viernes, 31 de diciembre de 2010

Contabilidad Humana

Estuve un par de años en la universidad. No fue mucho, ni siquiera creo que llegara a los dos cursos completos. Económicas, Administración y Dirección de Empresas se llamaba aquella carrera que empecé, y de la cual sigo tirando para algunas cosas. Para decir que estuve en la universidad mayormente. Una de las asignaturas que me vienen ahora, y por ese recuerdo salen estas líneas, es la de contabilidad. Asociación estrafalaria de ideas. Balances. Cuentas de pérdidas y beneficios. Es la época. Todo el mundo de una manera u otra está deseando que pasen los días, horas ya, para abrir libro en blanco. Somos supersticiosos, en general, y nos vamos agarrando a los clavos ardiendo que nos encontramos por nuestros caminos, aunque a estos asideros hayamos sido nosotros mismos los que les hemos pegado fuego. Balance del tiempo, de la apología del calendario que nos marca. Balances de vidas, de cristales de colores para mirar sobre ellos, de valoraciones tan contrarias como múltiples. Bofetadas de comparaciones. Un gran año, un año horrible, unas buenas fechas, una temporada desastrosa, annus horribilis, beatus ile… da igual. Siempre andamos mirando nuestros saldos vitales, nuestros “debe” y nuestros “haberes” para saber si este balance es positivo o negativo. No somos capaces, muchas veces de valorar los “asientos” en su justa medida, y la mayoría de las veces vemos alejado aquel principio que fue igual de ilusionante, o aquel momento que nos descargó de algo maravilloso. Siempre que se acerca el final, nos ansiamos con ello para que llegue pronto el principio, razón general y sin lugar a dudas positiva, per secula seculorum. Sin mirar atrás, como si pensáramos que es cosa de valientes, y hacerlo nos emparentaría con Lot. Deseos, bienaventuranzas, alabanzas y glorias a los nuevos tiempos. Menos miedo del futuro que del pasado, e incluso del tiempo actual, que aquí ya no se le puede llamar presente, porque no lo queremos, aunque no sepamos, ni falta que nos hace, lo que viene a contarnos las semanas que acontencen. Desde hace unos años, entro muy relajado a este pensamiento. Alejado de jaleos, de preparaciones, de planes. No son más que rituales, me digo a mi mismo, me doy consuelo claro está, ante la segura soledad de este pensamiento. Celebraremos sin lugar a dudas, siempre celebraremos, pero sin el boato, la pompa ni la circunstancia, que otras veces se acumula en mesas, casas y cabezas. Desde una soledad, previo descanso a la batalla, o como una siesta del borrego antes del banquete final. Muchas veces sirve para hacer ese balance, aunque no sea el momento más idóneo, que ya no hay marcha atrás, que ya no hay solución. Seguramente ese es el gran problema, que los balances se hacen al final, cuando el tiempo se acabó, y no da para más, sólo guardar el último aliento para justificar, decidir, recordar, asumir, reír o llorar por un tiempo que se acaba. Al final del todo, también al final de un balance, hay algo que no se puede obviar, lo dice el Plan General Contable: (seguro que lo dice en algún lugar) al final de todo, las cuentas tienen que cuadrar, que estar saldadas, y que llevar un orden. Da lo mismo que nuestro balance salga bien o mal, que recordemos más o menos ciertas cosas, positivas o negativas, que abandonemos ideas por perseguir utopías, propias o extrañas. Nuestro balance, nuestra balanza, debe estar equilibrada. Sólo entonces servirá de algo tanto apunte, recuerdo o deseo de principio y fin. Sólo entonces tendrá sentido abrir un nuevo mundo y un nuevo tiempo... and a happy new year...