Qué osada es la ignorancia. Nos parece que abrir una ventana nos libera del miedo, del mal, de la desidia del aburrimiento del espacio cerrado. Nos atrevemos a hablar sin sonrojo de momentos, casualidades, borracheras, el bien o el mal. Atrevernos a describir como expertos en la materia cualquier cosa que se nos pase por la cabeza, sin pensar en lo obsceno, casi pornográfico que es desnudar cada palabra carente de sentido, con la alevosía de la libertad por bandera.
Qué dignos somos, qué valientes, temerarios, qué inteligentes, atreviéndonos a sentar nuestras pequeñas cátedras, nuestras vanidades, recuerdos y alegrías sin temor a ser descubiertos, indolentes con el paso del tiempo, de las cicatrices y las heridas que cusamos. Anunciamos nuestras vidas con la necesidad encubierta de la vanidad y el egoísmo. Transitamos por la información vital de nuestras horas pensando en la poca importancia que tendremos, en plasmar lo que somos para que los que vienen nos alaguen, humillen, admiren o repudien, desde el placer de saberse el centro, el alfa o el omega de una sensación casi sádica y masoquista.
Nuestras palabras son lanzadas al aire, directas, indirectas, para ti, para mí, para ellos, para todos, para cualquiera que se pase a dar una vuelta por nuestras pieles, abiertas con permiso, y escondidas del receptor real, ocultas al destinatario, que sin saberlo recibe una lanzada en su propio pecho, carente de verdad, porque el cañonero escondió la mano tras apretar el gatillo.
Egoístas de nuestros males, nos liberamos, nos masturbamos el ego soltando el lastre que cada día nos aprisiona, y es verdad, nos sentimos mejor, nos comunicamos, nos sentimos placenteros tras nuestro pequeño orgasmo literario.
A mí me pasa.
Me goza y me duele a partes iguales, pero disfruto de mis momentos, de mis pequeños regalos, a esas personas que sé que están ahí y a las que a veces me cuesta tanto hablar. Me gusta poder dejar ahí, para quien lo quiera, un recuerdo un trazo y quién sabe si una esperanza, para que lo que tenga venir sea siempre mejor.
No voy a cambiar el mundo, no lo pretendo. No voy a dar luz a la oscuridad, no lo quiero. No voy a descubrir nada con estas letras, mi ignorancia no me deja. Pero al menos, vivo fuera de mi y dejo de lo dentro un poco, para llegarte, para escribirte, para sentirte, sonreírte y quizá (o sin quizá) para amarte, aunque tú no lo sepas.
Un año de tonterías no podía celebrarse de otra manera…