jueves, 2 de octubre de 2014

..las palabras...

… La alacena, barnizada con esmero en un tiempo pasado, ofrecía una imagen ordenadamente rústica entre tanto libro acumulado con desdén en los estantes que flanqueaban inmóviles aquel mueble. En su interior, brillantes al paso del sol por el lucernario del abuardillado techo, los tarros se apilaban expectantes, como sabedores de que aquellos pasos firmes resonando por toda la casa, eran el prólogo a una llegada inminente ante las puertecillas acristaladas de aquel armario que los resguardaba; Él se acercaría, miraría interesado por todos los rincones, abriría las puertas y tomaría alguno de ellos... ese sería el pensamiento de los inertes objetos. Aun así, sin alma ni conciencia, hubieran sido acertados aquellos, pues él se acercó con determinación hasta ver su reflejo en los pequeños simulados dameros que conformaban los batientes. Abrió las puertas y escudriñó hasta el más ínfimo detalle de aquel muestrario: grandes, pequeños, altos, anchos, transparentes, opacos, viejos, nuevos y medio llenos y rebosantes... pero todos con el mismo contenido: palabras. No estaban todas las palabras, evidentemente. Toda la casa estaba repleta de libros, revistas, anuncios... novelas, ensayos, poemas, dramas, notas, curiosidades, papeles encontrados en rincones, servilletas con mensajes, fotografías de pintadas y tarjetas que acaparaban el espacio sin orden aparente, (que no en desorden), para almacenar palabras. Pero allí, en aquel refugio de botes, se encontraban aquellas sustraídas por alguna razón especial, por algún motivo particular. Cuando la palabra era peculiar, extraña, o simplemente merecedora de un recuerdo sentimental, él la susurraba. Primero lentamente, casi sin ruido ni sonido, como si se asomara al balcón de los labios pero no quisiera ser vista. La murmuraba sin descanso, hasta ir tomando cuerpo. El aire se convertía en palabra con algo de volumen, y la repetición le daba ser... así una y otra vez, una y otra vez... hasta que por pertinaz, el etéreo susurro se hacía visible, presente y corpóreo. Era ese el instante justo en el cual, él solo sólo podía atrapar con la punta de los dedos, con el suave roce de la yema de su índice y su pulgar aquel ente, casi vivo, que fuera o fuese aquella palabra. Tras agarrarla con cariño, la acompañaba hasta su lugar en la ya conocida alacena. Depositándola dentro de alguno de los tarros. Allí, especiales, espectaculares, sinuosas, polisílabas, se acumulaban las palabras. Sustantivos, adjetivos, adverbios, verbos y requiebros. Había muchas... en muchos idiomas... en diferentes formatos... de un lugar a otro se podía saltar de “cachivache” a “electroencefalografista” o podía decir “amor” o “love” o “Любовь” incluso observar “liebe” o aunar “t`estimo” inseparablemente. A veces en los más escondidos se encontraban las más antiguas, o casi en desuso, como “algarabía” o “alcoba” e incluso algunas curiosas, aunque no supiera muy bien lo que escondían, guardaba, y allí estaba “development” o “cinquecento” En otro, había guardado los modales y apretado “rozloučení” “agur” y “búcsú” Era pues, un sinfín de corpóreas palabras desbordando vidrios. En otro pequeño, por alguna razón que ahora no recordaba, o sí, quien sabe, había tres palabras inconexas “cereza” “polvo” y “silla” llegadas del mundo imaginario de los cuentos. Hoy, ensimismado, quería liberar alguna. Pensamientos de palabras presas que se habían agolpado en sus pesares, y decidido a dar rienda suelta para que por un día, quizá una eternidad, algunas palabras flotaran. Quiso convertir “Besos” en “Versos” y que aparejadas disfrutaran... Quiso liberar “caricia” para evocar alguna piel; escapada, sin permiso “enamorarse” tomo posesión de su propia conciencia. Observó cada una de ellas, revoloteando entre cajas de libros amontonados, entre huecos de luz y cortinas, entre muebles atestados de papeles. “Libertad” susurró... Él, el Guardián de las Palabras, dejó de preocuparse por ellas, para que fueran ellas, infinitas las significantes, las importantes, las extraordinarias. Aletargado por tanto movimiento, se dejó caer, vencido por fascinación en un polvoriento escabel. Allí acomodado, respiró. Cerró los ojos... Pensó en aquella nueva palabra que había cercenado su pecho y necesitaba sin demora sacar de su alma... Susurró... una y otra vez... pronunciando con cuidado aquellas letras... y ahí, delante, de nuevo, volátil y sólida...apareció aquella palabra...

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