Releer. Este he escuchado siempre
que es el primer ejercicio del escritor. Leer una y otra vez las ideas que se
escriben para buscar las palabras que deben dar continuidad y quedar satisfecho
de lo que se ha garabateado. Evidentemente no es mi querencia, lejos estoy de
la pretensión del oficio de la escritura, y dudo que los escritores se sirvan
de máximas o reglas. Aun así es algo que siempre está presente, poco cuesta, la
rutina de la lectura. Gracias a esto me doy cuenta de los temas recurrentes, de
los espacios conocidos y lugares comunes a los que me remito cada vez que
pretendo sacar algunas líneas y termino por saltar de entrada en entrada de lo
ya publicado: la casa, la familia, el tiempo, el amor, la pena, las ideas
felices... Últimamente, a las fechas me remito, el tiempo se alarga entre una y
otra visita al mundo del blog. Quizá no tenga tanto que decir, que escribir, que compartir, o
incluso quizá haya perdido las ganas de compartir nada con todos porque ahora
lo comparto todo de forma más selectiva, íntima, en espacios más pequeños y con
menos retórica. Me consuela que no dejo
de escribir en cierta forma, que el trabajo obligado también tiene ese punto de
necesidad creativa que me hace sentarme con los textos, más ajenos que propios
eso sí, a no cejar en el empeño de la relectura, la escritura, la tachadura y
la cara dura. Paréntesis eternos motivados y auto excusados para abandonar esta
senda. De vez en cuando surgen esas cuatro primeras ideas que anhelamos
convertir en negro sobre blanco, con un tema, con un lema, pero que a la hora
de la verdad son vacuas y cuesta de rellenar con sentido. Gran ejercicio este
de escribir sobre lo que no escribo. Es tarde, estoy cansado, estoy lejos de mi
casa, pero al mismo tiempo en mi propia casa. Lejos de la ciudad, pero dentro
de la tierra, de mi tierra. La familia que queremos dejar allá para estar cerca
duerme, reposa y deja de bullir en la llanura acomodada a otros ritmos. En unas
horas vuelvo, regreso, retorno, respiro. En este afán de añorar acciones, actividades,
recuerdos y formas, llevo conmigo el pensamiento del tiempo: del segundero que
me atormenta en el reloj de cocina. Aquí, desempolvando agendas viejas, y
traspasando apuntes a las nuevas tecnologías, que nos arrastran del papel al
“calendar” de la semana vista al “correo recordatorio” Aquí empezó todo. A
medir el tiempo en páginas, en apuntes de colores para discriminar reuniones,
cumpleaños, fechas e hitos. Recuerdos que se han actualizado estos días, que
nuestro tiempo ya no es nuestro sino de las redes sociales que nos hacen de madre
amantísima recordándonos el cumpleaños de tal o cual familiar putativo.
Yo estoy en ello. Intento actualizar mis cacharros modernos y hacerlos
pareados a mi clásica agenda. Apunta lo que pasa, porque lo que no está escrito
no existe. Así nos va. Vendidos al tiempo egoísta, al tiempo del egocentrismo
que nos hace publicar nuestras fechas de cumpleaños para que todos nos
feliciten. Releo el paso del tiempo, cumpleaños virtual de ese alter ego
literario que me libera cada vez menos, porque cada vez más pienso que siento
que soy más feliz. Releo las historias imaginadas, los pensamientos subversivos
ingeniados de una vida alternativa que
no me interesa. Releo las necesidades que cada momento me demanda. Escribo
ahora, porque tras releer y demandar, mi agenda me dice que hay fechas que
celebrar, y no todo el mundo lo sabe. Amo de mi destino, dueño de las ignotas
imágenes que queremos evocar. Mi agenda dice que el cuatro de abril es mi
cumpleaños y que quizá, por mucho que me disguste celebrarlo de vez en cuando
hay que decirlo para que la gente lo sepa. El tiempo, los tiempos, los mundos,
nos hacen disfrutar de las comodidades de no tener que recordar. La memoria, el
recuerdo, el tiempo... Releer...
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