viernes, 1 de enero de 2016

Año Siete.

Con retraso.
Con meses de retraso. Quizá, puede, quien sabe, no sea un retraso, sino un acondicionamiento circunstancial del tiempo, que como todos sabemos es relativo. La verdad es que estas líneas son un regreso al pasado, una retrospectiva de las palabras que nunca se escribieron en un momento laxo. No quiero decir que debían haberse escrito, o que tenían que haber sido escritas unos meses atrás... no hay condicionales imperativos en la búsqueda de los discursos acompasados a la inusual experiencia de la escritura. Simplemente no llegaron cuando el tiempo común marcaba y han llegado ahora. Igualmente, de la misma forma vienen a significar lo semejante: aquí estamos. Ahora loando doble: el tiempo que pasa en mi particular contador de historias y el tiempo mortal, terrenal, marítimo y casuístico que nos coloca a primeros de un nuevo año. Celebremos que seguimos pues dejando impronta vulgar de andanzas. “Grandes cosas han pasado” que diría Marcela, pese a ellas, o por ellas, las letras no se dejaron pensamientos en el camino. Historias de amor, de desamor, fantásticas, míticas, vulgares, sonoras, familiares, clásicas y postmodernas que se escribieron con mayor o menor credibilidad y certidumbre, vehemencia o parsimonia, con la diferencia de la canalización. Aquí, este pobre “blog” que me atormenta ha sido el que más ha sufrido las andanzas vitales devenidas en el terreno, y que hacen que se busquen otras fórmulas más atractivas: wasaps, correos, algún “sms”, cartas, un “twit”, postales, guiones, aquel “post” de “Instagram”, relatos, notas al pie, “posits” escondidos, dedicatorias en un libro viejo, aquel “chat”,  notaciones en la agenda, letras en un espejo empañado... todo lo escrito, escrito está. Ahora,  para aunar estos esfuerzos, hago promesa de propósito de año nuevo, de nuevo año, para no dejar caer la tentación de la vagancia que me empeña en recordar que esta ventana que se abrió aun quiere ser ventilación y vano de vida, de alma y de espíritu. Este escaso año de entradas, de melancolías, de ideas absurdas que publicar se llena de personas que cubren con creces las necesidades de vaciarme, de sonreír o de llorar, y que de repente restan poder a esa vía de escape que era, y buscar mi Bien consigue que no esté en otra cosa tan simple o compleja, que en la de ser feliz y vital, y que mi amante, falso/verdadero/ritual vaya ocupando lugares de noches y escrituras, correcciones, dramas, versiones, luces, sombras, adaptaciones, críticas, recursos, recuerdos y mágicos deseos en detrimento de este primigenio manual. Los inconscientes seguirán su curso con independencia de que alguien se hubiera autoproclamado guía de seguimiento, cosa que ciertamente ni me preocupa ni alivia, ya que nunca hubo ejército al cual arengar. Así están las cosas a dos de enero. Al inicio del año séptimo, como si de una nueva era se tratara, volvemos a pensar y repensar palabras, sintagmas, para no caer en olvidos, para recordar miradas, asesinatos, frases, sentimientos, idiomas difíciles de aprender, pequeños países que visitar, grandes Imperios que seguir conquistando y viajes a la luna pendientes.
Quizá Brecht se empeñe siempre en la idoneidad de los tiempos para ser más o menos líricos, pero no era más que un apunte para motivar a las siguientes generaciones. Así haremos, y nos escribiremos vidas, cigarros y balcones, ventanas y luces, lunares y pieles, que se confundan con la realidad, que tienen aquí un bonito lugar para perderse.
Quizá un año sea el último. Pero no será este.

Quizá sea luego, o después...