“¿Qué se ve desde tú ventana?”
Después de un pequeño momento de silencio, volvió a
preguntar con insistencia.
“Dime ¿Qué se ve desde la ventana?
El silencio había sido el hecho físico de una reflexión:
mentir o no.
“Veo el mar”
Otro momento de silencio amparó aquella respuesta.
“A ti te gusta el mar”
Aunque no podían verse, ambos sonreían.
El ruido de los coches al pasar podría semejarse, cerrando
los ojos, y añadiendo un poco de imaginación, al romper de las olas en algún
lugar. El sonido de la ciudad, podría ser la brisa rozando la superficie de aquel
océano remoto. Los sonidos de la calle podrían, si quisiéramos, ser el bullicio
de las playas en verano.
“Desde mi ventana sólo veo casas”
Ahora desde esa ventana se veían pocas casas, pocas cosas.
La noche impedía ver nada más. Destellos de farolas quizá. Silencio oscuro de
la luna cubierta. No podía imaginar nada porque de todo tenía una imagen real.
Todo estaba allí.
“Ayer recordé una frase”
Como si las conversaciones fueran fluidas. Así se movían los
sonidos metálicos que hacían inexistentes las distancias pero eternos esos
silencios.
“No se ve lo que es importante”
De nuevo las sonrisas se dibujaron en la ignorancia de no
poder disfrutarlas.
Ahora, al mirar ambos por sus ventanas oscuras, negras,
nocturnas lo que percibían con claridad eran sus propios reflejos pensando que
se estaban mirando, aunque ellos no pudieran verse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario