Estaba hambriento. La verdad es
que no le suelo hacer mucho caso a mi estómago. No debemos caer en las condenas
que nuestro cuerpo nos impone, o que trata de imponer, dándonos sueño, o
hambre, o dolor de pies. Me sonrío al recordar un chiste que me contó un
camionero cuando trabajaba repartiendo flores (pero quizá todo eso sea otra
historia) El caso… por alguna razón decidí hacerle caso a mi naturaleza
necesitada y tomarme un tiempo para malcomer, y al pasar al lado del mercado
aparqué para hacer un alto en el camino. Aún me quedaban veinte minutos… Volví
al coche para degustar mi estupenda empanada y mi zumo escuchando la radio.
Entonces los vi. Pararon su coche, unos metros más allá, en la acera de
enfrente, dándome una posición privilegiada para mi voyerismo. Debían venir de
algún viaje; él bajó para ayudarla con la maleta y sacar esta de la parte
trasera del coche. Al cerrar el maletero, se quedaron mirando unos segundos, y
luego se besaron. Aparentemente era una despedida, o eso es lo que todas las
pistas nos llevaban a creer; pero parecía un reencuentro. Se besaron
apasionadamente. Como si fuera la primera vez que se veían después de un largo
tiempo deseándose, como si hubieran tenido que reprimirse durante días y por
fin podían dar rienda suelta a toda esa ansia. Por un momento me sentí
incómodo, figurándome que estaba violando ese momento de intimidad (luego pensé
que eran ellos los que estaban en la calle y se me pasó) Se besaban en un
imaginario apocalipsis por el cual mundo se terminara y no volvieran a verse, tal
si fuera la primera vez. Volvieron a separarse (yo creo que para tomar aire) y
volvieron a mirarse. Se sonrieron y se despidieron. Ella bajó la calle con su
maleta y él quedó un instante mirándola antes de volver a subirse al coche para
desaparecer. Me quedé con mi zumo, pensativo. Recordé un artículo que había
fusilado de alguna página volandera de internet que se titulaba algo así como
“hay que buscarse amantes” No recuerdo el título exactamente, pero se parecería
bastante. Aquellas líneas no hablaban únicamente de amantes desde el punto de
vista sexual, sino pasional, y por extensión no era sólo de personas de lo que
aquella reflexión trataba. Hablaba de la necesidad de encontrar una motivación
diaria, una pasión que nos haga levantarnos cada día para comernos el mundo,
para “tomarnos el día de mano” y no dejar pasar ni un momento, ni un segundo,
sin desear hacer aquello que estás haciendo. Asesinar a la rutina con el deseo,
casi furtivo, de aquella cosa que se sale de nuestro confort, de nuestra vida
acomodada, y que es casi furtiva en nuestro día. Como ese amante. Como ese
ladrón de besos que se esconde tras las esquinas para pedirnos que no gritemos
mientras se acerca a nuestros labios a robar un beso para salir corriendo. Hay
que tener amantes, hay que desear. Supongo que en estos tiempo tan grises, en
los cuales a veces nos agarramos a trabajos, resultados e incluso personas por
el mero hecho de la seguridad presente, pensar en el bienestar del alma se nos
queda largo. Trabajamos por el sustento, a todos los niveles, y hacemos que
poco a poco la vida nos coma terreno; olvidemos las locuras de niños, de
adolescentes sin dos dedos de consciencia, de locos pervertidos que queremos
hacer el amor en cualquier parte, y nos apresuramos a formalizar un estado
civil con el mundo que nos de algo parecido a una vida normal. Hay que tener
amantes. Hay que ser ladrones de almas y volar. Hay que besarse como si fuera
la última vez que fueras a ver a esa persona. Lo demás no sirve….
Apuré mi zumo, y mandé un
“wassap” al trabajo, mintiendo descaradamente, aludiendo a un terrible y repentino dolor de algo, que
evidentemente me impediría trabajar, pero no hacer el amor y robar unos
suspiros…