viernes, 18 de diciembre de 2009

Decisiones

Lo que nos diferencia de los animales es el raciocinio, la capacidad de discernir, de elegir. Siempre nos han contado que un animal no puede tomar decisiones racionales, y que sus movimientos se basan en el instinto. Comen, se mueven, se reproducen, porque su sino, su destino, está ligado a ese instinto. Evolucionan en el tiempo obligados por su entorno y su instinto. Imagino que las personas también tenemos ese instinto animal, pero la evolución, las normas sociales, la religión, la sociedad y el hecho de sentirnos civilizados nos hace tamizar y camuflar ese nuestro instinto. Así que de vez en cuando nos generamos, o se generan situaciones a nuestro alrededor, o en nuestra vida que son instintivas, pero que hacen que nos tengamos que parar a decidir. Decidir, adecuar, equilibrar, compensar… Darse la vuelta y marcharse de donde se está porque es lo mejor, porque es lo que toca, porque es lo que hay que hacer. Decidir luchar contra los elementos. A esos instintos, con el paso del tiempo, les hemos cambiado el nombre, y los hemos terminado por llamar “sentimientos”. Esas cosas que nos sacuden el alma y la conciencia y no son racionales. Cosas de la religión casi siempre. “No podemos luchar contra nuestros sentimientos”” El corazón y razón” Frases hechas. Pensar en no dejarse llevar, imaginar la más alta cota de racionalización: la infelicidad deseada. Hay que huir del victimismo, de la pena, del auto-flagelo, pero al final se reduce todo a una sesión se masoquismo sin el placer deseado. Porque ni el convencimiento de la mejor elección posible, hace que ese instinto deje de manifestarse. Decidimos en nuestra vida social lo que es mejor para nosotros, para nuestros hermanos y amigos, decidimos lo que es mejor para otras personas, decidimos lo que es mejor para la persona que supuestamente amamos, pero egoístamente, sin pensar en esas personas, para sentirnos bien con nosotros mismos. Luchamos contra natura para satisfacernos el alma: es lo correcto. Eliminamos palabras de nuestro entorno como “culpa” “error” “cargo de conciencia” y volvemos a racionalizar los instintos para sobrevivir. Queremos ser portadores silenciosos de felicidad, aun a costa de la nuestra propia. Decidimos. Tomamos un rumbo y somos fieles a él. Dejamos de preocuparnos por las banalidades y las superficialidades, porque hemos decidido ser felices desde la infelicidad. Sonreímos ante nuestra vida, andando, procurando que se note poco, y durmiendo (o no) con el vacio instintivo. Es asumirlo. Puede parecer que es conformismo, que es desidia por el mundo, pero no es así. Es algo activo, laborioso, que ha llegado tras mucho trabajo. Pero no nos conformamos, simplemente, lo decidimos. Siento, pienso, decido, siento, escondo, decido, siento…sonrio…pienso…decido…

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Año Uno

Qué osada es la ignorancia. Nos parece que abrir una ventana nos libera del miedo, del mal, de la desidia del aburrimiento del espacio cerrado. Nos atrevemos a hablar sin sonrojo de momentos, casualidades, borracheras, el bien o el mal. Atrevernos a describir como expertos en la materia cualquier cosa que se nos pase por la cabeza, sin pensar en lo obsceno, casi pornográfico que es desnudar cada palabra carente de sentido, con la alevosía de la libertad por bandera.

Qué dignos somos, qué valientes, temerarios, qué inteligentes, atreviéndonos a sentar nuestras pequeñas cátedras, nuestras vanidades, recuerdos y alegrías sin temor a ser descubiertos, indolentes con el paso del tiempo, de las cicatrices y las heridas que cusamos. Anunciamos nuestras vidas con la necesidad encubierta de la vanidad y el egoísmo. Transitamos por la información vital de nuestras horas pensando en la poca importancia que tendremos, en plasmar lo que somos para que los que vienen nos alaguen, humillen, admiren o repudien, desde el placer de saberse el centro, el alfa o el omega de una sensación casi sádica y masoquista.

Nuestras palabras son lanzadas al aire, directas, indirectas, para ti, para mí, para ellos, para todos, para cualquiera que se pase a dar una vuelta por nuestras pieles, abiertas con permiso, y escondidas del receptor real, ocultas al destinatario, que sin saberlo recibe una lanzada en su propio pecho, carente de verdad, porque el cañonero escondió la mano tras apretar el gatillo.

Egoístas de nuestros males, nos liberamos, nos masturbamos el ego soltando el lastre que cada día nos aprisiona, y es verdad, nos sentimos mejor, nos comunicamos, nos sentimos placenteros tras nuestro pequeño orgasmo literario.

A mí me pasa.

Me goza y me duele a partes iguales, pero disfruto de mis momentos, de mis pequeños regalos, a esas personas que sé que están ahí y a las que a veces me cuesta tanto hablar. Me gusta poder dejar ahí, para quien lo quiera, un recuerdo un trazo y quién sabe si una esperanza, para que lo que tenga venir sea siempre mejor.

No voy a cambiar el mundo, no lo pretendo. No voy a dar luz a la oscuridad, no lo quiero. No voy a descubrir nada con estas letras, mi ignorancia no me deja. Pero al menos, vivo fuera de mi y dejo de lo dentro un poco, para llegarte, para escribirte, para sentirte, sonreírte y quizá (o sin quizá) para amarte, aunque tú no lo sepas.

Un año de tonterías no podía celebrarse de otra manera…

viernes, 6 de noviembre de 2009

6.

Estaba esperando con la primera copa en la mano, parece que se anima la noche.
Imagino que es cuestión de ir pensando en dejar la ginebra… ¿o quizá de aumentar la dosis? De vez en cuando cuento por ahí que a mí los mosquitos no me pican porque tengo demasiada en la sangre. Aunque he perdido mucho de mis años de juventud, de cuando me llevaba las botellas vacías a mi casa, aun aguanto un par de rondas (rápidas, of course) a la cabeza y sin torcer mucho el paso.
Mira que la última vez que hablé de esto fue porque me dio por la vida sana, ahora volvemos a las andadas desde el lado oscuro…
He pasado un tiempo de barra en barra y por cosas de la vida, que son las cosas del querer, me he visto hablando de predisposición, de amor, de riesgos, de lo que queremos en la vida, de lo que no queremos y del tiempo y las necesidades. Así que, tras pedir otra copa (apunten: ginebra con limón) y acodarme en la barra evitando ser visto por nadie que quiera bailar, reflexionas sobre la flora y fauna vital de esa noche. Al final nadie quiere pedir mi copa, que la pida yo…
Ginebra, a ser posible “bifiter”, con limón, a ser posible “sueps”, en vaso ancho, con un poco de limón natural. Si no hay limón “sueps” me vale “trina” o “radical” o limonada…pero evitar la “fanta” a toda costa. Sí, es por ello que mis copas las pido yo.
La verdad es que no se ligar en los bares, me pongo nervioso, y me veo que no soy capaz más que de preguntar aquello de “¿estudias o trabajas?” es por ello que no me suelo lanzar, me quedo más bien en pensamientos estúpidos… la predisposición, decíamos ayer…
Creo que los sentimientos son una discoteca: “SoulDiscoHeart” un local de moda, donde todo el mundo quiere entrar. Pero nosotros, los dueños del garito, hemos colocado un portero en la puerta de esos que dan miedo, tipo “2x2” al que le dijimos: aquí no entra cualquiera. Quizá la orden va por épocas, y tenemos noches en las que entra todo el mundo, otros días que solo entra gente mona, o días en los que preferimos “chapar el chiringuito” y que no entre nadie. Una vez dentro, el sitio, por lo general, suele gustar: buena música, camareros simpáticos y copas a buen precio. Es fácil tomarse una copa. Incluso repetir y convertirse en cliente habitual, y charlar con todos, incluso hacer que el “boss” se pague una copa de vez en cuando. El problema de esa clientela es que se renueva, y quizá mañana entre alguien más deslumbrante, y pase su momento de moda.
Otra copa, “plis”.
Dentro nos llama la atención otra puerta, unas cortinas de terciopelo, con otro portero. Quizá más elegante, más refinado, pero igual de eficaz. Y quizá hay gente que quiere entrar, pero se le corta el paso; esa es la sala “VIP”. Para entrar ahí necesitas invitación personal del dueño, estar “en lista” y, amigos, eso es lo que mola. La gente, mucha quiere entrar, pero, nuestro portero no les deja. Les dice que pueden venir a tomar copas cuando quiera, que puede traerse amigos, pero entrar ahí es más complicado.
Podemos ver como la gente quiere tomarse copas en nuestro local, veremos como nadie quiere, épocas de moda y épocas de bajón, pero siempre tendremos nuestros porteros en las entradas, haciendo que pensemos que nadie es suficientemente bueno para entrar en nuestra sala vip.
¿Me pones la penúltima?
Nos damos una vuelta por nuestro garito, nos gusta, elegimos la decoración, cada temporada lo renovamos, contamos con buenas relaciones, nos gusta estar de moda. Pero muchas veces por querer ser demasiado exclusivos no hay nadie dentro. Vacío. Miramos a nuestro alrededor y no hay nadie. Nos asomamos a la ventana y vemos gente remoloneando por la puerta, pero que no quiere entrar. El sitio está muerto, y aún así nuestro portero principal le pone trabas a la gente: no, tu eres muy mayor, tu eres muy joven, tu eres muy feo, tu eres demasiado guapa, tu eres muy simple, tu eres demasiado listo, a ti te conocemos demasiado, a ti no te conocemos nada…
Nos sentamos en una banqueta, mirando los hielos, y apuramos el último trago. Es hora de cerrar. Nuestro local de moda, con espectáculos en vivo, cierra otro día más.

lunes, 19 de octubre de 2009

5.

La cocina es un misterio. Uno se independiza de su madre y entonces se da cuenta que el término “cocinar” es algo más que poner la lasaña en el “micro-wave”.
No he tenido demasiados accidentes gastronómicos, lo típico: comidas muy saladas, muy sosas, tortillas pegadas, patatas fritas con azúcar, pollo crudo, comida para cuatro con cantidades para dos, chamuscar la cebolla frita y alguna cosa más que ahora no me acuerdo. La verdad es que mis únicos problemas en la cocina son con el tiempo y las cantidades, poca cosa…
En contraprestación diré que soy fan de los programas de cocina, desde Arguiñano hasta uno inglés del canal cocina que hace las cosas en su casa con las manos y pringando mucho. Me quedo embobado ahí, mirando como parten, pelan, pochan, rehogan, gratinan, doran, emplatan, caramelizan o deconstruyen. Siempre me ha parecido algo genial, ver cómo trabajan, y dejan la cocina como los chorros del oro.
La cocina siempre me ha parecido un espacio muy particular. El lugar en el cual parece que las fiestas, cuando están de capa caída se reactivan, donde uno se mete a comer o beber para no molestar, y donde se hacen muchas confesiones, de las íntimas o de las abiertas. Cocinar nos muestra un poco como somos…
La cosa es que se pone en una sartén (a ser posible que nos se pegue mucho) y se hace un “sofrito” : esto es que se pone cebolla, tomate natural y medio pimiento verde, que habremos lavado y partido (previamente y mejor en ese orden). Eso ya así sólo, huele que alimenta. En la misma tabla, con el mismo cuchillo, pero con algo más de cuidado troceamos un poco de pollo. No nos pongamos estupendos: pollo es pollo. Muslos, pechugas, contramuslos…a mi me sabe todo igual: a pollo. Últimamente me ha dado por “salpimentar” No sé si me queda bien, pero tiene su gracia: le pongo un poco de sal y de pimienta al pollo, lo restriego un poco y cuando veo que la cebolla tiene buen color, lo añado. Unas pocas judías verdes, de esas de bote, en este punto a la sartén no van nada mal.
Sacamos una lata de cerveza de la nevera, nos bebemos la mitad (me acabo de dar cuenta que los cocineros hablan como el Papa… “nos”) y la otra mitad, bueno, un poco menos, se la echamos al pollo cuando este se empiece a poner blanquito. Añadimos arroz (pues no se…un par de puñados ¿no?) y rebajamos con un poco de agua. Remover de vez en cuando. Esperar. Remover. Ver la tele. Remover. Mirar el facebook. Remover. Preparar la mesa. Remover. En este punto hay quien prueba la cosa a ver cómo está de sal. Bueno, es una opción más, y si se sabe, pues se corrige el punto. Remover. Comprobar que el arroz está en su punto, y el pollo también. Lo suyo es dejar que todo el caldo “reduzca” y quede la cosa más bien pastosilla. Cuando hayamos decidido que nos gusta la textura, retiramos del fuego/vitro/gas y lo dejamos reposar mientras miramos que no hay correo nuevo en la bandeja de entrada del MSN.
¡¡¡Servir y listo!!!
Es una tontería; una tontá mayormente… pero el otro día me sorprendí a mi mismo pensando que estaba muy rico eso que acababa de hacer, y que no podía disfrutarlo nadie más…
La cocina es algo peculiar que te hace sentir un poco solo (aunque friegues menos cacharros)

sábado, 3 de octubre de 2009

Amarillo.

Es uno de esos días, de esos en los cuales no quieres nada con el mundo, y que recuerdas cuando eras pequeño y pensabas que cerrando los ojos te hacías invisible. Ahora no puedo cerrar los ojos, pero puedo ponerme las gafas de sol y los auriculares, y creer que soy invisible-man...
En esas estaba, pasando totalmente desapercibido, en el andén del metro con las gafas de sol puestas, cuando se paró a mi lado. Me llamó la atención, había mucho andén libre, mucho lugar donde colocarse, mucho asiento libre para esperar los trenes, mucho más espacio que pegada a mí hombro (y eso que no llevaba mi colonia irresistible: Nenuco, por homme)
La indiscreción me puede y, parapetado además por mis nuevos poderes de hombre invisible adquiridos, no pude evitar escanearla. Ella también era una mujer invisible: gafas de sol y el mp3 en la mano, con el pelo recogido por un pañuelo. Me cuesta mucho determinar la belleza de una persona sin mirarla a los ojos. Parecía entretenida, divertida. No parecía guapa, quizá de belleza peculiar. Tenía la sonrisa permanente y las manos en los bolsillos. Quizá este hecho no sea consecuencia del otro, y sonreír no sea la consecuencia de meterse las manos en los bolsillos…o sí, dependerá de lo profundo que sean esos bolsillos, claro…pero…no, no…que me meto en un jardín…
Llevaba unos pantalones grises, peculiares, a medio camino entre el sport y el vestir, sujetados por unos tirantes y una camiseta amarilla mostaza.
Al llegar el tren, ambos subimos al mismo vagón, y nos quedamos de pie apoyados en la puerta. No había sitio a la vista y yo llegaba en dos paradas. Siempre he pensado que el metro y sus alrededores son “micro-universos” para describirnos. Ahí fue cuando yo me quité las gafas, y perdí los poderes de hombre invisible, mitad porque me parecía absurdo llevarlas dentro de un vagón de metro subterráneo, mitad porque quizá la chica de amarillo no se habría percatado de mi. Así pasaron las estaciones, pensando que sería la separación traumática de nuestras vidas. Sorpresa.
Detrás de mis pasos fueron los suyos y salimos por la misma puerta en la misma dirección… ¿me estaría siguiendo? Volví a camuflarme con las gafas de sol (esta vez para que mi indiscreta mirada no fuese cazada) y tomé la primera salida de la estación, contemplando de reojo como la chica de amarillo hacía lo mismo. Al llegar a la calle, entonces sí, nuestros pasos se separaron en contrarias direcciones…
De allí fui en busca de un libro a una de esas librerías destartaladas que hay en la ciudad, como si fuese un bucador de tesoros. Llegué, vi, compré y salí. Volví a casa con mi libro más contento que unas pascuas, deshice el mismo camino y volví al mismo metro.
Mi tren llegó, mi puerta se abrió, y cuando estaba a punto de marcharse, por la misma puerta, de nuevo, la mujer de amarillo: mismas pose, misma sonrisa… misma mujer invisible.
Esta vez, cuando llegué a mi destino ella no se bajó del tren, y me quedé mirando cómo se alejaba desde el andén.
Retomé la sensación de hombre invisible…
Quizá no es bueno querer ser siempre invisible.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Capitulo 7.(y último)

O

“No es nada fácil.”

“No Señor”

“Es complicado”

“Sí Señor”

Silencio

La puerta retumbó con el eco que solo la inmensidad del cielo puede dar. Pero allí volvía a estar, en aquella sala como tantas veces antes. La responsabilidad del cargo hacía que muy pocos pudiesen llegar a donde él podía hacerlo, pero, evidentemente, cuanto más poder se tiene, más dificultades se encuentran en el trabajo.
Y ahora lo dejaría de hacer, ya no quería hacerlo. Había pedido permiso para salir a buscarla y no lo conseguía. Es el momento de escapar de allí.
El trabajo era sencillo, sólo tenía que verificar que toda alma llegaba a su destino. Sin más. Allá donde algún pobre cuerpo era despojado de su alma, allá que se encontraba él. Un Principado del Tercer Coro, que dirían los más puristas.
Descubierto en su trabajo, y desposeído de su poder por rebelarse, por querer salir de allí para buscar a una mujer, por desobedecer, por no seguir su camino, se encontraba en tierra de nadie. Mejor dicho, ahora se encontraba en el otro lado, aquel contra el que siempre había luchado, frente a todo ello. Frente a ella.

“Un ángel caído frente al Ángel Caído”

Un dolor inmenso le sacudió, como algo sobrenatural, como si mil golpes arañasen su espalda, como si toda la ira del Cielo y del Infierno cayese sobre él, como si su pecado y su culpa no fueran a ser perdonados nunca. Como si viese ante sus ojos la imagen más bella y supiera que nunca seria suya. Fulminado por aquel dolor, desde el suelo, pudo contemplar la belleza de aquella mujer por última vez.
No podía morir, no podía vivir. Expulsado del cielo, deambulante por el infierno, la oscuridad que lo envolvía no tenía ningún sentido. ¿Es amor lo que lleva a dejarlo todo hasta los confines del bien y el mal? ¿Es una fantasía? ¿Es la soledad infinita y el clavo ardiendo?

Es todo una metáfora, un viaje, un sentir extraño en la oscuridad de la vida, llena de ruidos que nos desbordan, de trabajos que nos hacen pensar que el tiempo pasa indolentemente, de personas que importan y que dejamos escapar, o que no importan y hacemos que sean fuertes en nuestras vidas.
De pie, desnudo, oscuro.

Una luz al final. Siempre hay una luz que ilumina la esperanza, la siguiente parada, la vida o la muerte. Y tras esa luz, otra puerta...

jueves, 10 de septiembre de 2009

Capitulo 6.

N

Atado a la cama, fustigado, castigado, harto de placer y sin poder dejar de gemir, desnudo, dolorido, absorto en mil y un orgasmos, las muñecas rozadas, las cuerdas tersas y duras, sudoroso y con la mente en blanco. Esa era su imagen.

No tenía claro si aquello había sido un castigo…

La mujer se alejaba, contoneándose aun desnuda sobre los tacones, dejando tras de sí una estela de placer y de calor, un olor a sexo y a sangre, como si de un cuento de Bataille se tratara.

Estaba inmóvil. No podía mover un musculo de su dolorido cuerpo tras aquella batalla campal que aun dudaba si había ganado o perdido, si habría conseguido superar aquella prueba, o si sólo habría sido un castigo por atreverse a tanto. Pequeños espasmos recorrían aun su cuerpo y hacían que se aflojaran las ataduras de sus manos, más y más flojas, como su cuerpo, como su mente.

En la artificiosidad de aquella estancia ya no quedaba más que oscuridad, esa misma que se había tragado a la Virgen de los Infiernos, y que de nuevo, sólo mostraba, ahora entreabierta aquella nueva puerta.

Casi arrastrándose, como usando su último aliento, llegó hasta aquella nueva estancia, puerta, prueba o lugar. Levantándose, apoyado en la puerta comprendió al ver lo que le deparaba que aun quedaba mucho por recorrer, pero que un final estaba cerca, o al menos un punto de parada.

Al otro lado de la puerta, tal como la recordaba, tal como la había guardado en su retina. Allí estaba, sentada en un trono, aguardándolo.

Parecía que su cansancio cesaba, que su cuerpo se recuperaba, que su vida volvía a tener la plenitud que necesitaba, la claridad de ideas que tanto le había hecho destacar, y las ganas y la necesidad de acercarse a ella, a esa mirada pálida que no se le había borrado ni un solo segundo de su cabeza.

Ahora era diferente, parecía distante, fuerte, segura. Nada que ver con aquella imagen frágil empapada bajo la lluvia, con ese recuerdo de debilidad. Pero su hermoso cuerpo pálido, su pelo, su desnudez, seguía siendo la misma. Los ojos se buscaron entre aquella distancia, encontrándose sin miedo, y ella, en un susurro, volvió a repetirle aquella letanía:

“Dejad los que aquí entráis, toda esperanza”

Esta vez era una advertencia. Una línea de seguridad entre los dos. Entre el bien y el mal, entre un ángel y un maldito, entre la búsqueda de la paz y la paz misma… o lo que podría ser la paz.

La hora había llegado, y era el momento de tomar todas las decisiones.

“Con lo mal que se me da elegir…”

viernes, 4 de septiembre de 2009

Capitulo 5.

R

Lo que sostenía aquella mujer era…

“Mal rollo…”

La fusta se movía veloz, susurrando en el aire, amenazadora, con la sabiduría del placentero dolor que causa, y con una sonrisa por acompañante.

La mujer que ahora distinguía no tenía nada que ver con lo que hasta allí había conocido en aquel viaje: de formas increíblemente perfectas, redondas curvas, tersa piel morena y una luminosidad propia que rompía la oscuridad del lugar.

La fusta se movía veloz, administrando la distancia entre ese ser (no podía ser real algo tan aparentemente perfecto) y él. A pesar de esa distancia los ojos azules se distinguían, las facciones claras, marcadas, hermosas, el pelo rubio cayéndole por los hombros. Era la imagen más perfecta de cualquier representación divina: “¡La Virgen…!”

La divinidad, fuese del mundo que fuese, debió haber leído aquel pensamiento, pues su sonrisa se transformo en una carcajada, y una mirada profunda que dijo todo lo contrario: “De Virgen, nada”

La fusta se movía veloz, como indicando en cada momento la dirección a la cual debía dirigirse, la velocidad para moverse y con cuanto cuidado hacerlo. Ella parada sobre sus tacones seguía mostrando aquel cuerpo desnudo, fabricado obviamente sólo para el pecado.

La habitación se había iluminado casi sin darse cuenta. La presencia de aquella mujer había hecho que por un momento olvidara donde se encontraba realmente, dejándolo absorto en un solo pensamiento. Ahora en lo que le había parecido una estancia totalmente vacía se encontraba una cama, y ya podía distinguir al fondo, tenue pero visible, lo que parecía la única puerta de salida.

La fusta se movió veloz, tanto que casi pudo sentirla en su cara, pero lo que hizo fue rozar su camisa, fugaz, dura, precisa, lo justo para romper los primeros botones que la abrochaban. El segundo golpe terminó el trabajo.

Los pasos intimidatorios hicieron que su respiración se acelerara, y que su pulso se acelerara. Estaba tan cerca que podía notar el calor que emanaba de aquella mujer de aquel cuerpo, de aquel pecado en estado puro, que extendió sus manos para sacarle lo que quedaba de la camisa.

La fusta se movía lentamente, acariciándole y llevándolo hasta aquella cama, donde parecía que pasaría lo inevitable, o lo que todos se imaginan que podría pasar, o muchos desearían que pasara, o quien sabe quien no querría que ocurriese…

La fusta se movía…

miércoles, 2 de septiembre de 2009

4.

Parece que pasamos del todo a la nada, del calor al frio, del verano a “no se sabe que” cuando pasamos la frontera de Agosto y entramos en Septiembre. Lo dice la tele: en cuanto “El Corte Inglés” decide que empiezan las ofertas de los “Corticoles”, las publicidades de coleccionables en fascículos, o las nuevas series de la temporada en televisión, se termina el verano, así, de un plumazo. Está todo el pescado vendido, vamos cuesta abajo a la fiesta de Todos los Santos, y de ahí, en un “plís”, Navidades, y de que te das cuenta estás de Carnaval, y una vez saltada la Semana Santa (si yo mandara o mandase, prohibida) el tercer trimestre escolar pasa en un “santiamén” y nos plantamos en verano, que se pasa volando, y de nuevo, again, Septiembre… (Llaman a la puerta)
Perdí el hilo… Llevo todo el verano de obras en el cuarto, y por si no fueran suficientemente molestas, todos los operarios de las obra, llaman a mi piso… ¿Qué hablaba? Tontás seguro…ah, sí, del verano…
Ha sido un verano bueno. Extraño, curioso, cansado, pobre, bueno en definitiva. No podía ser de otra forma, a vueltas con el año de la crisis de los 30, si hubiese sido de otra manera, qué decepción… Al final me lo he pasado viajando, y mira que no me gusta nada, pero antes la obligación que la devoción. Aunque esta vez, casi han caminado de la mano y… (Suena el móvil…)
Así no hay quien se aclare, con lo difuso que yo soy… He quedado para dentro de un rato, odio las reuniones de trabajo en las que sabes que no hay ningún trabajo que hacer… ora et labora…
Bien, bueno, vale… el verano… los amigos, los reencuentros, hacer el indio, retomar aquellos años cuando teníamos menos años, cantar “Billy Jean” a capela, beber ginebra en cantidades industriales,(descubrir que aquello es malo para las transaminasas), pensar que nos hacemos mayores, que no hay nada como salir en zonas con mucho ambiente, descubrir que somos un grupo de amigos que crece, que se quiere, que anda y ríe, y que seguramente por muchos años que pasen, no se dejará de sentir cerca. (Pita un “sms”, leamos…)
¿Por qué no trabajaré en un banco, que es lo quería mi madre? Se adelanta la reunión, ¡maldición! Toca ducharse, viene gente importante. El final del verano… ¿en eso estaba, no?
En los veranos también se reencuentra uno con viejas amistades, es lo que tiene que todos vacacionen en agosto, que unos van, otros vienen, de otros nos alejamos y así esperamos que vuelva septiembre para acercarnos. Hay cosas que nunca cambian, por eso resistimos. (¿Qué música pongo para la ducha? Mmm “I´m yours” obviamente)
Odio el verano, y salir de la bañera sudando, seguro que es por culpa de la bilirrubina. Odio los médicos. Me tengo que marchar. Que dura es la vida del artista. Antes tengo que dejar esto terminado, que ya es el colmo, me han pedido que lo dedique…
…for Charles, The Lord of the Glees…

viernes, 28 de agosto de 2009

Capitulo 4.

E

Era como una letanía, repetida en un susurro, entre los jadeos y los movimientos de su cuerpo, entrecortándose por la falta de aire, ahogada por sus propias palabras, por su propia ansiedad, por su propio deseo…

Por mí se va hasta la ciudad doliente,
por mí se va al eterno sufrimiento,
por mí se va a la gente condenada.

Le costó un poco entenderla. Sus cuerpos se movían acompasados, cadentes, bajo aquella lluvia, bajo aquella soledad inusitada, bajo todo el placer. Las frases se perdían. Pero en un momento, como si pudiese salir de su cuerpo y observar la imagen desde fuera (de hecho, podía hacerlo) contempló aquella imagen. Su imagen. Ambos se entregaban a una lujuria carnal que no podía explicarse con palabras: sin gritos, sin brusquedades, pero de una pasión desatada. Eran, efectivamente, dos fuerzas opuestas de la naturaleza, en este caso, divinas, chocando placenteramente. Ella se movía sentada sobre sus piernas sin dejar de repetir aquellas frases, extasiada, moviendo su cabeza a un lado ya otro, pero sin dejar de mirar fijamente a sus ojos. Sus manos no podían dejar de acariciar aquellos blancos pechos, ahora erizados por el placer, por el frio y empapados, por la lluvia o por su propio sudor. Era como si hubiesen cometido ese pecado muchas veces, como si fueran dos amantes experimentados. Paró, cerró los ojos y una sacudida de placer hizo que ella pereciese recostada en su pecho, parecía que hubiese muerto, pero su cadera seguía moviéndose, sabedora de que aun quedaba por llegar un placer mucho mas celestial. Con un movimiento veloz, sus cuerpos estaban tumbados, ella reposando su espalda en el pecho de él, totalmente estirada, extasiada, dejaba acostar su cabeza sobre el cuello, dejándose hacer, dejando que las duras manos pudiesen llegar hasta el final de su cadera, hasta su pecho, hasta su boca…y con nuevo placer, acariciando las palabras, volvía a repetir una y otra vez:

La justicia movió a mi alto arquitecto.
Hízome la divina potestad,
el saber sumo y el amor primero.

No podía más, sentía como un escalofrió recorría su cuerpo, como aceleraba sus devaneos, sus movimientos y embestidas se aceleraban ante lo irremediable, ahora eran las respiraciones las acompasadas, como si ella estuviera esperándolo, a pesar de sentir una y otra vez la sacudida del placer, era irremediable morir ahí. La descarga eléctrica del orgasmo les sacudió, les movió, les dejó sin respiración por unos momentos, por unos segundos eternos. Estaban tumbados uno junto a otro, escuchándose respirar, tragando saliva, intentando recuperar el aliento, intentando entender que le había hecho dejarse llevar así, dejarse arrastrar de aquella manera tan brutal a ese cuerpo, a ese pecado. Cuando consiguió reunir un poco de fuerza, se giró para volver a ver su rostro. Recostada sobre su brazo, erguida, desnuda, soberbia, desafiante, con aquella sonrisa. “Maldita sonrisa” pensó. Sin poder decir nada, sin abrir los labios, ella volvió a echarse sobre él, recostada pegando sus pechos al suyo, cerca, tanto que ahora sí que podía ver esos ojos. Y entonces ella exclamó:

Antes de mí no fue cosa creada
sino lo eterno y duro eternamente.
Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza.

“No puede ser…”

lunes, 24 de agosto de 2009

INFIELES (...o no)

- ¡Ya voy!
Patinaba por el pasillo a toda prisa, sólo le faltaban las gafas de sol para emular completamente al personaje de Tom Cruise en “Risky Business” por lo demás, la pinta era bastante parecida. Con esa idea y el timbre taladrando en el ambiente llegó la puerta, jadeando y sonriente.
- ¿Se puede saber de que te ríes?
Arreglada como para una boda, con una cara de perro-presa-asesino-ladrador, seguía con la mano en el timbre.
- Llevo una hora esperándote, llamándote al móvil, al fijo, al timbre, al… ¿y tus pantalones?
- Me he manchado, estaba apunto de cambiarme y salir cuando llamaste como una poseída al timbre. Ayer me dejé el móvil en el trabajo, me imagino que me pillarías en la ducha cuando llamaste al fijo, y…
Las ultimas palabras resonaron en la inmensidad del vacío, porque ella había pasado a la fase mujer-indignada (modo lamento) y se movía ya por los adentros del piso-zulo.
- Si no querías ir, con haberlo dicho bastaba. (Sollozo) Meses intentando convencerte de que me acompañes por fin a la ópera, semanas para conseguir las entradas, y al final plantada una hora. (Sollozo lacrimoso) No hay derecho (Llanto ma non troppo)
- No es eso mujer, si sabes que me hacia ilusión, pero resulta que me ha mandado un “ese-eme-ese” Luis para que le mirara una cosa del trabajo y perdí el tiempo.
- ¿No te habías dejado el móvil en la oficina?
- Quiero decir un mensaje en el contestador…del fijo…sí…del fijo… un mensaje de voz que ya he borrado, además. ¿Si? ¿Hola?
La mirada-asesina de novia-indignada había pasado del hombre-capullo a fijarse en la cocina-americana del piso-zulo de su novio-cabrón… En la encimera, camufladas bastante mal, obviamente, dos copas de vino, y una botella casi vacía. Lo que ya era una mujer-indignada en modo iracundo, tardó un segundo en reencarnarse en el negro de CSI:
“Dos copas; en una parece haber resto de pintalabios. La botella está casi vacía y caliente, calculo que lleva abierta unas cinco horas treinta y dos minutos. Vino tinto, Ribera, no hay restos de coca-cola, ergo no ha sido con ninguno de los gárrulos de sus amigos, y anoche jugaba el Atleti…”
Cuando parecía que la laca que llevaba en el pelo estaba a punto de arder a consecuencia del calentón, justo antes de “el gran grito de la mujer “, antes que él articulase un solo moviendo de defensa-protección-evasión, sonó un ruido tras la puerta del mini-baño del piso-zulo.

“Alarma” “Alerta” “Peligro” “Warning” “Achtung!”

Ahora parecía circular en su frente un letrero de esos luminosos, y se veían en su cara todas esas expresiones. Y es que él tenía mucha cara (y frente donde verlas)
- ¿Quién…está…ahí?
- …Nadie…

ERROR. ERROR. ERROR. ERROR. ERROR. ERROR. ERROR

En ese momento, la vena del cuello, que nadie sabe como se llama de verdad, pero todos identifican como “La Vena de la Patiño” comenzaba a tomar vida propia. Ella se disponía a abrir la puerta del mini-baño, cuando El (aun sin pantalones, y con los calzoncillos de “Spiderman”) se colocó delante impidiéndole el paso:
- ¡No lo hagas! ¡No merece la pena! ¡Ellas no significan nada!
- ¡¡¡¡¿ELLAS?!!!!
- De verdad, no se como ha sido, me dejé llevar, yo no quería…
Como si un jarro de agua fría le hubiera caído encima, se quedó pasmada. Buscó el sofá, apartó la montaña de ropa sin planchar, con solera de unas semanas, y se desplomó (literal y anímicamente) para “ojipláticamente”, esto es, con lo ojos como platos, enlazar frases de incredulidad, una tras otra:
- No lo entiendo…yo, que te quiero como una madre, de hecho cambié de peinado para parecerme a tu madre. Yo, que estoy pendiente de ti a todas horas, que no pasa un momento sin que esté llamándote o mandándote mensajes de texto para saber que haces. Yo, que me he empeñado en que cambies de estilo de ropa, en que leas más, comas mas verdura, bebas menos alcohol, olvides a tus amigotes que no son mas que malas influencias. Yo, que lo que quiero es que me hables y me cuentes tus cosas, anteponiendo el dialogo al sexo, tan sucio e innecesario. Yo... (© by Raphael)
- Si tienes razón, si soy un mal hombre, no se como me he dejado llevar (se acerca a ella) Ninguna de ellas vale lo que tú, que sólo me quieren por el sexo salvaje (la ayuda a levantarse) Creo que es porque tú vales mucho más que yo (llevándola hasta la puerta de entrada) Porque yo no he sabido apreciar todo lo que haces por mi, y creo que te mereces alguien mucho mejor, alguien que te quiera más como tú te mereces (abriendo la puerta de la calle) Lo mejor sería que nos separásemos ahora que aun podemos ser amigos, aunque tengamos que estar un tiempo sin vernos, por que será muy doloroso, quizá tres o cuatro años (sacándola del piso-zulo) De verdad, no podré olvidarte nunca, pero ahora es mejor que lo dejemos. Adiós, te querré siempre (cerrando la puerta)
Cada uno aun lado de la puerta, mirándola cerrada, callados en el mas profundo silencio, pendientes de adivinar cual seria el siguiente paso del otro. Ella cabizbaja y abatida rumbo a las escaleras que bajaban a la calle, él incrédulo de lo que terminaba de pasar, encaminado al mini-baño del piso-zulo.
Al abrir la puerta del baño se encontró al gato subido al armario, jugando con los botes, (con los dos únicos botes, el gel y el champú) No podía creer lo oportuno que había sido. “Con lo poco que me gustan los animales”
Como premio por su colaboración le llenó el cacharro para beber de leche. Al paso, sacó del frigorífico un bote de coca-cola para mezclar con el poco vino que le quedaba, mientras en la tele veía a un ruso de nombre impronunciable y un chino con cara de mala leche, partiéndose el alma por ganar un partido de tenis. Evidentemente, en calzoncillos… (El ruso, el chino y él)

“Que paz…por fin… mujeres”

Al salir del bloque de pisos, sólo tuvo que esperar un minuto. Un coche, deportivo, amplio, muy amplio, se paró haciendo chillar las ruedas del frenazo y le abrió la puerta. La conductora, una chica morena, guapa, delgada, con el pelo “panten”, la recibió sonriente con un beso largo y profundo, mientras dejaba caer su mano por debajo del vestido, pellizco morboso incluido.
- ¿Qué ha pasado? No has tardado nada…
- Bueno, me han dado facilidades…hombres…

miércoles, 19 de agosto de 2009

Capitulo 3.

F
Todo sucedía muy deprisa. Por alguna extraña razón ella lo miraba diferente. Era como si supiese lo que estaba haciendo allí, como si supiera quién era él. Cuando salió corriendo no pudo resistirse, buscarla, salir corriendo detrás de ella.
Eso había sido el comienzo de todo.
Una mirada.
Estaba allí, parado, observando que todo se desarrollaba con normalidad. Que la rutina del trabajo era la correcta, cuando notó que unos ojos se clavaban en él. Al principio pensó que la curiosidad era mirar a todo el mundo que se arremolina en un accidente de tráfico: lo que ocurre, quien está, quien mira. Pero aquella mujer sólo lo miraba a él. La gente corría de un lado a otro, intentando averiguar, pero ella estaba inmóvil, sólo con la mirada fija. Clavada. La empezaba a notar insistentemente, sin inmutarse de nada, ni siquiera cuando comenzó a llover cambio su postura. Quieta. Inerte. Mirándolo.
Vio como giraba la esquina, a paso ligero. Cuando él entro en la calle vio su silueta, de nuevo parada, como si le estuviera esperando. Al andar hacia ella, volvió a echar a correr. Era un juego que no podía evitar. ¿O que no quería evitar? La lluvia lo empapaba, y ella se movía veloz entre las callejuelas. Hasta que desapareció.
Igual que en las películas americanas, al meterse en el último callejón desapareció.
Recorrió la estrecha calle lentamente mirando cada rincón, buscando entre las sombras. La lluvia caía insistentemente, no importaba. Algo hacía que esa misteriosa forma llamara tan poderosamente su atención. Algo no era normal, y lo sabía.
Nada.
Entonces, sin apenas notar su presencia, una mano se apoyó en su hombro. Quiso girarse pero la mano apretó para que no lo hiciese. La otra mano le tocó la cara. Le acariciaba. Era blanca, muy pálida, muy suave. Notó como las manos lo cogían y se movían de forma que lo apretaban, pero no dolorosamente. Notó el pecho de la mujer en su espalda, la cabeza apoyada en sus hombros, era un abrazo.
Lentamente permitió que se diera la vuelta. Estaba allí, abrazada a hora frente a frente. El agua resbalaba por su cara, apenas iluminada por las farolas, pero que era tan pálida como aquellas manos. Quiso abrir la boca, preguntar, pero como si ella fuese un paso por delante coloco la mano en su boca, pidiendo silencio. Al apartarse vio que aquella mujer era hermosa, extraña. Vestía un abrigo largo hasta los pies. Ahora se fijaba, estaba descalza. Sin decir nada se desabrochó poco a poco, dejando ver su cuerpo desnudo bajo aquella prenda. No podía decir nada. No entendía nada. Tampoco quería moverse. El tiempo se había detenido. Ni un coche pasando, ni un ruido más allá de la lluvia, ni un alma…ni siquiera ellos tenían alma.
El cuerpo desnudo se acercó a él…

lunes, 27 de julio de 2009

Capitulo 2.

N
La verdad es que había sido relativamente fácil llegar hasta ahí. Al principio, lo complicado fue saber cómo. Luego, más que difícil, trabajoso.
El camino estaba marcado. Le costó un poco dar con ello, pero estaba ahí delante, justo en la punta de sus narices: en la literatura, en el arte, en casi todo. Si al Cielo se llegaba por la virtud, al Infierno se llegaría por los vicios, o al menos por los más importantes, los siete más importantes.
“Estamos apañados”
Había que reconocer que caer en los Siete Pecados Capitales, uno detrás de otro, era bastante más placentero que la vida de restricciones que había llevado. Al menos hasta hace unos días.
La Gula sería lo primero. La gula habla de los excesos en general, no como habitualmente se piensa sólo en el comer. Se trataba de caer en el exceso del vicio, y necesitaba una ayuda, un estímulo: la ginebra.
“Un ángel borracho” Lo pensó mientras se reía sin poder evitarlo de las pintas del camarero, atónito a la cantidad de copas que llevaba. Salió tambaleándose de aquel tugurio a duras penas. No anduvo mucho. Tenía prisa y no mucho tiempo. Paró ante la puerta de un local que prometía bastante: “Edén” ¿Sería una señal?
“Si lo conocieran de verdad, no se les ocurriría poner su nombre”
Un local oscuro, lleno de luces de neón esforzándose por encenderse, chicas medio desnudas aguantando sobes de borrachos trajeados, y hombres con pinta de matón de película italiana. No tendría que moverse de allí para completar el camino.
Lujuria, Envidia, Ira, Soberbia, Avaricia y Pereza. Cada uno de ellos se reflejaba en las caras de todas esas personas. Incluso en la suya propia, devuelta por los espejos que adornaban cada rincón, y que no hacía más que recordarle hasta donde estaba dispuesto a llegar, y lo que debería pagar por ello. Estaba seguro que todos los demonios del mundo estaba ahora mismo apostando a si sería capaz o no, de hacer aquello, de dejarse arrastrar, de ver como El no hacía nada por intentar salvarle. Y se reían a más no poder.
Los maldijo a todos. Estaba hecho. Se giró y lanzó su vaso contra aquellos espejos, rompiéndolos en mil pedazos y provocando que todo el mundo se girara a contemplarle, a admirarle, a temerle, a desearle…
Cuando abrió los ojos ya no estaba allí. No recordaba mucho, la resaca lo acompañaba y no parecía tener muchas ganas de abandonarle. Un revuelo en aquel bar, un par de chicas a las que subió a una de las habitaciones, más golpes y salir apaleado a un callejón por no querer pagar. No creía que fuese verdad lo que veía ahora
Allí estaban ante él, como si fuera una broma pesada de algún profesor de arte: La Porte de l`Enfer…

viernes, 3 de julio de 2009

3. (el amor es un balón de futbol)

Me he comprado un brazalete de esos que te permiten llevar el mp3 mientras que corres. Lo voy a estrenar. (“Mientras me aguanten los huesos” de Fito) Vaya…Bajo las escaleras y me largo al parque. Correr me libera un poco la mente. El amor es una cosa maravillosa, aunque cada vez me convence más que no existe. O no al menos como la idea romántica idealizada que culturalmente tenemos en el imaginario colectivo. Existen muchos sentimientos, muchas sensaciones que podemos asociar al amor, y que nos hacen igualmente felices. Hay un ejemplo que me gusta mucho pensar, y que une amor y fútbol. (“Perro Viejo” de Fito ¿no tengo puesto eso de aleatorio?) Ahora en esta época de verano los equipos de futbol mercadean con sus futbolistas, y éstos en muchos casos se dejan hacer. En unos meses veremos como unos tipos en calzoncillos besan y abrazan los escudos de sus camisetas a cada celebración. Hombres que una temporada atrás hacían lo propio de otras camisetas de otros escudos. Yo he jugado al futbol (bueno, yo salía a correr como poseído detrás de la pelota y bastante hacia con no volver a casa magullado cada fin de semana) y sé lo que se siente cuando se dispara la adrenalina, la emoción de la competición y las pasiones que se desatan, por eso no pongo en duda los sentimientos de esos deportistas, que “sienten los colores” como su segunda piel, aunque cada año muden de piel por un precio razonable. Ahora es cuando hago mi reflexión intentando darle sentido a este ejemplo. ¿Cuántas veces nos podemos enamorar? ¿Podemos ser como los futbolistas? Volviendo a aquellas líneas, si el amor fuese eso que debería ser sólo nos enamoraríamos una vez. Sólo una. Pero no es así. De hecho es posible que pasen por nuestras vidas dos o tres o cinco o diez personas a las que les habremos dicho “te quiero”. También es posible que no, que encontremos esa persona, única y complementaria, y pasemos a su lado el resto de nuestras vidas. Confieso que conozco bastantes ejemplos de ambos casos. Yo pensaba ser como Guardiola, estar siempre en el mismo equipo, desde pequeño…pero no pudo ser, mi equipo decidió que era mejor vender. Como suele pasar con esos jugadores, que se pasan toda la vida en el mismo equipo hasta que salen, y entonces ya no paran de moverse de un lado a otro, como trastos que no sabes donde colocar (“Barra Americana” de Fito, again) Y así fui dando tumbos, besando escudos. Que cruel suena esto… Tengo que pasar de Fito… hasta que por una serie de carambolas haces una gran temporada en otro equipo, y te vuelves a plantear ser Guardiola. Ahora ya tengo la edad en la que a los jugadores se les empieza a decir “viejos” y no tengo equipo. Llevo una temporada añorando. El amor es una cosa maravillosa. (Por fin pasó Fito “La revolución sexual” de La Habitación Azúl) Recuerdo cuando murió Juan Gómez “Juanito Maravilla” que lo enterraron y encima del ataúd había dos camisetas, sus dos amores, la del Real Madrid y la del Málaga, aunque también jugó en el Burgos y el Atlético de Madrid. Que reflexiones más raras…esto es la vida sana…en cuanto vuelva casa, chocolate en vena… Me cuesta mucho separar ciertas sensaciones que añoro, sentimientos y personas, aunque sea capaz de identificar que sus momentos de amor ya pasaron (“Miedo” de Mclan…vaya tela) Quizá encuentre muchas personas a las que acercarme, con las que sentirme bien, a las que querer y que me querrán, incluso puede que acabe mis días acompañado y feliz. Pero ahora me cuesta mucho darle patadas al balón, y echo de menos…bueno, no se…quizá sea la soledad la que me hace pensar esto. Que las cosas nunca son como queremos, o si y somos nosotros las que las estropeamos, o yo, que nunca supe rematar de cabeza, o yo que se…me vuelvo a casa. Estoy sudando como si me hubieran tirado un cubo de agua por encima. (Esto no sé lo que es…algo en ingles, debe ser de “fama” lo de bailar) El amor es una cosa maravillosa…y el futbol, también. A las duchas.

viernes, 19 de junio de 2009

Capítulo 1.

I
Hacía mucho calor.
“Normal” Pensó. “Así debe ser, por eso esto es el infierno…”
Algo extraño. No se parecía mucho a lo que estaba acostumbrado a imaginar, aquello de la cueva, las llamas y una olla gigante dónde se quema a los condenados, removida por demonios y diablos, tridentes y esas cosas.
Ante sus ojos, en su lugar se abría una estancia amplia, sin muebles, luminosa, blanca, casi más parecía lo que la imaginación nos traía como “Cielo” que al mismísimo reino de Satán. En vez de esos seres rojos, una mujer, vestida de traje negro y un hombre igual de elegante hacían las veces de recepcionistas, parados en el centro de la nada. La mujer se acercó. Aquellos ojos negros se clavaron en él.
“¿Confundido?”
“Un poco…”
“Suele pasar. ¿Me acompaña, por favor? Le están esperando”
Aunque había intentado no hacerlo, el escote de aquel traje pedía a gritos ser admirado, donde un pecho generoso se insinuaba. La mirada furtiva, fue cazada por ella, con picardía, sabiéndose deseada. Con un leve gesto de las cejas, parecía que le preguntaba si era de su agrado... Se volvió lentamente para indicar el camino. Sus pasos cadenciosos movían la cadera redonda, casi perfecta. Imposible imaginar que aquello fuera un ser del inframundo.
Aquella mujer se paró a los pies de una escalera interminable, igual de blanca que el resto de la estancia, mármol y metal. Con un leve gesto de las manos, indicó que debía subir.
Al final de la escalera un puerta. “Vaya, otra más” Aquello de las puertas no era un cuento. Ya se había hecho a la idea de que detrás de alguna de ellas estaría el enorme perro sangriento aquel de tres cabezas, aunque de momento, nada tenía que ver con nada. Esa puerta estaba entreabierta.
Al traspasarla se cerró. “Ahora sí que la hemos liado”. Oscuridad total. Ni siquiera se volvió a intentar abrirla. De algún lugar salía un pequeño haz de luz, que daba algo de nitidez a esa oscuridad, y aun tardaría un poco a acostumbrar sus ojos a la penumbra.
Alguien (o algo) estaba cerca. Sentía la respiración profunda, el aliento de un ansia leve pero cercano. Muy cerca. La luz era escasa, pero ya podía intuir, justo delante de él, las formas de una mujer. ¿Desnuda? La penumbra no le daba los detalles, pero la forma era inconfundible, redonda, tersa… se acercaba lenta, haciendo que los tacones sonaran nítidamente. “No tan desnuda”. Algo sostenía en las manos, que no alcanzaba a diferenciar. El calor se intensificaba por momentos. Ya la veía claramente. Justo delante de él.
Ahora ya sabía lo que tenía en las manos…

miércoles, 17 de junio de 2009

2.

Estoy sentado en el tren.
Como dice la zarzuela, “los tiempos avanzan que es una barbaridad”, y puedo escribir esto sin que tenga que pasar por garabatos apenas legibles de libreta. De ésos tengo más “tontás” como dicen en mi pueblo… Veo pasar mi paisaje. La verdad es que no es bonito. Es plano, árido, amarillo, aquello de “llanura manchega” que ahora poco a poco se reverdece con la llegada próxima, apenas un par de meses de la vendimia. Por otros lares de Castilla-La Mancha habrá otras bellezas, pero esto, mi tierra, la mía de verdad, es “La Mancha” (hablemos con propiedad). Me gusta volver a mi tierra aunque sea para un par de días, fugaces. Ver como las cosas “del pueblo” no cambian. Dicen que nosotros no somos de un pueblo, sino que somos “del pueblo”. Dicen muchas cosas de nosotros, áridos como buenos manchegos de llanura, cabezones y peleones, como el vino y el queso, y tercos como mulas. Brutos, y divertidos “mas bastos que un arado” Somos “el Lepe de la Mancha” Hoy salí a ver a la familia, a los abuelos que me quedan. Todo en el pueblo está a un paso, por mucho que se empeñen las marujas en sacar el coche hasta para ir a la plaza. Ahora están con la zona azul a vueltas, verás que risas… Las casas siguen predominando a los pisos, la plaza del pueblo está despejada, como siempre. Antes la presidia una rotonda de verde, pero un buen día el alcalde de turno decidió poner una fuente y quitar los jardincillos. En la plaza está el casino, y allí se sientan los abuelos, de cara al paseo, bajo el toldo, para ver pasar a las mozas, mozos y mocetes (un mocete es el que se lo come “to”, se lo bebe “to”, y a la que pilla la “arzalea”) El ayuntamiento, y la posada. La mujeres se pasean, típicas manchegas, bajitas culonas pechugonas y con dos litros de laca. Cuando una moza crece no se convierte en mujer, se convierte en “hermana” y el abuelo pasa a ser “hermano”, y si va con una “bicicleteja”, por el medio la calle, “con más peligro que once viejas”, lo miras y acabas pensando: “regular el hermanejo”
Ya me va quedando menos, en unos años habré repartido mi vida entre varias ciudades a partes iguales. Una pequeña parte de mi se siente “de Madrid” Ojo, no “madrileño” no nos confundamos y la liemos. Pero no puedo dejar de sentir algo extraño cuando llego por allí después de un tiempo.
Por las noches el cielo está tan cerca que se pueden tocar las estrellas, y descansar al sonido de los grillos en el “corral” de cualquier casa, jardín vulgar que llaman otros. O salir a dar un paseo y saludar a todos los vecinos que están con sus sillas, sentados “al fresco” en las puertas de las casas. Entonces te acercas a saludar “Es que hace mucho que no vengo por el pueblo” “Madre mia… ¿pues como está tu padre?” “Se jubiló hace poco” “Pus anda” “¿No lo conoces? Es el chico de Manolo, el de la caja, que se fue a los madriles” Así hasta que te empiezan a preguntar las hermanas “si es que no te casas…”
Por aquí aprendí a montar en bicicleta, en una GAC granate, calle arriba calle abajo, y más tarde en mi Motoreta BH cual “Bici Volador” entusiasmado (y eso que no sabía que Nicole Kidman era ella!), a tirar el trompo, a jugar a las canicas, a ser un tuercebotas futbolero, con esas porterías en la era, a enamorarme y a echar de menos un sitio de paz donde encontrarse en un bar con los amigos, sin necesidad de mandarse cuatro sms o publicar tu estado “yendo a tomar café” en el dichoso muro del dichoso “feisbuk”, simplemente porque es el bar de siempre.
Anuncian que mi tren entra en Atocha. El vagón se revuelve y todos se preparan. Mi pueblo no tiene tren porque los antiguos lo quitaron, pensando que era un mal invento y les contaminaba las tierras. Ahora los bisnietos de aquellos se pelean con los gobiernos porque se lo vuelvan a traer. Somos asín.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Locos y sordos

Supongo que para completar el título faltaría "solos". Digo, o mejor dicho escribo, "supongo" por que aun no estoy muy convencido de ello. Quizá al final de estas lineas lo haga.
Me llama la atención, mucho, andar por la calle y encontrame a mi mismo parapetado tras los auriculares de mi mp3, observando, mirando y curioseando a las otras personas que tambien llevan su musica, aislados de todo lo que les rodea, de lo que nos rodea. Andamos, a lo nuestro, con nuestra banda sonora particular, sordos a la calle, a los sonidos de cada paseo, imaginando esas imágenes mezcladas con la musica que cadad cual tenga, ajenos a todo, como zombis paseantes todos sordos...(que me perdonen por usar de esta manera el termino "sordera") Hay una versión más sofisticada, son los de la categoria "hablando por el movil" Supongo que a la gente más joven no le resulta raro, como ya a nadie, vernos hablando, movil en ristre, por la calle, pero no hace mucho, ir por la calle hablando por el aparatito, que eran autenticos ladrillos, era un hecho casi vergonzante (habia un chiste: "en que se parecen un movil y un condón: en que ambos dan cobertura a un capullo")Ahora hemos dado un paso más, y ya no lo necesitamos, podemos engancharnos los auriculares del teléfono y hablar con las manos liberadas. Así pues no es raro cruzarse con gente que habla y gesticula, como si su interlocutor lo pudiera ver. Confieso que yo he sido de esa gente, mezcla de snobismo y pijerio. Pero ahora cada vez que me tropiezo con alguien así, pienso "todos locos" Sólo nos falta conseguir unas gafas que disfracen nuestros paseos de imágenes más atractivas (todo llegará)
Estas tonterias me llevan a pensar en la soledad, en la búsqueda que la gente hace para evadirse de sus propias realidades y buscar salidas de escape a nuestras vidas, con sonidos, con momentos, con imágenes, con invenciones para hacernos felices, más autofelices.
Quizá esto no sea sinónimo de soledad, sino de avance a un mundo mejor, queizá solo me sirva a mi que vivo en una ciudad y aqui tributa el "salvese quien pueda", y no se da en los lugares allende las montañas, quizá sólo sea el astío de estar rodeado de gente y sentirse solo...
Tambien hay una cosa que me llama mucho la atención cuando camino por la calle, y es encontrar gente que va sonriendo, que anda sola, saliendo del metro, cruzando la calle, y lleva puesta su mejor sonrisa, y no sabemos la razón, pero ahí está, compartiendo su alegria con todos...quizá porque en su mp3 suena esa canción que nos hace brillar, o porque por desde su "manos libres bluetooth", alguien le acaba de decir "te quiero"

domingo, 4 de enero de 2009

1.

Respiro.
Estoy vivo.
No puedo abrir los ojos, los párpados me pesan, lo intento, desisto.
Mi cabeza palpita, es como si el cerebro intentara expandirse intermitentemente y chocase brutalmente cada vez contra el craneo. Es doloroso, es un martillo que machaca, incesante.
No puedo moverme.
Siento frio en las piernas.
Intento repasar mentalmente las últimas horas:
¿Cómo llegué aquí?
¿Vine solo?
¿Que pasó?
No recuerdo nada, o recuerdo demasiadas cosas que se entremezclan y lo único que consigo es acelerar el ritmo del latente dolor de cabeza.
Vuelvo a intentar abrir los ojos, la respiración es más fuerte, el dolor es más fuerte, el frio es más intenso.
Tengo un brazo dormido, no puedo sacarlo de debajo de mi propio cuerpo.
Mis piernas no responden, mis pantalones están a medio quitar, estoy tumbado sin nada que me cubra.
¿Que hora será?
Poco a poco consigo abrir los ojos. Todo está oscuro.
El teléfono, mi teléfono movil. Me pregunto donde estará.
El brazo que me queda libre lo busca. Tiene que estar, fue un ruido suyo el que me despertó.
Noto ahora que mi boca está seca, pegada, amarga.
El cuerpo no quiere moverse, a cada mínimo espásmo muscular la cabeza responde con una gran sacudida de dolor.
Los síntomas parecen claros.
Repaso las posibles causas: 1,2....3,4,5...6,7...8....no creo que fuesen más.
Mi mano parece que palpa algo frio: es el teléfono.
Aunque sea débil, la luz del desbloqueo cae como un fogonazo, el pitido como un estruendo.
La pantalla lo aclara todo:
13,30
01/01/09

...Cómo odio la resaca de nochevieja...