martes, 25 de octubre de 2016
Año Ocho.
viernes, 1 de enero de 2016
Año Siete.
domingo, 16 de noviembre de 2014
Año Seis.
lunes, 8 de septiembre de 2014
...Do you remember?
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Año Cinco.
jueves, 15 de noviembre de 2012
Año Cuatro
jueves, 17 de noviembre de 2011
Año Tres
A veces voy recordando momentos de los últimos meses, de los últimos días y siempre tengo la misma sensación: el tiempo no pasa; ni tan deprisa, ni tan despacio, ni a veces pasa de ninguna manera. Simplemente son momentos que se colocan unos detrás de otros, y al recordarlos en cierto orden, suman paso de tiempo. A veces recuerdo el tiempo que me siento a escribir y las historias que me voy dejando en el tintero virtual. A veces sólo repaso las cosas escritas pero no publicadas, para medir ese paso de recuerdos. También contemplo todas las ideas que se han ido plasmando en notas e idas y venidas felices para tener manchadas mis hojas. Muchas veces pienso si haber abierto una pequeña ventana es algún motivo para estar contento o alegre o si el uso debe ser frívolo o quizá usar ese espacio como grito silencioso ganado a pulso para decir las cosas que se me pasen por la cabeza. En este último año hemos crecido en formas y fondos, redes sociales, balcones abiertos a lanzar alaridos sin saber muy bien quien los escuchará. Ahora podemos dejar nuestros caracteres diseminados como onanistas literarios, sin miedo, amparados en la profilaxis cibernética anónima. Ahora estamos en la primera gran fase, el primer escalón de ascenso a un puesto mejor, estamos en nuestro primer trienio de experiencia y ahora podemos empezar a cobrar un plus por todas las letras y todas las frases, y sobre todo, por todas las tonterías que voy escribiendo de vez en cuando. Sólo queda saber en qué gastarse tal ingente cantidad de dinero. En estos últimos trescientos sesenta y cinco días han venido ideas y se han marchado pensamientos, tristezas y alegrías que de esas que viene y van sin medirse. Se han encontrado nuevos caminos, nuevas formas y fórmulas, nuevos sentimientos y sentidos que se mueven, creo que siempre sumando en esa búsqueda del saber, sin saber muy bien hacia donde caminamos, sin dejar de mirar el camino andado, sin poder olvidar el tiempo pasado, ni pensar en si fue mejor o peor, simplemente disfrutándolo, al igual que las propias experiencias. Estaciones de recuerdos vividos e intensos, de esas personas, de esas dimensiones, de esas nuevas vidas que han aparecido entre estas líneas y que seguro llenarán nuevos y grandiosos espacios. A veces el tiempo pasa mucho más deprisa cuando miramos para atrás y nos damos cuenta de la gran cantidad de cosas que hemos sido capaces de hacer en un espacio de días o incluso de horas, sin lamentarnos de los otros espacios o tiempos o personas que dejamos. Creo que es importante no perder las referencias, no perder los rumbos, pero creo con cierta fe, que la contabilidad humana que hacemos de ese tiempo no sirve mas que para cubrir nuestros miedos y ayudarnos a valorar las cosas que tememos. Lo que nos cuesta mucho tiempo parece mas valioso que aquello que logramos en menos. Ese esfuerzo medido en segundos parece mucho mas brillante que aquel otro, aunque la felicidad sea la misma. El tiempo es importante, y así medimos nuestras vidas, pero no hagamos de esto mas que hechos anecdóticos; porque siempre será mas bonito medir nuestra vida en amigos, en espacios, en personas, e incluso en besos.
Tres años de besos...
martes, 16 de noviembre de 2010
Año Dos
La relatividad temporal es algo estudiado, visto y oído por todas partes y rincones. Niñas que maduran antes que los niños, jubilados con espíritu de adolescentes, precoces púberes pertinentes que adelantan la edad de todas aquellas cosas que mi generación retrasó hasta “hacerse mayor”, bebés que siempre llevan ropa de otra edad, porque siempre están más crecidos de lo que corresponde, y jóvenes cansados como abuelos. Me paso días subido a trenes y autobuses luchando por avanzar más deprisa que el tiempo, por llegar sin que el minutero me siegue con la aguja de la hora la libertad de ver pasar esas horas, intentando que este mi tiempo se retrase y corra “einstenianamente” para atrás. La relatividad del tiempo, que nos hace volver la vista y ver que los días, semanas y horas no pasan igual en verano que en otoño; que la caída de las hojas nos proporciona una sensación de lentitud, de cambio, de otro tiempo, y que el verano veloz no tiene a costa de su propia fugacidad. ¿Qué se puede hacer en una hora? Me adentro en las barbaridades que puedo hacer para malgastar esos sesenta minutos, y busco las cosas recónditas, las menos superficiales que puedan ocurrírsele a todos, o aquellas que me preocupan sólo esa hora. La medida temporal del amor, por ejemplo, también nos empuja a la relatividad, a relativizar sobre el conocimiento, sobre si por permanecer tantos o cuantos años al lado de otra persona llegaremos a querer más, mejor y de manera intensa, que aquellos cuyo amor empezó solo dos segundos antes. Una hora es poco ¿Qué se puede hacer en dos años? Escribir, conocer, cambiar, evolucionar, madurar (o no) y darle la vuelta a la vida. Leer, o más bien releer las desdichas que antaño nos hacían quejarnos. Estamos aquí para dejar impronta seria de nuestro paso por el mundo de las ideas, siempre con la mente puesta en el exhibicionismo libidinoso de nuestro cuerdo pensar contemplado, admirado, comentado y publicitado por las cuatro esquinas del universo cibernético. Miro el tiempo, contemplo más bien. Pienso en recuerdos, recuerdo recuerdos, y medito sobre cómo cambian en mi cabeza a medida que pasa el tiempo. Frases sueltas otra vez. Inconexas una y otra. En dos años da tiempo a recorrer varias vidas y no quedarse en ninguna, a explotar y reventar. Momentos de frustración y de alboroto, que se cierran con puntos y signos ortográficos. Relativizo el tiempo para pensar que dos años no son nada y recuerdo cada movimiento en el teclado de mis dedos. A quien dirigía mis letras pensadas en flechas o en dardos, a quien las quiero llevar cada segundo, o si quizá no habría nadie destinado para ninguna de las palabras. No son iguales dos años para todos; creo, de hecho, que no serán iguales ni para uno mismo. El tiempo dura lo que dura el tiempo, y eso es bastante relativo. A pesar de todo, con tonadilla sesentera de banda sonora, resistimos el paso del tiempo, aunque sepamos que esa resistencia es batalla perdida. Resistimos la relatividad haciendo efectivo, tangible y vivido ese tiempo que quiere ahogarnos y sobrepasarnos, haciendo que nuestros pequeños esfuerzos por dejar algo que ese tiempo no pueda llevarse por delante, y sin saber siquiera si algún día lo conseguiremos, queden por ahí en la retina de algún recuerdo; y puede que a nuestro pesar, a ese pensamiento solo sólo el tiempo le dará o no la razón.
Dos años no son nada…
miércoles, 25 de noviembre de 2009
Año Uno
Qué osada es la ignorancia. Nos parece que abrir una ventana nos libera del miedo, del mal, de la desidia del aburrimiento del espacio cerrado. Nos atrevemos a hablar sin sonrojo de momentos, casualidades, borracheras, el bien o el mal. Atrevernos a describir como expertos en la materia cualquier cosa que se nos pase por la cabeza, sin pensar en lo obsceno, casi pornográfico que es desnudar cada palabra carente de sentido, con la alevosía de la libertad por bandera.
Qué dignos somos, qué valientes, temerarios, qué inteligentes, atreviéndonos a sentar nuestras pequeñas cátedras, nuestras vanidades, recuerdos y alegrías sin temor a ser descubiertos, indolentes con el paso del tiempo, de las cicatrices y las heridas que cusamos. Anunciamos nuestras vidas con la necesidad encubierta de la vanidad y el egoísmo. Transitamos por la información vital de nuestras horas pensando en la poca importancia que tendremos, en plasmar lo que somos para que los que vienen nos alaguen, humillen, admiren o repudien, desde el placer de saberse el centro, el alfa o el omega de una sensación casi sádica y masoquista.
Nuestras palabras son lanzadas al aire, directas, indirectas, para ti, para mí, para ellos, para todos, para cualquiera que se pase a dar una vuelta por nuestras pieles, abiertas con permiso, y escondidas del receptor real, ocultas al destinatario, que sin saberlo recibe una lanzada en su propio pecho, carente de verdad, porque el cañonero escondió la mano tras apretar el gatillo.
Egoístas de nuestros males, nos liberamos, nos masturbamos el ego soltando el lastre que cada día nos aprisiona, y es verdad, nos sentimos mejor, nos comunicamos, nos sentimos placenteros tras nuestro pequeño orgasmo literario.
A mí me pasa.
Me goza y me duele a partes iguales, pero disfruto de mis momentos, de mis pequeños regalos, a esas personas que sé que están ahí y a las que a veces me cuesta tanto hablar. Me gusta poder dejar ahí, para quien lo quiera, un recuerdo un trazo y quién sabe si una esperanza, para que lo que tenga venir sea siempre mejor.
No voy a cambiar el mundo, no lo pretendo. No voy a dar luz a la oscuridad, no lo quiero. No voy a descubrir nada con estas letras, mi ignorancia no me deja. Pero al menos, vivo fuera de mi y dejo de lo dentro un poco, para llegarte, para escribirte, para sentirte, sonreírte y quizá (o sin quizá) para amarte, aunque tú no lo sepas.
Un año de tonterías no podía celebrarse de otra manera…