domingo, 3 de abril de 2011

Sólo.

Nunca me ha gustado Marzo. No sé muy bien de donde viene tan irracional tontería, porque muchas grandes y buenas cosas me pasan en esos días. Supongo que es rasgo de la naturaleza humana tener algo que odiar, algo que amar y/o algo que temer. Que sea algo tan etéreo como un mes es funcional e inocuo. Me he sentado aquí, como tantas veces a pensar en el tiempo que tengo, que gano o pierdo y que me queda al cabo del día. De éste concretamente. Horas del día, de semana, de mes, de este Marzo que termina. Me vuelvo a mover por estaciones y túneles lo más veloz que puedo para no pensarlo mucho. Mi imaginación había estado volando pasándose de lo recomendable, con demasiados paseos, y no es bueno engancharse a los idus de marzo. Quizá no sea bueno engancharse a nada. Releo. Reescribo. Reabro. Tenía ganas de llegar, de sentarme, de darle menos vueltas a todo. También de llegar y poder escribir aunque no tenga nada interesante que contar. O quizá porque tengo mucho que contar o que escribir y es algo que debe estar sólo donde está. Siempre me arrancan las letras las tristezas. Que putada. Lo acabo de pensar. Me he vuelto a engañar, al pensar que es simplemente cuestión del momento, pero ha resultado que es algo más; siempre es algo más. O no. Ahora no quiero pensar eso. Simplemente sentarme un rato fuera de un incómodo vagón, y tomarme este café de media tarde. Sencillo vicio doméstico que me acompaña hoy, ahora, mientras remuevo mi conciencia para sacar unas líneas que le quiten el polvo a un teclado abandonado. No, no es cierto que sólo me arranquen letras las tristezas. Son impulsos, empujones y como le dice Brick a Maggy, un “click” que me haga abandonar la realidad de escuchar lo que me rodea y meterme en otro mundo. Supongo que es lo que tiene la cosa de andar mancillando el nombre de “escritor”, que se necesitan muchos impulsos, muchos. Buenos, malos, regulares, tristes o alegres, no sirve solo con querer y poder. No al menos para mí. La luz del balcón se ha ido apagando con toda esta reflexión, y el sol que me acompañaba en estas primaverales tardes deja paso a ese momento tan triste del día (otra vez) que és un atardecer entre bloques de pisos que no permiten ver más que sombras y ladrillos. Impulsos. Inputs. Latidos. Pasará Abril, majestuoso en mi calendario personal, con tantas cosas que contar y que hacer y tener, y me volveré cual Sabina a preguntar aquello de “quien me ha robado” sin pensar en el Marzo que pasó antes, ni el Febrero, ni mucho menos, Enero. De nuevo, otra vez, el tiempo hace apología en mis líneas sin que me percate de ello. Sólo al volver sobre mis propias letras me doy cuenta de eso que ya me han dicho. El tiempo. Hay tiempo, tenemos tiempo, hagamos tiempo, pasemos el tiempo. Al final, lo único que no somos capaces de controlar, de gestionar y administrar es ese paso de minutos. Quizá sea eso por lo que me obsesione. Porque pasa irremediable y me deja atrás, sin que pueda controlar nada. Aunque también me dice que volverá. Otro tiempo, otro Marzo y otra reflexión de café descansado. Como decir nada escribiendo mucho. La luz artificial da otro color al fondo de mi taza, y hace mi reflexión más larga. Hay que cambiar la forma de medir nuestros momentos. Usemos esos impulsos. Llevemos la cuenta de nuestras vidas por latidos. Así quizá, o sin quizá, dejaré de pensar en meses que odiar, y podremos ocuparnos sin preocuparnos, de latir cerca de otros. Me sonrío… creo que tengo demasiado tiempo para pensar…