martes, 25 de octubre de 2016

Año Ocho.

Ser y Estar.
Los recuerdos se acomodan a nuestros presentes, y un hecho traumático pasado puede ser recordado con nostalgia y con cariño y hasta con añoranza en una ensoñación actual... como por ejemplo, mi primera clase de inglés. Creo que mi extenso vocabulario castellano está falto de palabras para describir mi total negación y aborrecimiento de la tan loada lengua de “Chespir”. Pero, he aquí que mi memoria dulcificada me trae a un grupo de amigos entusiasmados con su primera clase de inglés en sexto de EGB, contando a voz en grito por la calle lo apasionante y fácil que era el afamado verbo “TU BI” y lo útil, y lo maravilloso y lo curioso que me resultaban estos ingleses teniendo un solo verbo para decir “ser y estar” Un recuerdo genial y luminoso. Ser y Estar, dos cosas que a mí, antes y ahora, me parece tan importante separar. Así me va con la lengua esta del demonio... Pero sirva este sonriente recuerdo  para seguir con el SER y con el ESTAR sin recuerdos, en este presente. Los momentos acuden irremediablemente y a veces con la suficiente conciencia para poder estar preparados y ser consecuentes. Llegan con ellos un par de ideas que me van saturando,  dos elementos tan máximos como lo son el tiempo y el espacio. Ese espacio que nos hace estar en lugares y este tiempo que nos hace ser conscientes de no estar en el territorio adecuado cuando se debe. Muchas cosas de esta vida en carretera que a veces coinciden y se aúnan con la casualidad. Siempre pasa, ya lo sabemos, los tiempos no nos respetan. Muchas vueltas a esta idea de querer ser y no poder estar. De visualizar la desgracia presente de no vivir ese futuro que nos permita viajar en segundos. Quiero estar en muchos sitios a la vez, o no a la vez... pero quiero estar. Quiero ser importante y sentirme así a cada segundo. Quiero ser y estar. Pero no se puede siempre. Ahora que llegan las fechas de recordar que un día empezamos a escribir, también quiero estar aquí, estar escribiendo con continuidad, pero no lo hago tampoco; no sé si los ingleses tienen una palabra para QUERER y PODER, tendré que buscar el idioma adecuado. Pasan los años y vivimos en estadios vitales evolutivos, eso es la vida, nada nuevo en los cajones de los lugares comunes, y aquí seguimos, o al menos queremos seguir, desempolvando direcciones de blog para escribir estas reflexiones y compartir con el espacio sideral, el ciber espacio, esta idea de querer ser y poder estar. Muchas líneas he escrito desde la última vez, podría hacer un corta pega de las entradas de este blog, repetitivas y manidas a veces, ilusas en otros días. Poder ser, y querer estar, para darle la vuelta. Mi vida, mi momento universal, se encuentra en un pequeño bucle, un retroceso de las decisiones presentes, que espero recordar en un futuro con buen color y anhelo. Mi Bien és y está, independiente de la distancia, completando las líneas que no escribo y ayudando a escribir las líneas que año a año completo en otros papeles, folios, hojas y cuadernos. Con eso me contento, con estar buscando ser al lado de otro de ser. Ahora, ocho años después de las primeras líneas, estas líneas se escriben bajo el paraguas de estos días, que son los que son, en los cuales pienso mucho en los lugares en los cuales no estoy queriendo estar, en las líneas que escribo queriendo ser, y en las palabras que me gustaría decir para aquellos a los que me gustaría hacer sentir que estoy.



jueves, 12 de mayo de 2016

39.

Hay temas que nos retumban en la cabeza hasta la saciedad, hasta el daño. Temas, ideas, situaciones, que nos impiden avanzar emocional y físicamente. Cada cual tiene los suyos, estoy seguro de ello. Permanentes y derivados de situaciones casuales. Palabras, hechos, personas, motivaciones que son recursos de nuestro cerebro para detenerse. Tengo varios, o muchos, o algunos, depende del momento en el cual me pare a pensarlo. Algunos son laborales, devenidos de aquello que necesito para hacer, entender, comprender, disfrutar (o no) de mi propio trabajo. Otros son íntimos. Algunos son etéreos, livianos, superficiales, domésticos o del día a día. Otros son impersonales. Algunos son personas, recuerdos asociados a alguien, temas que se esconden en cuerpos y almas. Mil. Bloqueos que se detienen una décima de segundo para motivarnos... y aquí estamos. Recurriendo a ello: el dolor. A la necesidad de sentir dolor. Esta es la idea, el tema, la inflexión temporal que me tiene ahora retenido en mis pensamientos. Siempre he pensado que la memoria es extraordinaria, que es una caja sin fondo en la cual inevitablemente se acumulan los recuerdos sin que podamos evitarlos. No sé cómo funciona, pero sé que es imposible decidir conscientemente recordar algo. O mejor dicho: olvidar algo. Sí que tenemos (pienso, creo, elucubro) la posibilidad de hacer perenne una idea, para que no llegue nunca a ser un recuerdo, porque decidamos voluntariamente dejarla fuera del cajón que representa nuestra retentiva y que aquello esté vivido, fresco, o al menos presente. El dolor, la sensación de dolor, de pena, de sufrimiento, es adictiva. Nos regodeamos en nuestro dolor con el miedo de que al “olvidarlo” parezca que no nos importa. Si algo nos ha causado un dolor brutal, muchas veces queremos mantenerlo ahí,  como testigo de nuestra pena. Ya no podemos dejarlo. Pensamos que al sentir ese dolor somos más humanos, el dolor mantiene la vida y pensamos que no tener ese dolor con nosotros es igual a no sentirlo. Escribo desde la distancia, desde la fuerza, desde la estabilidad que me da no sentir a día de hoy ningún rencor, ni dolor, ni pena... escribo desde la fuerza de haber superado mi adicción. O una adicción muy humana. Todos lo hemos sentido, consciente o inconsciente, real o imaginado; pasar por una situación traumática y sentir que és algo que nos mantiene en primera línea de juego: con quienes nos rodean y nos consuelan, con el remordimiento de uno mismo, con la culpa, con el odio, con la venganza, con cualquier cosa que cada uno de nosotros deseamos mantener. El dolor, la pena, es adictiva y nos mantiene vivos. Mantiene vivo un recuerdo de un ser querido que se marchó, de un amor que se esfumó, de un mal paso, de una pérdida accidental, de millones de cosas... sentir y mantener el dolor nos acerca mucho hasta aquello por lo que sufrimos, y sentir que no sentimos nos hace cortar ese vínculo. A veces vemos la línea del olvido, la línea que sabemos que debemos traspasar para avanzar, para superar ese o aquel dolor, pero no queremos cruzarla... queremos sentirnos en nuestra pena, regodearnos en nuestra adicción que nos proporciona una excusa, cara excusa, para cometer atrocidades, para no salir de la cama, para mantener el odio, para ser protagonistas de esa película que nos hemos montado alrededor de un dolor. Releo mis palabras inexplicables y farfullo entre dientes lo ininteligible que parece todo lo escrito y lo claro, límpido y sencillo que es al verbalizarlo. Difícil esto de escribir, pero... tenía que ponerlo aquí, o allá, o meterlo en una botella para tirarlo al mar. 

martes, 12 de abril de 2016

38.

Releer. Este he escuchado siempre que es el primer ejercicio del escritor. Leer una y otra vez las ideas que se escriben para buscar las palabras que deben dar continuidad y quedar satisfecho de lo que se ha garabateado. Evidentemente no es mi querencia, lejos estoy de la pretensión del oficio de la escritura, y dudo que los escritores se sirvan de máximas o reglas. Aun así es algo que siempre está presente, poco cuesta, la rutina de la lectura. Gracias a esto me doy cuenta de los temas recurrentes, de los espacios conocidos y lugares comunes a los que me remito cada vez que pretendo sacar algunas líneas y termino por saltar de entrada en entrada de lo ya publicado: la casa, la familia, el tiempo, el amor, la pena, las ideas felices... Últimamente, a las fechas me remito, el tiempo se alarga entre una y otra visita al mundo del blog. Quizá no tenga tanto  que decir, que escribir, que compartir, o incluso quizá haya perdido las ganas de compartir nada con todos porque ahora lo comparto todo de forma más selectiva, íntima, en espacios más pequeños y con menos retórica.  Me consuela que no dejo de escribir en cierta forma, que el trabajo obligado también tiene ese punto de necesidad creativa que me hace sentarme con los textos, más ajenos que propios eso sí, a no cejar en el empeño de la relectura, la escritura, la tachadura y la cara dura. Paréntesis eternos motivados y auto excusados para abandonar esta senda. De vez en cuando surgen esas cuatro primeras ideas que anhelamos convertir en negro sobre blanco, con un tema, con un lema, pero que a la hora de la verdad son vacuas y cuesta de rellenar con sentido. Gran ejercicio este de escribir sobre lo que no escribo. Es tarde, estoy cansado, estoy lejos de mi casa, pero al mismo tiempo en mi propia casa. Lejos de la ciudad, pero dentro de la tierra, de mi tierra. La familia que queremos dejar allá para estar cerca duerme, reposa y deja de bullir en la llanura acomodada a otros ritmos. En unas horas vuelvo, regreso, retorno, respiro. En este afán de añorar acciones, actividades, recuerdos y formas, llevo conmigo el pensamiento del tiempo: del segundero que me atormenta en el reloj de cocina. Aquí, desempolvando agendas viejas, y traspasando apuntes a las nuevas tecnologías, que nos arrastran del papel al “calendar” de la semana vista al “correo recordatorio” Aquí empezó todo. A medir el tiempo en páginas, en apuntes de colores para discriminar reuniones, cumpleaños, fechas e hitos. Recuerdos que se han actualizado estos días, que nuestro tiempo ya no es nuestro sino de las redes sociales que nos hacen de madre amantísima recordándonos el cumpleaños de tal o cual familiar  putativo.  Yo estoy en ello. Intento actualizar mis cacharros modernos y hacerlos pareados a mi clásica agenda. Apunta lo que pasa, porque lo que no está escrito no existe. Así nos va. Vendidos al tiempo egoísta, al tiempo del egocentrismo que nos hace publicar nuestras fechas de cumpleaños para que todos nos feliciten. Releo el paso del tiempo, cumpleaños virtual de ese alter ego literario que me libera cada vez menos, porque cada vez más pienso que siento que soy más feliz. Releo las historias imaginadas, los pensamientos subversivos ingeniados  de una vida alternativa que no me interesa. Releo las necesidades que cada momento me demanda. Escribo ahora, porque tras releer y demandar, mi agenda me dice que hay fechas que celebrar, y no todo el mundo lo sabe. Amo de mi destino, dueño de las ignotas imágenes que queremos evocar. Mi agenda dice que el cuatro de abril es mi cumpleaños y que quizá, por mucho que me disguste celebrarlo de vez en cuando hay que decirlo para que la gente lo sepa. El tiempo, los tiempos, los mundos, nos hacen disfrutar de las comodidades de no tener que recordar. La memoria, el recuerdo, el tiempo... Releer...

viernes, 1 de enero de 2016

Año Siete.

Con retraso.
Con meses de retraso. Quizá, puede, quien sabe, no sea un retraso, sino un acondicionamiento circunstancial del tiempo, que como todos sabemos es relativo. La verdad es que estas líneas son un regreso al pasado, una retrospectiva de las palabras que nunca se escribieron en un momento laxo. No quiero decir que debían haberse escrito, o que tenían que haber sido escritas unos meses atrás... no hay condicionales imperativos en la búsqueda de los discursos acompasados a la inusual experiencia de la escritura. Simplemente no llegaron cuando el tiempo común marcaba y han llegado ahora. Igualmente, de la misma forma vienen a significar lo semejante: aquí estamos. Ahora loando doble: el tiempo que pasa en mi particular contador de historias y el tiempo mortal, terrenal, marítimo y casuístico que nos coloca a primeros de un nuevo año. Celebremos que seguimos pues dejando impronta vulgar de andanzas. “Grandes cosas han pasado” que diría Marcela, pese a ellas, o por ellas, las letras no se dejaron pensamientos en el camino. Historias de amor, de desamor, fantásticas, míticas, vulgares, sonoras, familiares, clásicas y postmodernas que se escribieron con mayor o menor credibilidad y certidumbre, vehemencia o parsimonia, con la diferencia de la canalización. Aquí, este pobre “blog” que me atormenta ha sido el que más ha sufrido las andanzas vitales devenidas en el terreno, y que hacen que se busquen otras fórmulas más atractivas: wasaps, correos, algún “sms”, cartas, un “twit”, postales, guiones, aquel “post” de “Instagram”, relatos, notas al pie, “posits” escondidos, dedicatorias en un libro viejo, aquel “chat”,  notaciones en la agenda, letras en un espejo empañado... todo lo escrito, escrito está. Ahora,  para aunar estos esfuerzos, hago promesa de propósito de año nuevo, de nuevo año, para no dejar caer la tentación de la vagancia que me empeña en recordar que esta ventana que se abrió aun quiere ser ventilación y vano de vida, de alma y de espíritu. Este escaso año de entradas, de melancolías, de ideas absurdas que publicar se llena de personas que cubren con creces las necesidades de vaciarme, de sonreír o de llorar, y que de repente restan poder a esa vía de escape que era, y buscar mi Bien consigue que no esté en otra cosa tan simple o compleja, que en la de ser feliz y vital, y que mi amante, falso/verdadero/ritual vaya ocupando lugares de noches y escrituras, correcciones, dramas, versiones, luces, sombras, adaptaciones, críticas, recursos, recuerdos y mágicos deseos en detrimento de este primigenio manual. Los inconscientes seguirán su curso con independencia de que alguien se hubiera autoproclamado guía de seguimiento, cosa que ciertamente ni me preocupa ni alivia, ya que nunca hubo ejército al cual arengar. Así están las cosas a dos de enero. Al inicio del año séptimo, como si de una nueva era se tratara, volvemos a pensar y repensar palabras, sintagmas, para no caer en olvidos, para recordar miradas, asesinatos, frases, sentimientos, idiomas difíciles de aprender, pequeños países que visitar, grandes Imperios que seguir conquistando y viajes a la luna pendientes.
Quizá Brecht se empeñe siempre en la idoneidad de los tiempos para ser más o menos líricos, pero no era más que un apunte para motivar a las siguientes generaciones. Así haremos, y nos escribiremos vidas, cigarros y balcones, ventanas y luces, lunares y pieles, que se confundan con la realidad, que tienen aquí un bonito lugar para perderse.
Quizá un año sea el último. Pero no será este.

Quizá sea luego, o después...