miércoles, 29 de octubre de 2014

34.

...las diez y media...
No sabía muy bien si era tarde o temprano. Como horario diario, tarde: las siete de la mañana era la hora habitual, rutinas de viejo, que decían. Para ser domingo ocioso era temprano. Pero la cama no tenía ningún aliciente. Las camas vacías no tienen ningún atractivo. Cerró los ojos un momento para chequear los daños colaterales de la noche. Todo en su sitio, todo puesto, nada que reseñar. Sin salir de la cama, encendió el teléfono. Pensó que si fuera fumador lo primero que hubiera hecho es encender el cigarrillo. Repasó mensajes y buscó algún rastro no deseado dejado en el camino a casa. Respiración resignada restringida. No se puede así.
… once menos cuarto...
Ducha de purificación. Quitarse olores...humo de otros, copas de bar, perfumes de otras, sabores amañados, pensamientos impuros de recuerdos poco castos. Estaría bien que la tristeza se fuera por el desagüe. Los domingo amaneces triste. El agua rompe, quema, derriba, abrasa, cómo si quisiera conquistar la casa de un tirano.
..once y media...
Café. Solo. Amargo. A lo holandés. La mañana respira tranquila. Soleada, amable. Como si nada tuviera que ver con el mundo. La casa acompaña y deja que por sus ojos entre toda la luz, con ese color tan diferente que tiene el momento sin prisas, que juega entretenida con las sombras lentas de imperceptibles movimientos que hace que todos esos objetos inanimados puedan moverse por unos segundos. La radio canta palabras de Despedida. Vuelve a cerrar los ojos.
..las doce...y sin vender una escoba...
Justo a la entrada de la calle, tan de domingo con el mundo, hay un quiosco de prensa, que ocupa una considerable parte de la acera con todos los suplementos, revistas, panfletos, y demás accesorios. Un universo de posibilidades que se abre ante la multitud que aflora como caracoles en los jardines soleados. El periódico. El entretenimiento. El banco al sol. El pequeño jardín que aun mantiene la dignidad del césped. Las noticias. Los suplementos. Los reflejos en las gafas de sol. Las risas que se comparten. Los comentarios de aquel artículo curioso que no se hacen. Miradas cómplices bajo sombras. Recuerdos de otros domingos. Malditos todos.
...la una..
Teléfonos.
  1. ¿Cómo está papá?
  2. Sí, ya tengo los proyectos.
  3. ¿Cómo están los niños?
  4. ¿A que hora es la reunión mañana?
  5. Feliz cumpleaños.
  6. ¿Cómo está mamá?
  7. Mañana a primera hora si falta.
  8. ¿Cómo estás?
  9. ¿Que tal terminaste la fiesta?
  10. Al final no saldré hoy.
  11. Necesito que me envíes unas cosas hoy.
  12. Llámame cuando escuches esto...
  13. Me gustaría verte...
  14. Te extraño...
  15. ...suspiro...silencio... incomunico...
...las dos...
Sin hambre. Sin sueño. Sin alma. La cocina se agita. Restos de la semana para consumo propio. No hay gusto por cocinar. Males inevitables de la soledad. Mal necesario de la salud. Neveras rojas, platos blancos, vasos de IKEA. Noticias, informativos y la búsqueda de algún programa lo suficientemente aburrido para no tener que pensar en nada más. Quemar la neurona al amparo del sofá que recibe a Morfeo sin horarios. Acontecer de nuevos sueños vencedores. Repaso a las imágenes retenidas. Retina de memoria. Excitación. Amables siestas al amparo de mejores pieles nocturnas.
...las cuatro y diez...
Café. Dulce. Frio. Pervertido de leche. A lo español. Sonidos necesarios. Mesas de trabajo. Paréntesis temporales que convierten los domingos en cualquier otro día de la semana, porque las rutinas son las mismas, porque los pensamientos se evaden entren números, entre fechas, entre tiempos. Agendas que se abren. Miraba la suya con anhelo de tener todo lo escrito vendido. Así no pensamos mucho. Gastamos el valor más necesario. Gastamos el tiempo.
...las ocho...
“Viste
triste
Sol.”
Ocaso. Calle. De repente, se acuerda de su tristeza. Ya no hay sol impertinente. La chaqueta se hace suficiente abrigo para salir a pasear. A dar una vuelta por el bullicioso centro. A dar dos vueltas por el silencioso recuerdo. A dar tres vueltas de tuerca a tanta tontería. Refresca el ambiente y se nota la nariz fría. Pasos contados. Paso tranquilo. Paso entre gente anónima. Estaban todos. Menos tú. Volver a casa. Siempre se vuelve a casa.
...las diez y cuarto...
Wassaps:
  • “Que bien ayer”
  • “imagen”
  • “¿Dónde te metiste?”
  • “audio”
  • “Viendo una peli”
  • “no te olvides de llamarme mañana”
  • “imagen”
  • “Están poniendo una de buena en La2”
  • “¿Quien era la tia de ayer?”
  • “Que domingo mas tirado”
  • “¿Te apetece si nos vemos esta semana?”
  • ...silencio... “Hola”...
  • “Carita con beso”
  • “Carita con beso y corazón”
  • “Carita triste”
  • “Carita alegre”
  • “Carita de te hecho de menos pero no puedo decírtelo”
  • “Carita de tengo ganas de verte”
  • “Carita de recuerdos esfumados”
...las once y cuarenta...
Todo tiene un orden. Repara en su mundo, en sus pertenencias. En la necesidad de que todo esté preparado para la batalla del siguiente día. La ropa, los zapatos, el traje, la corbata a juego, la bolsa y la vida. Todo preparado para hacer guardia durante la noche. Se asoma a su balcón. Si fumara sería el momento del último cigarro.
..las doce...
“...y la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido...”

Besos...
Beso.
Sueños...
Sueño.




jueves, 2 de octubre de 2014

..las palabras...

… La alacena, barnizada con esmero en un tiempo pasado, ofrecía una imagen ordenadamente rústica entre tanto libro acumulado con desdén en los estantes que flanqueaban inmóviles aquel mueble. En su interior, brillantes al paso del sol por el lucernario del abuardillado techo, los tarros se apilaban expectantes, como sabedores de que aquellos pasos firmes resonando por toda la casa, eran el prólogo a una llegada inminente ante las puertecillas acristaladas de aquel armario que los resguardaba; Él se acercaría, miraría interesado por todos los rincones, abriría las puertas y tomaría alguno de ellos... ese sería el pensamiento de los inertes objetos. Aun así, sin alma ni conciencia, hubieran sido acertados aquellos, pues él se acercó con determinación hasta ver su reflejo en los pequeños simulados dameros que conformaban los batientes. Abrió las puertas y escudriñó hasta el más ínfimo detalle de aquel muestrario: grandes, pequeños, altos, anchos, transparentes, opacos, viejos, nuevos y medio llenos y rebosantes... pero todos con el mismo contenido: palabras. No estaban todas las palabras, evidentemente. Toda la casa estaba repleta de libros, revistas, anuncios... novelas, ensayos, poemas, dramas, notas, curiosidades, papeles encontrados en rincones, servilletas con mensajes, fotografías de pintadas y tarjetas que acaparaban el espacio sin orden aparente, (que no en desorden), para almacenar palabras. Pero allí, en aquel refugio de botes, se encontraban aquellas sustraídas por alguna razón especial, por algún motivo particular. Cuando la palabra era peculiar, extraña, o simplemente merecedora de un recuerdo sentimental, él la susurraba. Primero lentamente, casi sin ruido ni sonido, como si se asomara al balcón de los labios pero no quisiera ser vista. La murmuraba sin descanso, hasta ir tomando cuerpo. El aire se convertía en palabra con algo de volumen, y la repetición le daba ser... así una y otra vez, una y otra vez... hasta que por pertinaz, el etéreo susurro se hacía visible, presente y corpóreo. Era ese el instante justo en el cual, él solo sólo podía atrapar con la punta de los dedos, con el suave roce de la yema de su índice y su pulgar aquel ente, casi vivo, que fuera o fuese aquella palabra. Tras agarrarla con cariño, la acompañaba hasta su lugar en la ya conocida alacena. Depositándola dentro de alguno de los tarros. Allí, especiales, espectaculares, sinuosas, polisílabas, se acumulaban las palabras. Sustantivos, adjetivos, adverbios, verbos y requiebros. Había muchas... en muchos idiomas... en diferentes formatos... de un lugar a otro se podía saltar de “cachivache” a “electroencefalografista” o podía decir “amor” o “love” o “Любовь” incluso observar “liebe” o aunar “t`estimo” inseparablemente. A veces en los más escondidos se encontraban las más antiguas, o casi en desuso, como “algarabía” o “alcoba” e incluso algunas curiosas, aunque no supiera muy bien lo que escondían, guardaba, y allí estaba “development” o “cinquecento” En otro, había guardado los modales y apretado “rozloučení” “agur” y “búcsú” Era pues, un sinfín de corpóreas palabras desbordando vidrios. En otro pequeño, por alguna razón que ahora no recordaba, o sí, quien sabe, había tres palabras inconexas “cereza” “polvo” y “silla” llegadas del mundo imaginario de los cuentos. Hoy, ensimismado, quería liberar alguna. Pensamientos de palabras presas que se habían agolpado en sus pesares, y decidido a dar rienda suelta para que por un día, quizá una eternidad, algunas palabras flotaran. Quiso convertir “Besos” en “Versos” y que aparejadas disfrutaran... Quiso liberar “caricia” para evocar alguna piel; escapada, sin permiso “enamorarse” tomo posesión de su propia conciencia. Observó cada una de ellas, revoloteando entre cajas de libros amontonados, entre huecos de luz y cortinas, entre muebles atestados de papeles. “Libertad” susurró... Él, el Guardián de las Palabras, dejó de preocuparse por ellas, para que fueran ellas, infinitas las significantes, las importantes, las extraordinarias. Aletargado por tanto movimiento, se dejó caer, vencido por fascinación en un polvoriento escabel. Allí acomodado, respiró. Cerró los ojos... Pensó en aquella nueva palabra que había cercenado su pecho y necesitaba sin demora sacar de su alma... Susurró... una y otra vez... pronunciando con cuidado aquellas letras... y ahí, delante, de nuevo, volátil y sólida...apareció aquella palabra...