martes, 12 de abril de 2016

38.

Releer. Este he escuchado siempre que es el primer ejercicio del escritor. Leer una y otra vez las ideas que se escriben para buscar las palabras que deben dar continuidad y quedar satisfecho de lo que se ha garabateado. Evidentemente no es mi querencia, lejos estoy de la pretensión del oficio de la escritura, y dudo que los escritores se sirvan de máximas o reglas. Aun así es algo que siempre está presente, poco cuesta, la rutina de la lectura. Gracias a esto me doy cuenta de los temas recurrentes, de los espacios conocidos y lugares comunes a los que me remito cada vez que pretendo sacar algunas líneas y termino por saltar de entrada en entrada de lo ya publicado: la casa, la familia, el tiempo, el amor, la pena, las ideas felices... Últimamente, a las fechas me remito, el tiempo se alarga entre una y otra visita al mundo del blog. Quizá no tenga tanto  que decir, que escribir, que compartir, o incluso quizá haya perdido las ganas de compartir nada con todos porque ahora lo comparto todo de forma más selectiva, íntima, en espacios más pequeños y con menos retórica.  Me consuela que no dejo de escribir en cierta forma, que el trabajo obligado también tiene ese punto de necesidad creativa que me hace sentarme con los textos, más ajenos que propios eso sí, a no cejar en el empeño de la relectura, la escritura, la tachadura y la cara dura. Paréntesis eternos motivados y auto excusados para abandonar esta senda. De vez en cuando surgen esas cuatro primeras ideas que anhelamos convertir en negro sobre blanco, con un tema, con un lema, pero que a la hora de la verdad son vacuas y cuesta de rellenar con sentido. Gran ejercicio este de escribir sobre lo que no escribo. Es tarde, estoy cansado, estoy lejos de mi casa, pero al mismo tiempo en mi propia casa. Lejos de la ciudad, pero dentro de la tierra, de mi tierra. La familia que queremos dejar allá para estar cerca duerme, reposa y deja de bullir en la llanura acomodada a otros ritmos. En unas horas vuelvo, regreso, retorno, respiro. En este afán de añorar acciones, actividades, recuerdos y formas, llevo conmigo el pensamiento del tiempo: del segundero que me atormenta en el reloj de cocina. Aquí, desempolvando agendas viejas, y traspasando apuntes a las nuevas tecnologías, que nos arrastran del papel al “calendar” de la semana vista al “correo recordatorio” Aquí empezó todo. A medir el tiempo en páginas, en apuntes de colores para discriminar reuniones, cumpleaños, fechas e hitos. Recuerdos que se han actualizado estos días, que nuestro tiempo ya no es nuestro sino de las redes sociales que nos hacen de madre amantísima recordándonos el cumpleaños de tal o cual familiar  putativo.  Yo estoy en ello. Intento actualizar mis cacharros modernos y hacerlos pareados a mi clásica agenda. Apunta lo que pasa, porque lo que no está escrito no existe. Así nos va. Vendidos al tiempo egoísta, al tiempo del egocentrismo que nos hace publicar nuestras fechas de cumpleaños para que todos nos feliciten. Releo el paso del tiempo, cumpleaños virtual de ese alter ego literario que me libera cada vez menos, porque cada vez más pienso que siento que soy más feliz. Releo las historias imaginadas, los pensamientos subversivos ingeniados  de una vida alternativa que no me interesa. Releo las necesidades que cada momento me demanda. Escribo ahora, porque tras releer y demandar, mi agenda me dice que hay fechas que celebrar, y no todo el mundo lo sabe. Amo de mi destino, dueño de las ignotas imágenes que queremos evocar. Mi agenda dice que el cuatro de abril es mi cumpleaños y que quizá, por mucho que me disguste celebrarlo de vez en cuando hay que decirlo para que la gente lo sepa. El tiempo, los tiempos, los mundos, nos hacen disfrutar de las comodidades de no tener que recordar. La memoria, el recuerdo, el tiempo... Releer...