miércoles, 31 de agosto de 2011

Vacaciones santillana 9

Estoy muy cansado. Hoy el día ha sido un poco más largo, un poco más pesado, y un poco más duro de lo que esperaba encontrarme cuando amanecí. Además estoy un poco triste, que parece hace que las energías se disuelvan en los pensamientos y en los recuerdos de este verano que termina. Por alguna razón, esas cosas de la sugestión creo, la música que va sonando en mis auriculares se agarra a un final, a una representación de algo que termina irremediablemente. Nada trágico; no lo és nunca aquello que sabemos que tiene un final que sabemos llegará. Todas las canciones suenan a despedidas, a desamores, a historias que suenan “mejor solo que mal acompañado” Al final todas vienen a decir lo mismo: que triste estoy y que poco me quejo (o parecido) Me sonrió mientras pienso que debería empezar a escuchar más música en inglés, de cualquier modo, de cualquier estilo, porque total, no entiendo la letra, y la ignorancia, a veces, nos da la felicidad. Quería cerrar mi día contento y feliz cual regaliz, meterme en la cama sin pensar en nada más que en despertar al final del verano y volver a los ciclos y círculos que abren y cierran. Quería terminar el verano pensado en todas las cosas positivas que he aprendido en los últimos meses, en las gentes y las relaciones que han aparecido para salpimentar sus momentos. Quería parpadear para respirar profundo y dejarme llevar por el latir del sueño de un día cansado. Por querer, que no quede. Muchas de esas intenciones se van a cumplir cuando termine de preparar de mi agenda, mis recuerdos, y mis días que vendarán, cuando me meta en la cama, vencido ese insomnio que me acompaña como compañero fiel (a veces me da pena pensar en librarme de él, que está ahí siempre) y entonces algunas intenciones se quedarán. Otras no pasarán por aquí hoy porque el cansancio se lo impedirá, porque la tristeza no me dejará ponerme más bucólico-melancólico. Me asomo a la ventana, a recoger el olor de la tormenta de verano que ha pasado hoy por aquí para completar el día, para fumar el último del día conmigo y relampaguea y truena aquí, en esta ciudad a la que le cuesta tanto oler a naturaleza. Mi calle a estas horas es tranquila, serena y asemeja a cualquier calle de cualquier lugar, camuflada como capital del reino, podría ahora pasar desapercibida. Caladas finales, y pequeña luciérnaga artificial que vuela desde el tercero. El ordenador parpadea encendido. Apagar. Me encuentro cansado en este final de verano, en este principio de curso. Toquemos retirada, la cama espera, los sueños esperan, los recuerdos esperan, el futuro aguarda para ser descubierto y seguro que hay canciones menos tristes que llegarán a nuestras orejas. Aunque sean de Raphael…


viernes, 19 de agosto de 2011

Vacaciones santillana 8

Está siendo un verano extraño, mucho menos movido que lo que se preveía en el aquel lejano mes de mayo. Madrid me resguarda entre sus paredes. Al menos existen en mis rutas diarias tres o cuatro sitios donde el aire acondicionado da un respiro al mes de agosto.


Vuelvo a no dormir nada bien. Me hago mayor, y ahora mis ratos de desvelos y vueltas vienen acompañados de un dolor de cabeza machacante y resacoso. Doy vueltas en la cama, en el sofá, en la silla. El calor silencioso se apodera de mí. A veces me siento en el sillón junto a la ventana, para leer o simplemente para estar ahí a la luz, y noto como la piel se tiene que acostumbrar a los cambios de temperatura, mientras mi cuerpo se retuerce de calor. Las gotas de sudor me empujan a la ducha, al refresco vital, para no hacer nadad más. Mientras ese compañero silencioso que me he buscado en forma de golpeo incesante en mi cerebro, lucha por no abandonarme a pesar de mis esfuerzos. Me duele. Mucho.


A pesar de lo poco que consigo dormir en estos días, de vez en cuando, el cuerpo que es soberano, y hace que caiga rendido a deshoras. Sueño. Algunas cosas son recurrentes. Sueño muchas veces con un coche, con un viaje. Sueño con encuentros en cafeterías. Charlas metafísicas con gentes que ni siquiera conozco. Otras veces con amigos, amigas, conocidos, compañeros. Largas palabras que parece que van arreglar el mundo.


También sueño con médicos. Con una operación. Con un quirófano. Mi cabeza somatiza en sueños mis dolores y me hace andar de consultorio en consultorio. Últimamente, además, estos sueños se entremezclan con otras ideas. Más lúgubres, menos sanas. Que me hacen despertarme extraño. No son pesadillas, no son malos sueños; simplemente son historias que se revuelven con mis dolores y con mis miserias. Será por eso que no quiera mi alma dormir, para no ver esas historias recurrentes y repetitivas. Sueños de siestas tempraneras que apuran el medio día. Sueño con operaciones que me abren e pecho para reparar mi corazón y resulta que no está donde debe. Sueño con puntadas de hilo negro que cierran cada herida. Sueño con reflejos de espejos que me muestran lo que pasa en mi sueño, como si lo viviera en tercera persona. Sueños. Sueños son, dicen.


Despierto de estas siestas o malas noches empapado, babeante, dolorido, y sin tener nada claro las razones ni motivos. Dichoso calor que me aprieta, que envenena mis sueños.


Está siendo un verano extraño, que me hace llevar, como dicen en mi tierra, “muchos cortes” y como se suele decir, “quien mucho aprieta poco abarca” Madrid me aguarda, pero me emperezo vitalmente. Miro la calle, la casa, el rumbo y el destino. Busco como refrescarme para sentarme delante del teclado y no decir nada, sólo porque hace calor y me duele la cabeza. Supongo que las ventajas del tiempo estival son que nadie pide cuentas ni rendimientos especiales, que todos están de vacaciones y no hay que forzar la máquina, o al menos es lo que creo.


Tengo sueño, otra vez…