego por allí después de un tiempo.
Por las noches el cielo está tan cerca que se pueden tocar las estrellas, y descansar al sonido de los grillos en el “corral” de cualquier casa, jardín vulgar que llaman otros. O salir a dar un paseo y saludar a todos los vecinos que están con sus sillas, sentados “al fresco” en las puertas de las casas. Entonces te acercas a saludar “Es que hace mucho que no vengo por el pueblo” “Madre mia… ¿pues como está tu padre?” “Se jubiló hace poco” “Pus anda” “¿No lo conoces? Es el chico de Manolo, el de la caja, que se fue a los madriles” Así hasta que te empiezan a preguntar las hermanas “si es que no te casas…”
Por aquí aprendí a montar en bicicleta, en una GAC granate, calle arriba calle abajo, y más tarde en mi Motoreta BH cual “Bici Volador” entusiasmado (y eso que no sabía que Nicole Kidman era ella!), a tirar el trompo, a jugar a las canicas, a ser un tuercebotas futbolero, con esas porterías en la era, a enamorarme y a echar de menos un sitio de paz donde encontrarse en un bar con los amigos, sin necesidad de mandarse cuatro sms o publicar tu estado “yendo a tomar café” en el dichoso muro del dichoso “feisbuk”, simplemente porque es el bar de siempre.
Anuncian que mi tren entra en Atocha. El vagón se revuelve y todos se preparan. Mi pueblo no tiene tren porque los antiguos lo quitaron, pensando que era un mal invento y les contaminaba las tierras. Ahora los bisnietos de aquellos se pelean con los gobiernos porque se lo vuelvan a traer. Somos asín.