“La soledad es un
paradigma de la dicotomía de la vida...”
Había pensado en voz
alta. Solo, claro está. Pero en voz alta. Las luces de todo el
horizonte se mezclaban con los reflejos de las últimas horas de
solsticio. Todo se acaba, irremediablemente. El final del verano,
como la muerte, puede ser dramático, pero nunca trágico. Así, de
manera alcohólico-filosófica apuraba el cigarro y lo dejaba caer en
la lata de cerveza que había decidido traer como compañía en aquel
atardecer (solitario, evidentemente) del último día de aquella
estación. Desde ahí podía mirar muchas cosas, y aquellas lejanas
se hacían pequeñas ya en tiempos y espacios. Sabina en la cabeza,
como si fuera un triste ligón de bar barato que usa sus frases como
elocuencias, y pensara en buscar “Dónde habita el olvido” Poco a
poco las luces y la noche le ganaban el terreno al Sol que cobarde se
escondía tras las torres, parapetado de la Luna, que aun no había
decidido dar señales de vida. Ahí estaba, liando el siguiente
cigarro y abriendo su correspondiente lata para dar por cerrado el
pensamiento. Nos creemos, como niños pequeños inocentes, que para
hacer cauce de nuestras vidas necesitamos momentos de soledad. Estar
solos para aclara nuestras vidas, nuestras ideas, nuestros caminos.
Necesitamos retumbar en nuestras propias cabezas las mismas ideas una
y otra vez. El cerebro manda señales: no te intoxiques, busca,
respira, te necesitas solo sólo. Y ahí, como los niños de Hameln
seguimos ese pensamiento. Hasta que nos paramos. De verdad. Solos de
verdad. Solos para contemplar el ocaso consumiéndonos. Entonces toma
el poder el corazón, o el alma, o la vida, o vaya usted a saber que
cosa... y no queremos la soledad para nada. No la necesitamos...
queremos esa compañía, queremos ese jaleo aislado, queremos otra
cosa que tampoco sabemos lo que es... Respirar... No es lo mismo
llegar deprisa que llegar lejos... El dolor de cabeza atormentaba un
poco cada respiración y como si el cielo no quisiera tanta tontería,
la noche se hizo fría, empujando al resguardo interior. El balcón
seguía apeteciendo, la compañía en soledad no replicaba, y aun
quedaba apurar vicios... espera un momento Noche. Estamos solos,
dicen las frases que nos llevan a valernos por nosotros mismos. A
querer ser y salir y ser egoístas de nuestros sentimientos. A no
dejarnos querer porque nuestro dolor es nuestro y nadie lo debe
sufrir, nos debe sufrir. Es inevitable, pensó, llamar a los
pensamientos y a los sentimientos que nos han librado de la soledad
en algún momento, para llorarlos, para recordarlos, para quererlos.
“Es inevitable”, cantó, como si ahora se hubiera convertido en
La Negra, y sus versos...y así volvió al pensamiento de origen, ese
que nos lleva a no saber cual es el camino correcto, si el de la
multitud o el de la soledad, el de la compañía, el del abrazo, o la
caricia, el amor o el cariño, el amante, el amado, la
pena...penúltima calada... penúltimo trago... ultima llamada...
-¿En que piensas?
No se había percatado en
su pensamiento solitario que en aquel balcón oscuro ya no estaba
solo.
-En nada.
-Me engañas.
-Sí, es posible...
Ella sonrío. De esa
forma. De aquella manera. Se acercó para robarle la soledad. Sin
preguntar. Le quitó el cigarro de la mano y lo apuró.
-¿Vienes a la cama?
Aunque sonó como
pregunta, la Luna ya estaba ahí, imperativa y retórica.
Aun quedó en aquel
balcón un instante, buscando en la lejanía el motivo de su soledad.