jueves, 26 de febrero de 2015

...ventanas...

“¿Qué se ve desde tú ventana?”

Después de un pequeño momento de silencio, volvió a preguntar con insistencia.

“Dime ¿Qué se ve desde la ventana?

El silencio había sido el hecho físico de una reflexión: mentir o no.

“Veo el mar”
Otro momento de silencio amparó aquella respuesta.

“A ti te gusta el mar”

Aunque no podían verse, ambos sonreían.

El ruido de los coches al pasar podría semejarse, cerrando los ojos, y añadiendo un poco de imaginación, al romper de las olas en algún lugar. El sonido de la ciudad, podría ser la brisa rozando la superficie de aquel océano remoto. Los sonidos de la calle podrían, si quisiéramos, ser el bullicio de las playas en verano.

“Desde mi ventana sólo veo casas”

Ahora desde esa ventana se veían pocas casas, pocas cosas. La noche impedía ver nada más. Destellos de farolas quizá. Silencio oscuro de la luna cubierta. No podía imaginar nada porque de todo tenía una imagen real. Todo estaba allí.

“Ayer recordé una frase”

Como si las conversaciones fueran fluidas. Así se movían los sonidos metálicos que hacían inexistentes las distancias pero eternos esos silencios.

“No se ve lo que es importante”

De nuevo las sonrisas se dibujaron en la ignorancia de no poder disfrutarlas.


Ahora, al mirar ambos por sus ventanas oscuras, negras, nocturnas lo que percibían con claridad eran sus propios reflejos pensando que se estaban mirando, aunque ellos no pudieran verse.

viernes, 6 de febrero de 2015

gente normal.

Cuando sonó por tercera vez el segundo despertador de la mesita de la derecha saltó de la cama como un resorte para correr a la ducha. Revisó la ropa que había dejado preparada la noche anterior y abrió la ventana para que entrara un poco de aire de la mañana. Se lavó los dientes, con la pasta de flúor, y después de quitarse el pijama, doblarlo y dejarlo colocado pulcramente en el tercer cajón, entró a su agradable agua a 38 grados. Se lavó el pelo, lo enjuagó, volvió a lavárselo, y se enjabonó de arriba a abajo durante 10 minutos. Después de la animosa ducha se aclaró y escurrió meticulosamente cada parte de su cuerpo, secándose el pelo, brazos, torso, piernas y brazos. Salió del baño y se vistió con cuidado desde los pies a la cabeza. Colocó la toalla, recogió el baño, y cerró la pequeña ventana que evitaba la condensación. Hizo la cama cuidadosamente, colocando cada uno de los elementos en su sitio habitual: cojines, almohadas, manta, colcha y el edredón térmico de media densidad. Puso en hora los despertadores y se dirigió a por su primer café, el de las 7.45 de la mañana. Lo acompañó con un zumo de dos naranjas, con tres tostadas (dos de mantequilla y una de queso) El café mezcla molido con leche semi desnatada. Todo preparado mientras escuchaba las noticias en la radio. Fregó los cacharros del desayuno, recogió la cocina y apagó la radio para empezar a disponer la jornada laboral; no sin antes pasarse el hilo dental, lavarse los dientes (ahora con la pasta blanqueadora) y refrescarse con su elixir bucal sabor menta. Era la hora ya de encender el teléfono. No entendía muy bien a esas personas que dejaban el teléfono encendido durante la noche. Mucho menos a las que lo dejaban además en la misma habitación en la que duermen, no como él, que lo guarda en un cajón en el mueblecito del salón. Antes de salir a la calle aún tenía un par de cosas que hacer. La primera recoger la ropa tendida. Toda ropa negra, que es la colada de los miércoles. No como la de los jueves que es la de color o los martes que es la blanca. Además cerró la ventana del dormitorio. Por último, ya con todo preparado para salir y revisadas demás ventanas y luces para no perder energía calórica durante el día, pasó a la pequeña habitación. Allí pudo ver con tranquilidad que el hombre seguía inconsciente, y que las heridas de los golpes casi no sangraban. Le aflojó un poco las cuerdas que lo ataban a la silla, notando entonces que se despertaba. Los ojos llorosos, hinchados, lo miraban con pena. Comprobó que la cinta que tapaba su boca aún seguía bien sujeta. Dejó un pequeño resquicio abierto en la ventana para que la habitación ventilara un poco. Pensó que sería suficiente. Se acercó al cuerpo desnudo y ensangrentado de aquel hombre para despedirse:

-         - No te preocupes mucho. No queda nada. Esta noche volveré temprano y te mataré.


Cerró la puerta de la pequeña habitación con llave y la colgó en el cajetín con el resto de llavines. Aun le quedaban cinco minutos para seguir sus rutinas y salir de casa como siempre a las 9 de la mañana. Decidió emplear aquel tiempo en colocar los cojines del sofá, que parecían dispuestos con cierta anarquía.  Al salir comprobó la pequeña pizarra colocada en la puerta, en la cual se recordaba no olvidarse de: llaves, documentación y teléfono. Ya en el rellano, mientras esperaba al ascensor, volvió a palparse los bolsillos para comprobar que todo estaba en su sitio y poder cerrar con la seguridad de no dejarse nada importante dentro. Bajó a la calle y comprobó como el restaurante chino de la esquina había vuelto a dejarle publicidad en el parabrisas. Lucía el sol. Parece que hoy sería un día bonito.