Siempre hay que aprender algo,
aunque ese aprendizaje no sirva para mucho. No todo el mundo sabe clavar un
clavo recto, o pintar sin que se noten los brochazos, o cambiarle la tierra a
una planta. Quizá estas cosas no nos ayuden a ser más felices ni mejores
personas, pero aprendido queda. También hay gente que se pasa su vida
aprendiendo a querer. Cada cual es alumno de sus cosas. El verano es una época
dónde tendemos a no aprender nada serio ni necesario. Son vacaciones, descanso,
Sumer time, y a veces dejamos nuestras mentes en modo poco receptivo para poder
vivir con lo justo. Suerte de aquellos que tienen ese tiempo para no hacer
nada, para descansar cuerpo y mente y alma y cargar las baterías para los
periodos de máxima necesidad neuronal. Ahí están los menos afortunados, o no,
que en estos tiempos nunca se sabe, que se pasan la época estival renovando
trabajos o adquiriendo nuevos, de esos de “trabajos de verano” que se llama.
Quizá aunque no queramos, terminamos por aprender alguna lección. Seguramente
los de campo y playa conozcan alguna historia nueva, algún monte nuevo, o el
significado de alguna palabra, como “aquelarre” (por poner un ejemplo) un paso
de un baile, o la posición de alguna estrella. Los de poco veraneo son los que
aprenden esos pequeños oficios artesanos o gremiales, y que tampoco les
servirán cuando lleguen sus trabajos invernales. Desaprovechamos el tiempo que
nos queda libre. A veces me siento en el jardín de mi casa, cansado de todo el
día, y lo único que me apetece es respirar al fresco del césped, de los
aspersores. Cansado de cuerpo, de mente y con ganas de poder respirar un poco
de vacío, sin más. A veces tenemos que aprender a desconectarnos. En un futuro,
los hijos de nuestros hijos llevarán ese botón de desconexión que les hará un
poco más felices. Reset. Saltar de un tiempo a otro para olvidar y no ver las
cosas que nos rodean y poder cargar las pilas de verdad de la buena… Tengo que
dejar de pensar estas cosas. O de fumar drogas. O empezar a esnifar azúcar glas
a ver si me endulzo los pensamientos un poco para no amargar el césped. Necesito
parar un poco. Dejar de estar pendiente de que todo esté ordenado, aprender a
desordenarme, a no estar pendiente, a disfrutar de los errores y los conceptos
desconceptuados. Necesito un paréntesis vital en todo este tiempo de aprender.
Necesito. El verano se acaba, apuro el cigarro con un poco de olor a septiembre
en el aire, y pienso en regresar a casa. Aun me queda casi un mes de vacaciones
forzosas por no tener más trabajos. Aun se supone que puedo disfrutar de
algunos aprendizajes menos útiles. Pero mientras se consume la colilla de este
ultimo pitillo del día, se consume mi pensamiento de soledad. Tengo que
aprender cosas que tengo que hacer sin que nadie las tenga que hacer conmigo.
Tengo, tengo, debo, tenga, tenga, deba. Quiero. Me voy a pasar las estaciones
pensando demasiado. Los aspersores comienzan a funcionar puntuales como cada
noche, y eso me anuncia mi hora definitiva de no estar más ahí. Refresca, que
dirían. Hoy no he aprendido nada. De hecho, hoy no he hablado con nadie. Miro
el teléfono, con tantas formas de comunicar incluidas. Parece que tenemos que
aprender a vivir sin pensar en el verano. O al menos sin pensar mucho en este
verano… Me sonrío. Soy un mentiroso. Quizá el peor mentiroso. Soy el que se
miente a si mismo. Porque hay cosas que pasan en verano que se recuerdan toda
la vida. Hay cosas que pasan en este verano que vistas con los Ojos adecuados
serán siempre recuerdos imborrables. Soy un mentiroso que no pasa un día sin
aprender algo, aunque este algo no sirva para mucho. Para nada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario