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La verdad es que había sido relativamente fácil llegar hasta ahí. Al principio, lo complicado fue saber cómo. Luego, más que difícil, trabajoso.
El camino estaba marcado. Le costó un poco dar con ello, pero estaba ahí delante, justo en la punta de sus narices: en la literatura, en el arte, en casi todo. Si al Cielo se llegaba por la virtud, al Infierno se llegaría por los vicios, o al menos por los más importantes, los siete más importantes.
“Estamos apañados”
Había que reconocer que caer en los Siete Pecados Capitales, uno detrás de otro, era bastante más placentero que la vida de restricciones que había llevado. Al menos hasta hace unos días.
La Gula sería lo primero. La gula habla de los excesos en general, no como habitualmente se piensa sólo en el comer. Se trataba de caer en el exceso del vicio, y necesitaba una ayuda, un estímulo: la ginebra.
“Un ángel borracho” Lo pensó mientras se reía sin poder evitarlo de las pintas del camarero, atónito a la cantidad de copas que llevaba. Salió tambaleándose de aquel tugurio a duras penas. No anduvo mucho. Tenía prisa y no mucho tiempo. Paró ante la puerta de un local que prometía bastante: “Edén” ¿Sería una señal?
“Si lo conocieran de verdad, no se les ocurriría poner su nombre”
Un local oscuro, lleno de luces de neón esforzándose por encenderse, chicas medio desnudas aguantando sobes de borrachos trajeados, y hombres con pinta de matón de película italiana. No tendría que moverse de allí para completar el camino.
Lujuria, Envidia, Ira, Soberbia, Avaricia y Pereza. Cada uno de ellos se reflejaba en las caras de todas esas personas. Incluso en la suya propia, devuelta por los espejos que adornaban cada rincón, y que no hacía más que recordarle hasta donde estaba dispuesto a llegar, y lo que debería pagar por ello. Estaba seguro que todos los demonios del mundo estaba ahora mismo apostando a si sería capaz o no, de hacer aquello, de dejarse arrastrar, de ver como El no hacía nada por intentar salvarle. Y se reían a más no poder.
Los maldijo a todos. Estaba hecho. Se giró y lanzó su vaso contra aquellos espejos, rompiéndolos en mil pedazos y provocando que todo el mundo se girara a contemplarle, a admirarle, a temerle, a desearle…
Cuando abrió los ojos ya no estaba allí. No recordaba mucho, la resaca lo acompañaba y no parecía tener muchas ganas de abandonarle. Un revuelo en aquel bar, un par de chicas a las que subió a una de las habitaciones, más golpes y salir apaleado a un callejón por no querer pagar. No creía que fuese verdad lo que veía ahora
Allí estaban ante él, como si fuera una broma pesada de algún profesor de arte: La Porte de l`Enfer…
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