jueves, 9 de agosto de 2012

Vacaciones santillana 12

La siesta de verano es complicada. Estaba sudando, like a chicken, y me notaba perdido, de esas veces que llegas a perder la noción del tiempo y te asustas porque no sabes en que momento vives, y piensas que has perdido toda la tarde y llegas tarde y se nubla todo y es un desastre. O algo. La ducha refrescante es lo mejor. No, no es verdad… tengo una teoría acerca de lo beneficioso del agua caliente en verano y fría en invierno. Siempre lo pienso cuando me abraso en la ducha en agosto. Había sido un sueño muy raro en esta siesta y quería recordarlo para que no se me olvidara. Estaba comiendo con un grupo de alumnos míos, comida de fin de curso veraniego, y al terminar de comer volvíamos a la escuela a clausurar el trabajo. El camino que andábamos era muy tranquilo, y se transformaba poco a poco, hasta hacer que las calles que recorríamos fuesen las calles de mi pueblo. Estábamos en mi calle del pueblo. Una calle céntrica, pero no muy ancha. El grupo se andaba paseando, sin prisa, poco a poco nos acercamos a una enorme máquina de alguna obra, una grúa o una pala o cualquier otra grande naranja de esas típicas de las construcciones. Ocupaba toda la calle, bloquenado el paso a otros vehículos. Estaba parada justo enfrente de la que había sido mi casa. Pero ahora esa casa estaba cerrada, clausurada, vieja y con pinta de abandonada. Por un minuto me quedo mirando la fachada agrietada. Ahora ya no hay grupo, estoy solo delante. Es entonces cuando una voz me llama de uno de los balcones del piso superior. Es un chico, joven, con pinta de extranjero. Me reclama la atención. Está atrapado dentro de la casa y no puede salir. Le digo que salte sobre la máquina, que casi llega al balcón y descienda por ella hasta el suelo. Así consigue bajar. Me lo agradece, me abraza. Es como si nos conociéramos desde siempre. No lo reconozco, pero es familiar. Decidimos andar, pasear. No recuerdo de que hablamos, o si hemos ido hablando. Al doblar una esquina apareceremos en otra parte del pueblo, en otra zona, en los Paseos cercanos al parque, donde se ponen las terrazas de los bares de verano. Andamos tranquilos, las terrazas están llenas de gente que habla tranquilamente. Es de día aun. De repente una voz familiar me llama la atención, me llama por mi nombre. Hace que me gire a buscar a esa persona. Es mi abuela, mi abuela materna. Está sentada y lleva un niño pequeño en brazos, un bebe. Mi abuelo está a su lado. Se levanta para saludarme, para preguntarme que hago por el pueblo; yo les digo que quiero presentarles a mi amigo, pero ya no está. Ahora en su lugar hay un señor mayor. Un hombre que está ahí donde debería estar ese chico. Pero es la misma persona. No me extraño, no me asombro. Sigue siendo él, pero ahora es un tipo viejo. Mi abuelo se acerca, lo saluda, lo conoce. Mi abuelo materno era policía local, y parece que se conocen de aquella época. Hablan. Se conocen, pero es como si hubieran estado en bandos opuestos, como si aquel viejo hubiera sido un delincuente de poca monta al que mi abuelo hubiera tenido que seguir alguna vez. Pero ahora ambos están jubilados, son mayores, noto cierto aprecio. Mi abuelo me advierte: “ten cuidado” pero se ríen los dos. Yo me acerco a ver a mi abuela, que me enseña sonriente el bebe que tiene acunando. Entonces, me despierto. Sudando, empapado. Extrañado por todo lo que acaba de pasar. Pienso que es un sueño con muchas metáforas, o señales, o indicios, o cosas de esas que se pueden interpretar. Suspiro. Me tengo que duchar, he quedado para cenar con unos amigos en un restaurante nuevo. Un japonés. A la cena también viene una alumna sueca que tengo, que es camarera de ese restaurante, pero hoy libra y quiere acompañarme. La llamé para hacer la reserva y se auto invitó. Dice que así nos hacen descuento, y a ella no la esperan en casa por la noche y podemos desayunar juntos. Una chica sueca que trabaja en un japonés en España… Pero ese será otro sueño…