Siempre encuentro en las acciones cotidianas los momentos de la
reflexión. A veces me pasa en la ducha, momento de comunión con uno mismo,
limpieza de cuerpo y alma. Otras cuando salgo a correr al parque, evadido de
otros ruidos que no son mi propia respiración y la música que suene. Las tareas
domésticas que hacen rutinas, la cocina, los platos de la comida, la ropa
húmeda que hay que hay que tender con meticulosidad existencial para que no se
arrugue mucho, la plancha. También fuera del entrono conocido. Los pequeños
viajes que nos atrapan sin remedio por la necesidad de ir del punto A al punto
B. Nuestros momento de lucidez se alternan con pensamientos más prolijos, pero
ahí están. Llegan, como el amor, así de esta manera, no tienen la culpa. Ni
siquiera siento que sean forzados por pensamientos anteriores, o por imágenes
que son recurrentes. Las reflexiones pasan por los espíritus porque algo nos
atormenta, y cuando nuestros cuerpos se ocupan, nuestras almas se
preocupan. Algo así. Creo.
Una contradicción es una afirmación de algo contrario a lo que ya se
ha dicho, o la negación de algo que se da por cierto. Creo que podría ser una
buena definición. Así estamos en nuestras vidas, llenos de ellas. Llenos de
contradicciones, de conflictos de negación de algo que afirmamos, de luchas
internas por la razón de la afirmación, o la sinrazón de lo negado. Hay una
frase, no recuerdo si es un refrán, o algo sesudo dicho por alguien importante,
que dice: “la esperanza es mala consejera, pero buena compañera de camino” Mi
reflexión pasa por juntar estas dos ideas, la esperanza y la contradicción.
Desde que escuché (o leí, vaya usted a saber) aquello de la esperanza,
no he dejado de recordarla en muchas ocasiones. En mi vida he pasado por muchos
viajes esperanzados, mal llevados, porque la esperanza juega sola. No hay nadie
que la alimente salvo uno mismo. Es como los recuerdos; sólo sirven a quien los
recuerda, porque lo deforma para acomodarlo. Pero por lo general al fuego de la
esperanza quien mas lo aviva es quien mas desea que pase ese viaje. A veces,
muchas veces, sabemos que lo que nos esperanza no es bueno, o mucho peor, ni
siquiera es posible. Pero ahí estamos, cargados de contradicciones pero
llevados de la esperanza. Somos la leche.
Me veo hablando, vendiendo consejos, repartiendo autoridad, sabiendo
que lo que estoy diciendo es algo contrario a lo que siento. Así vivimos, auto
conformados en nuestras contradicciones, porque no son un Pecado Capital (y
seguramente aunque lo fuesen)
Deseamos la felicidad de los demás, deseamos que nuestros amigos
luchen por lo que quieren, luchamos por hacer que alguien encuentre su camino.
Queremos que todos encuentren su amor perdido, su tiempo robado, sus vidas. Les
damos la esperanza de la posibilidad, sabiendo que nos contradecimos, porque
esas felicidades nos harán infelices, porque esos caminos nos alejan, porque
ese tiempo recuperado nos hará caer en el olvido. Pero ahí seguimos. Es
grandioso.
El ejemplo mas claro de la pureza de los sentimientos es el Amor (con
mayúsculas) Ahí estamos, diciendo: “Tienes que luchar por lo que quieres” y
como dioses Jano, casi a la misma voz: “Olvídalo, déjalo marchar” Como bipolares sentimentales. Así me
encuentro, y supongo que nos es una exclusividad marca de la casa. Esperanzado
de otro mundo posible, pero sabiendo que no es factible, porque mi esperanza
juega en casa, y no suele salir mucho de viaje, a ver lo que pasa por esos
mundos de dios, y se conforma con animarse a si misma, cual libro de autoayuda.
Tenemos miedo de perder la esperanza,
aun sabiendo que esa perdida es lo único que nos dará esperanzas nuevas. Que
cosas…