lunes, 14 de abril de 2014

32.

Estaba hambriento. La verdad es que no le suelo hacer mucho caso a mi estómago. No debemos caer en las condenas que nuestro cuerpo nos impone, o que trata de imponer, dándonos sueño, o hambre, o dolor de pies. Me sonrío al recordar un chiste que me contó un camionero cuando trabajaba repartiendo flores (pero quizá todo eso sea otra historia) El caso… por alguna razón decidí hacerle caso a mi naturaleza necesitada y tomarme un tiempo para malcomer, y al pasar al lado del mercado aparqué para hacer un alto en el camino. Aún me quedaban veinte minutos… Volví al coche para degustar mi estupenda empanada y mi zumo escuchando la radio. Entonces los vi. Pararon su coche, unos metros más allá, en la acera de enfrente, dándome una posición privilegiada para mi voyerismo. Debían venir de algún viaje; él bajó para ayudarla con la maleta y sacar esta de la parte trasera del coche. Al cerrar el maletero, se quedaron mirando unos segundos, y luego se besaron. Aparentemente era una despedida, o eso es lo que todas las pistas nos llevaban a creer; pero parecía un reencuentro. Se besaron apasionadamente. Como si fuera la primera vez que se veían después de un largo tiempo deseándose, como si hubieran tenido que reprimirse durante días y por fin podían dar rienda suelta a toda esa ansia. Por un momento me sentí incómodo, figurándome que estaba violando ese momento de intimidad (luego pensé que eran ellos los que estaban en la calle y se me pasó) Se besaban en un imaginario apocalipsis por el cual mundo se terminara y no volvieran a verse, tal si fuera la primera vez. Volvieron a separarse (yo creo que para tomar aire) y volvieron a mirarse. Se sonrieron y se despidieron. Ella bajó la calle con su maleta y él quedó un instante mirándola antes de volver a subirse al coche para desaparecer. Me quedé con mi zumo, pensativo. Recordé un artículo que había fusilado de alguna página volandera de internet que se titulaba algo así como “hay que buscarse amantes” No recuerdo el título exactamente, pero se parecería bastante. Aquellas líneas no hablaban únicamente de amantes desde el punto de vista sexual, sino pasional, y por extensión no era sólo de personas de lo que aquella reflexión trataba. Hablaba de la necesidad de encontrar una motivación diaria, una pasión que nos haga levantarnos cada día para comernos el mundo, para “tomarnos el día de mano” y no dejar pasar ni un momento, ni un segundo, sin desear hacer aquello que estás haciendo. Asesinar a la rutina con el deseo, casi furtivo, de aquella cosa que se sale de nuestro confort, de nuestra vida acomodada, y que es casi furtiva en nuestro día. Como ese amante. Como ese ladrón de besos que se esconde tras las esquinas para pedirnos que no gritemos mientras se acerca a nuestros labios a robar un beso para salir corriendo. Hay que tener amantes, hay que desear. Supongo que en estos tiempo tan grises, en los cuales a veces nos agarramos a trabajos, resultados e incluso personas por el mero hecho de la seguridad presente, pensar en el bienestar del alma se nos queda largo. Trabajamos por el sustento, a todos los niveles, y hacemos que poco a poco la vida nos coma terreno; olvidemos las locuras de niños, de adolescentes sin dos dedos de consciencia, de locos pervertidos que queremos hacer el amor en cualquier parte, y nos apresuramos a formalizar un estado civil con el mundo que nos de algo parecido a una vida normal. Hay que tener amantes. Hay que ser ladrones de almas y volar. Hay que besarse como si fuera la última vez que fueras a ver a esa persona. Lo demás no sirve….

Apuré mi zumo, y mandé un “wassap” al trabajo, mintiendo descaradamente, aludiendo  a un terrible y repentino dolor de algo, que evidentemente me impediría trabajar, pero no hacer el amor y robar unos suspiros…