martes, 25 de enero de 2011

17.

Sentado a los pies de la cama. Me duele todo el cuerpo de la mala noche, de los malos sueños, de las vueltas. Es temprano, muy temprano, y casi siento que me duermo sentado ahí, cerrando los ojos y pensando en lo que tengo que hacer a estas horas. Piso el suelo frio. No importa, se acostumbran los pies. Ojos cerrados, respiro pausado, casi entrecortado, giro el cuello, me duele. A mi derecha la ventana, frente a mí un montón de ropa está amontonado desde ayer, o desde hace dos días, o quizá antes, son estratos arqueológicos de soledad. A mi izquierda estantes repletos de objetos, recuerdo. Ojos cerrados. Frustrados. Nos preparamos para fracasar, para lo peor, para pensar que debemos luchar hasta la saciedad para conseguir algo que muchas veces no está en nuestras manos. Pies fríos. Cuerpo frio. Sentado a los pies de la cama, desnudo, imagino mi imagen en el espejo que está a los pies de la cama, junto a la ventana, y que seguramente me refleje. Curvado, frio, pálido, impávido. Mis manos caen junto al cuerpo inerte que sólo respira. Juzgados. No somos nosotros. Nos dicen si nos aman, si somos aptos para tal o cual trabajo, si tenemos o no motivación nos dicen. Somos valorados. Pies fríos, carne de gallina por pensarlo. Observado por uno mismo. Sin opción a réplica, no somos más que lo que los demás valoran. Buenos, malos, regulares, otros deciden. Me quiero sonreír, imagino que es una mueca torpe lo que se dibuja en mi somnolienta cara, imagino que da igual, tampoco hay nadie para verla. El teléfono suena otra vez. Abro los ojos. Escalofrío al mover el brazo para buscarlo. Suena más. No llego. El roce de mi cuerpo con mis propios brazos fríos me hiela un poco más. Dejo que suene mientras aquel escalofrío se reproduce. Me entristezco. Mala noche, malos sueños, mala mañana para salir de la cama. Quiero levantarme. Ordeno los pensamientos para no ser muy desordenado, ordeno mis movimientos para no ser descuidado, para saber donde está cada cosa que debe estar. La lágrima cae, sin atender a nada, simplemente porque me levanto triste, porque abro los ojos y quieren acostumbrarse a la luz y buscan esa protección natural del despertar. Decepción. Nunca está todo como nos gustaría, siempre nos queda un pero. Levanto el cuerpo, encogido del frio, abrazado a mí mismo, busco con la mirada turbia la ropa, la manta, la cama, la ventana, la calma, el reflejo casi patético de lo que soy recién levantado de una pesadilla. En pie. Me pregunto y no me respondo. Bajito, en un pensamiento, como si me diera miedo escuchar la pregunta que quiere resonar en la cabeza por encima del frio, de la mañana, de la realidad. Mal tiempo, peor cara. Tiemblo. Sólo quiero pasar el día y volver pronto. Hoy al menos. La casa silenciosa me deja divagar por ella sin miedo. El día avanzará, me digo. El día mejorará, me auguro. El día me devolverá las rutinas que harán olvidarme de la mañana, de la noche, de las vueltas. Quiero ser dueño soberano, amo y señor, creador de cada momento que me rodea y no siempre puedo. Quiero no depender del tiempo ni del espacio. Quiero estar cerca del calor, de las fuentes, de los mares. Quiero estirar mi cuerpo para desentumecerlo, calentarlo, activarlo y mirarlo. Tiempo. Tiemblo de nuevo. Mis pies se encojen uno sobre otro, para calentarse. Vuelvo a sentarme a los pies de la cama. Levanto la mirada. Me duele todo el cuerpo… pero no me duele tanto el alma.