jueves, 13 de diciembre de 2012

20x140 caractéres (o casi)


...balanceándome bruscamente, bajo bisoñas brumas, busqué burdamente brazos, bocas bacantes...baldías... Breve bosquejo brota...besos...

 ...camina cama cansada, colmada con caricias, calmada con cándidos cantos, cubierta con cien cicatrices, cinceladas, curadas, cerradas...

…días de dudas, dolor de duelos, disparos disipados después de desearlos...despacio, dices... despacio...

…estando en ese estado exaltado, entro él: el excitado, enfrascado entre erróneas exclamaciones ¡era ella!

...hoy hay ahí, halladas hundidas, heridas habitaciones húmedas, huecos hechos, huesos ahincados ahondando huellas; ahítos...

…Los lunes lentos, llanos, llenos, lánguidos; libidinosos lunares; los labios libres; la lengua lanzada, lamidos los lóbulos; la luna... ¿lejos...?

…Mis mentiras miraban, mientras mañana, movido martes, mi mente moverá montañas,
mares, madejas mezcladas... misteriosos momentos místicos...

...o cómo Lobo, solo, goloso sólo, optó, fogoso por otro olor...

...pensando, poco, para pecar pronto, poniendo prendas por penas pendientes, pintando poemas, parando pequeñas prisas...

... sentado sueño, sintiendo solo, susurros salteados, somnolientos sones saltan sin seguir su sendero, sólo sus santos seguidores se salvan...

...trémula triste tarde tengo tan tragada tan tomada, toda tendida tras tiempos tramposos trabados tirados tortuosos...

Cuando llegó a casa, la puerta estaba entre-abierta. No podía imaginar quien estaba esperando. #1

La sombra que allí se reflejaba anunciaba una mujer. Pero, evidentemente, no era una mujer cualquiera. #2

Al descubrirse, las miradas se fijaron durante un momento, sin poder apartarse, sin poder evitarse. #3

Nada preveía lo que podría pasar. Quietos, estudiándose, intentando adivinar cuál sería el siguiente movimiento. #4

Ambos se abalanzaron sobre el otro, como si dos animales compitieran por el mismo territorio. Un choque de fuerzas. #5

Así, terminaron el uno con el otro. #6

Así murieron sin determinarlo. #7

Así acabaron con la espera. #8

Caídos en el suelo frio, exhaustos, casi inertes. #9

…y fue entonces cuando…  #10

lunes, 10 de diciembre de 2012

Oxímoron.

La casa estaba muy silenciosa. Las horas de la madrugada daban pie a motivar un poco el sigilo. Aquel pasillo estrecho, luminoso y lleno de trastos que antes estaba siempre caliente, ahora se mostraba tenuemente frio. Se adelantó al salón, a dejar sobre la mesa de café un pequeño sobre. Había decidido marcharse temprano sin despertar a nadie, pero no quería hacerlo sin despedirse, aunque fuese una nota, unas líneas de agradecimiento un tanto furtivas. Las despedidas más cariñosas ya se las habían dado al despuntar la noche, y ahora ya sólo sería un acto vano que únicamente conseguiría irrumpir sueños y descansos. Mejor así. La madera crujía a cada paso, de una forma delatora y casi con estruendo en aquel mutismo oscuro que le llevaba a la cocina. Calentó un poco de leche en un cacillo, como  hacía años que no pasaba; desde la época de los electrodomésticos modernos y poco colaboradores a no romper la paz. El fuego de la cocina era mucho más romántico para aquella mañana que aun no había llegado pero que amenazaba con acontecer. El café caliente le ayudaría a enfrentarse a la calle que esperaba puntual, como un enamorado a su primera cita. A la oscuridad de las infinitas pequeñas luces que arroja una cocina, sorbía con calma, sin prisa, calentando manos y labios y alama al mismo tiempo, mientras cavilaba sobre la ritualidad de los viajes, de los momentos y de aquellas despedidas. O bienvenidas, dependiendo del lado del cual se mire. Enterró la taza entre el resto de platos testigos de la cena que aun esperaban mejor destino, y del bote de lata sacó una de las galletas. Sacó dos. Una que sujetaba con los dientes y otra que guardaba en el bolsillo de su abrigo. Sonreía a su gula. El pasillo volvía a crujir, esta vez como despedida final en el camino a la puerta.  Al girar las llaves para cerrar volvió a pensar en las rutinas, en las manías, en los usos y costumbres que se pegan a cada uno con el roce y a la fuerza. Bajó las escaleras con la misma celeridad que había tenido en todos esos momentos, con la misma paz y cuidado de no ser visto ni oído, como si al resto de vecinos con los cuales no se había cruzado nunca les importara saber quien y a que horas entraba o salía o subía o bajaba de su edificio. Dudó por un momento. Parado en la puerta de la calle, entreabierta ya. Dudó de esas cosas de las que uno puede llegar a arrepentirse. Dudó del bien y del mal. El roce frio de las llaves seguía entre sus dedos jugueteando. Dudó. Pero siempre la duda trae una decisión. Sacó la llave del juego y la metió en el buzón sin chapa. Anónimo. La calle era tan silenciosa como el resto del mundo que le rodeaba. Intentaba que además su cabeza también se mantuviera un poco callada. Al menos para disfrutar del camino a la estación. Cada paso era repetido, pero no por ello era común. Cada paso siempre descubre algo: un detalle, un adorno, una puerta o una luz. Recordó su galleta. Los zapatos daban ese toque misterioso haciendo ese ruido de andar que tantas cosas evoca, que tantas imágenes trae. Los pasos eran los últimos. Entonces como un peso, como una losa, descubrió que eran los últimos que daría en mucho tiempo, e incluso puede que tuviera que preguntarse si desandaría ese camino alguna otra vez. El estruendoso silencio le hacía detener el ritmo de sus pasos. El olvidado recuerdo. El amor odioso. El parado viaje. No había podido evitar el ruido de su cabeza en aquel movimiento de alma. La estación se acercaba como un sonido que aumentaba lentamente, como un anuncio a la salida de un mundo. El tiempo se había detenido apenas un momento, pero los trenes que no respetaban nada le habían devuelto a la realidad. Profunda respiración, bostezo del alma. No se puede dejar atrás lo que nunca se abandona…

martes, 4 de diciembre de 2012

29.


Rebusco entre los cajones de todos los armarios. Las mudanzas tienen estas cosas del orden desordenado; un día lo colocas todo en un nuevo lugar y pasan seis meses hasta que decides volver a necesitarlo. Ahora busco una bufanda. Tengo muchas. Es una cosa curiosa. También tengo muchos guantes de la mano izquierda, pero eso es otra curiosidad. Casi todas mis bufandas son grises. Negras, grises, oscuras. Como el invierno. El frio llega y parece que hay que combatirlo desde la oscuridad. Quedarnos agazapados, encogidos y discretos para que no nos afecte mucho. Evidentemente no es algo común o general, pero parece que cuando llega el frio, ver colores vistosos en abrigos o gorros o bufandas es más llamativo que hacerlo en los tiempos donde el sol nos glorifica. El invierno oscurece. Hay gente alegre, y gente triste, y melancólica, o pizpireta, que viste claro, o de colorines, o incluso tiene un abrigo largo negro, porque parece que es una de esas cosas que hay que tener. También hay abrigos rojos, guantes verdes, e incluso pañuelos de vivos colores. Pero mis bufandas son casi todas grises. Casi. Tengo una de colores. No son colores muy disparados, de esos chillones. Son colores. Alegres. No la encuentro.  Quizá sea de persona seria llevar una bufanda gris, de esas como  las que anuncian los trajes elegantes cuando en verano los corteingleses y derivados dicen que se acerca el invierno. A veces lo dicen en inglés, que parece más frio. Quiero abrigarme. Quiero encontrar esos colores que me tapen un poco la cara ante el frio. Quiero estar preparado par respirar el aire caliente que se cuela por las lanas de esa bufanda de colores. Los días de invierno, como cualquiera sabe, son pesados. Son largos. Son extremadamente plomizos cuando el despertador te grita al oído, y tienes que salir de casa a la inhóspita calle antes que despierte el día y vuelves sin ver el sol. Vuelves sin saber de que color es el cielo de ese día que has pasado abrigado entre capas y entre techos. Al menos abrigarme con recuerdos, con caras, con colores. Me siento un momento a visualizar mi desorden. Todo revuelto en la búsqueda de aquella prenda. No puede andar muy lejos. De repente se apodera de mi un pensamiento, un sentimiento de hundimiento ante la posibilidad de haberla perdida en el devenir de aquel trasiego de enseres y vidas y almas y recuerdos que es aquel cambio. Entonces piensas y estrujas la cabeza, porque aquello no valía mucho, nada quizá, una bufanda. Tengo muchas. Pero quiero esa. Aquel regalo que llegó para desechar todas las grises, todas las negras, todas las oscuras. Todo se hace más frio entonces, mas pesado. Todo es peor. Todo el desorden es mayor cuando piensas que se perdió y farfullas lo despistado, y lo idiota que eres por perder eso. Por perder eso y no otra cosa, por despistado, por tonto, por tanto. Suspiro. A veces cuesta un poco resignarse cuando uno es culpable de lo que le acontece. Cuando no puedes hacer nada más porque nada más hay que se pueda hacer. Busco los pañuelos, las bufandas, aquello pares sueltos de guantes izquierdos, los gorros, gorras y sombreros, unas orejeras, dos cuellos polares, y tres chaquetas. El invierno sobre la cama. Pero no está mi bufanda. A veces me desespero cuando las cosas que llegan escapan a mi control. Tengo que reordenarme para saber que los días fríos tienen que pasar, y que aunque yo no lo vea en ese devenir estacional, el sol está ahí, y el cielo es azul, y que en primavera o en verano también llueve y no tengo paraguas. Mi bufanda de colores estaba guardad en otro lugar. Alejada de contaminarse de grises y oscuros pensamientos abrigados, me aguardaba resguardada en otro momento que no lugar. Sonrío. El invierno no me da miedo ya.