martes, 11 de septiembre de 2012

Vacaciones santillana 13

Siempre hay que aprender algo, aunque ese aprendizaje no sirva para mucho. No todo el mundo sabe clavar un clavo recto, o pintar sin que se noten los brochazos, o cambiarle la tierra a una planta. Quizá estas cosas no nos ayuden a ser más felices ni mejores personas, pero aprendido queda. También hay gente que se pasa su vida aprendiendo a querer. Cada cual es alumno de sus cosas. El verano es una época dónde tendemos a no aprender nada serio ni necesario. Son vacaciones, descanso, Sumer time, y a veces dejamos nuestras mentes en modo poco receptivo para poder vivir con lo justo. Suerte de aquellos que tienen ese tiempo para no hacer nada, para descansar cuerpo y mente y alma y cargar las baterías para los periodos de máxima necesidad neuronal. Ahí están los menos afortunados, o no, que en estos tiempos nunca se sabe, que se pasan la época estival renovando trabajos o adquiriendo nuevos, de esos de “trabajos de verano” que se llama. Quizá aunque no queramos, terminamos por aprender alguna lección. Seguramente los de campo y playa conozcan alguna historia nueva, algún monte nuevo, o el significado de alguna palabra, como “aquelarre” (por poner un ejemplo) un paso de un baile, o la posición de alguna estrella. Los de poco veraneo son los que aprenden esos pequeños oficios artesanos o gremiales, y que tampoco les servirán cuando lleguen sus trabajos invernales. Desaprovechamos el tiempo que nos queda libre. A veces me siento en el jardín de mi casa, cansado de todo el día, y lo único que me apetece es respirar al fresco del césped, de los aspersores. Cansado de cuerpo, de mente y con ganas de poder respirar un poco de vacío, sin más. A veces tenemos que aprender a desconectarnos. En un futuro, los hijos de nuestros hijos llevarán ese botón de desconexión que les hará un poco más felices. Reset. Saltar de un tiempo a otro para olvidar y no ver las cosas que nos rodean y poder cargar las pilas de verdad de la buena… Tengo que dejar de pensar estas cosas. O de fumar drogas. O empezar a esnifar azúcar glas a ver si me endulzo los pensamientos un poco para no amargar el césped. Necesito parar un poco. Dejar de estar pendiente de que todo esté ordenado, aprender a desordenarme, a no estar pendiente, a disfrutar de los errores y los conceptos desconceptuados. Necesito un paréntesis vital en todo este tiempo de aprender. Necesito. El verano se acaba, apuro el cigarro con un poco de olor a septiembre en el aire, y pienso en regresar a casa. Aun me queda casi un mes de vacaciones forzosas por no tener más trabajos. Aun se supone que puedo disfrutar de algunos aprendizajes menos útiles. Pero mientras se consume la colilla de este ultimo pitillo del día, se consume mi pensamiento de soledad. Tengo que aprender cosas que tengo que hacer sin que nadie las tenga que hacer conmigo. Tengo, tengo, debo, tenga, tenga, deba. Quiero. Me voy a pasar las estaciones pensando demasiado. Los aspersores comienzan a funcionar puntuales como cada noche, y eso me anuncia mi hora definitiva de no estar más ahí. Refresca, que dirían. Hoy no he aprendido nada. De hecho, hoy no he hablado con nadie. Miro el teléfono, con tantas formas de comunicar incluidas. Parece que tenemos que aprender a vivir sin pensar en el verano. O al menos sin pensar mucho en este verano… Me sonrío. Soy un mentiroso. Quizá el peor mentiroso. Soy el que se miente a si mismo. Porque hay cosas que pasan en verano que se recuerdan toda la vida. Hay cosas que pasan en este verano que vistas con los Ojos adecuados serán siempre recuerdos imborrables. Soy un mentiroso que no pasa un día sin aprender algo, aunque este algo no sirva para mucho. Para nada…