martes, 25 de mayo de 2010

4.¿Fin?

Parecía más bien una pregunta retórica. Cuando volvió a su asiento metió la mano en el bolso para enseñar el botecito de colonia. Nos sonreímos un instante. Fue al devolver el frasco al bolso cuando cayó de él otro libro: “Carreteras Secundarias”

Uf... Martínez de Pisón. Año 96 Curso de Orientación Universitaria, lengua. Los chicos del COU. En uno de los trabajos que se presentaron sobre el libro, recuerdo este comentario: “decía Plinio”el breve” en la Grecia Clásica, que no existía libro malo del cual no se aprendiera algo bueno....evidentemente, Plinio “el breve” no había leído Carreteras Secundarias”.... Incluso recuerdo de quién era ese comentario, y la rabia que me daba que no hubiera sido mío.

Pensaba que ahora la vida de escritor, trabajo de camarero incluido, me daría más imaginación, más poder sobre los elementos. Pero sólo era un pequeño erudito de la novela barata, un friky de la literatura alemana del siglo XIX, y un pensador de barra, sin más. Un par de cuentos premiados, dos artículos publicados en revistuchas del gremio, y cientos de relatos, archivos y tonterías no daban para hacer mi vida más imaginativa, o sí, mirando lo que tenía delante…

Se agachó para recogerlo, y de nuevo como leyéndome el pensamiento, me miró desde su sitio, dudó un instante y recolocó su escote, con ese gesto tan característico, que me parecía tan femenino, de mover un tirante, pícaro, casi insolente de quien se sabe observado, o en este caso, admirada...

No tenía muy claro si que llevara ese libro me producía curiosidad, o un poco de “repelús”

Me sonrió y me enseñó el libro, subrayado y marcado en un montón de sus párrafos. Quizá tanta anotación, era por temas profesionales, o de algún interés mayor que la propia y simple lectura, lo cual me hacía respirar, como si fuera una amiga del alma equivocada…

No daba tiempo a más, ni al último comentario, ni a pensar en ese posible encuentro pasional de mis fantasías, el tren empezaba a detenerse en mi estación. El equipaje era liviano, apenas una bolsa de viaje y una mochila para los libros y cuadernos. El eterno mito de los estudiantes, si vas con los apuntes a cuestas algo se pegará al coco.

“Hasta luego”

“Adiós”

Había que bajarse, salir de ahí y retomar las vidas.

No paso nada más.

Claro que… ¿Qué quería que pasara?

lunes, 24 de mayo de 2010

3.El aire huele a ti

“¿Cómo dices?”

“¿Qué?”

“Deseo, dijiste deseo...”

“Nada, nada. Pensaba en voz alta”

Un túnel hizo de ángel y me salvo de aquella situación tan extraña: “Extraños en un tren”…

El sueño me vencía, pero esta vez quería resistir. Es la sensación en la cual tememos dormir y despertar solos, como cada mañana. Entonces llegó.

Un aroma. Un olor, una sensación en el aire que me hizo levantar de nuevo la vista hacia ella. Como en una pequeña corriente de aire, un olor dulzón... Había oído que uno de los síntomas del amor era la capacidad para reconocer olores y aromas. Siempre me ha gustado mucho identificarlos en las personas con las que he estado, como una seña de identidad, como la prueba de que realmente eran esa gente. Eran realmente ellas...

Patrick Süskind es autor de un libro llamado “El perfume” dicen que es muy bueno, pero a mi no me gustó. Tal vez deba releerlo. Cuenta la historia de un asesino obsesionado con un olor, un aroma, algo muy especial. Es la vida de un genio de la Francia del siglo XVIII, que tiene un sentido del olfato único lo cual le convierte en el mejor maestro elaborador de perfumes. Como en todas estas historias, el genio no es precisamente un príncipe azul, y precisa de sus perfumes secretos para conseguir los favores cortesanos; perfumes elaborados con...

Así, recordándolo tal cronista de cualquier editorial sonaba hasta interesante.

Pues sí. El ultimo aroma que se despertaba cerca de mi era el del tabaco, y ahora volvía a pensar en aquel olor... Recuerdo que cuando tenía dieciséis, diecisiete años, (y durante algunos más) acompañaba a mi novia a su casa, nos despedíamos y regresaba manos en los bolsillos pensando en ella, recordando ese aroma tan suyo. Después llegaron otras, unas sin embargo no tenían un aroma propio, aunque si recordaba alguno de los que me hacían recordarlas... como algo indefinido. Creo que era desorden a lo que me recordaba, aroma de sus vidas, y un poco la mía entonces... a juventud, a tabaco, a frutas, a perfumes, a piel…

Cuanto lo echaba de menos...

Se levantó y se llegó a la ventana para cerrarla del todo.

“¿Te importa si la cierro? Tengo un poco de frío”

Ni fui capaz de contestar. Asentí con gesto de indiferencia, o conformidad, o razón o lo que fuese. Ahora, un poquito más cerca era capaz de reconocer algo más, y me sonreí por la niñería.

“Es Azul ¿verdad?”

“¿Qué?”

“No, nada. La colonia, se llama Azul, ¿verdad?”

“¿Eh? ¡Ah, si! Bueno, siempre llevo algún bote en el bolso, y… ¿vaya olfato, no?”

jueves, 13 de mayo de 2010

2.Los libros de nuestra vida.

Todo volvía de nuevo. Al final me quedé dormido, y de un salto me incorporé al notar, la puerta que se abría, la nueva presencia y aquellas lámparas que nos iluminaban de una manera tan “pop”

“Lo siento, buscaba uno vació y...”

“No importa.”

“Siento si te he despertado”

“No, no, si no estaba dormido”

(Tópico típico)

Dejó su mochila sobre la estantería y ocupó el asiento más alejado de la ventana. No perdí detalle de ninguno de sus movimientos. Supongo que ella se percataría, pero tampoco importaba mucho, son de esas situaciones lícitas para “voyeurs”

Creo que quizá fuera eso lo que hacia que sus movimientos fueran pausados, provocativos y calculados, para que no dudase de cada mirada.

Llevaba una camiseta blanca de tirantes, de aquellas rellenas de generoso escote, y unos vaqueros parcheados muy “fashion”, bueno, ahora se diría “glam” y el pelo recogido en una coleta. Un bolso enorme, de tela, negro con dibujos de estrellas. Nunca metas la mano en el bolso de una mujer. Parecía seria, con una expresión interesante, que seguramente la hacia mayor. No he sido nunca muy hábil a la hora de definir edades, pero ella no debía tener más de veinte, o quizá ser eterna.

Cuando por fin decidió reposar sacó un libro y se perdió para siempre...

Mientras buscaba el marca-páginas cerraba los ojos y movía lentamente el cuello, a un lado y a otro, como un pequeño ritual que sus manos, pequeñas, acompañaban al acariciar las hojas deseadas, amarillas, de una edición de bolsillo de “Chocolate”

Allí estaba como observador impasible, descifrando cada expresión de sus ojos, cifrándola en sensaciones, descubriendo que le atraía del libro, con tanta fuerza que casi deseaba ser cada línea que hacía pasear sus dedos, viendo como cambiaba a cada sensación.

¿Cómo se llamaba la autora?

Era una mujer, de eso estaba seguro. Hacia tiempo que lo había leído, por la curiosidad, en aquel momento se estaba estrenando en cine su versión y era aquello de poder comparar.

Joanne Harris.

No lo recordé, un cambio, para poder reclinar la cabeza sobre la pared hizo moverse el pequeño volumen y dejarme ver la cubierta. Me sonreí, como si ella hubiese sabido lo que quería y me hubiese enseñado lo que buscaba. Lo que quería...

Uno de los pasajes del libro cuenta como la protagonista se enamora de un desconocido; y el libro, en general tiene el “desconocimiento” como tema profundo. Esa era (y de momento es) una de mis pequeñas fantasías, conocer a alguien, nueva mujer, alguien que haya sido el azar el que hiciese que nos encontrásemos, enamorarme perdidamente de ese ser extraño, de esa mujer desconocida, que lo son todas las que se cruzan en nuestros caminos, sentir el impulso de acercarte a ella, y decirle sin mediar mas, que debería besarla para comprobar que son sus labios los únicos que deseo, que quiero, como ese antojo de chocolate que narra el libro y nadie puede reprimir, ese deseo casi pecaminoso, si, casi deseo.

“deseo...”