miércoles, 17 de marzo de 2010

9.

Camino con la mochila al hombro, mirando al suelo. Me sonrío de las veces que digo “no mirar al suelo” a lo largo del día. Las manos en los bolsillos acompañan la pose. Voy repasando el día, las cosas que han pasado, las cosas que debían haber pasado. Me gusta caminar por la noche, aunque resople, aunque me pesa el cuerpo. Es lo que toca. Hay una sensación extraña de resignación en cada paso que hacen que esas reflexiones no tengan un destino claro, sino que se mueven en círculos sin sentido que no llevan a ningún lugar, sólo al de verse caminando uno mismo. Quizá hoy que hace frio, ande (de andar) y ande (de estar) con pensamientos helados, de esos, que no se deben tener porque lo que consiguen es calentarnos la cabeza. Por lo del frío supongo. Cuando era pequeño y volvía andando por las noches a mi casa imaginaba que era un superhéroe, y cuando además llevaba paraguas, era, además, armado y peligroso. Imagino que de ahí ser un peliculero, un teatrero, un cuentista. Ahora no me apetece imaginarme en aventuras, y me quedo en historias cotidianas, aunque en algunos casos sean igual de fantásticas y fantasiosas, por imposibles, por idiotas, por mi, por todos mis compañeros y por mí el primero. O no. Hoy me traigo en la mochila la sensación de vacío, de no acumular en ella más que trastos y libros y deseos y dudas. El tiempo nos va colocando en camino y me da la sensación que para ese camino, ni llevo las botas adecuadas, ni lo que porto me ayudará mucho. Hay una frase, una de esas que viene al pie de las agendas, que me ha parecido siempre cuando menos curiosa: “la esperanza es buena compañera de camino, pero mala consejera” Pues eso. Tengo que pasar por la tienda de la esquina a comprar algo de cena. No hay rutinas con los pasos que se dan sin pensar, que llegan uno de tras de otro, sin dejar de sumarlos. La lluvia fina que anuncia que estoy cerca de mi casa ayuda a enfriarme el coco. “No pienses tanto” Siempre he sido un teórico, alguien que se queda mirando en la distancia sin atreverse a dar algunos pasos, a pensar por los demás donde debería estar, lo que hace que cuando descuelgue el teléfono para hacer esa llamada ya sea demasiado tarde. Por eso me gusta caminar, con las manos en los bolsillos, con la capucha del abrigo, con la mochila al hombro, con los pies pesados, con la cabeza llena de pelo, con la soledad al lado, porque al menos es algo que cada día me deja pensar en los errores, las consecuencias, las acciones, reacciones y repercusiones. Es verdad que también hoy camino con media sonrisa, la que produce mirarme desde fuera, contemplar cómo hacemos camino de nuestras propias tonterías. La tienda de la esquina es la única luz de la calle. Hoy parece que seremos furtivos oscuros todos los vecinos. Tengo contados los pasos que hay del principio de mi calle a la puerta de mi casa, los escalones, el número de barrotes de la barandilla, y algunas veces calculo la velocidad a la que ando. Cosas de viejos, hay que hacérselo mirar. Mi sonrisa me da el último ánimo a entrar en la tienda, buscar un bote de algo, y salir rápido (pagando, pagando) Mi sonrisa viene de aquella esperanza que me acompaña, ya veremos otro día si le hacemos caso o no a lo que nos aconseja. Todas las sensaciones se van diluyendo para dar paso a las acciones, eliminar las preocupaciones para dar paso a ocupaciones. Camino con las manos en los bolsillos, mirando al suelo. Me sonrío de las veces que pienso.