lunes, 24 de mayo de 2010

3.El aire huele a ti

“¿Cómo dices?”

“¿Qué?”

“Deseo, dijiste deseo...”

“Nada, nada. Pensaba en voz alta”

Un túnel hizo de ángel y me salvo de aquella situación tan extraña: “Extraños en un tren”…

El sueño me vencía, pero esta vez quería resistir. Es la sensación en la cual tememos dormir y despertar solos, como cada mañana. Entonces llegó.

Un aroma. Un olor, una sensación en el aire que me hizo levantar de nuevo la vista hacia ella. Como en una pequeña corriente de aire, un olor dulzón... Había oído que uno de los síntomas del amor era la capacidad para reconocer olores y aromas. Siempre me ha gustado mucho identificarlos en las personas con las que he estado, como una seña de identidad, como la prueba de que realmente eran esa gente. Eran realmente ellas...

Patrick Süskind es autor de un libro llamado “El perfume” dicen que es muy bueno, pero a mi no me gustó. Tal vez deba releerlo. Cuenta la historia de un asesino obsesionado con un olor, un aroma, algo muy especial. Es la vida de un genio de la Francia del siglo XVIII, que tiene un sentido del olfato único lo cual le convierte en el mejor maestro elaborador de perfumes. Como en todas estas historias, el genio no es precisamente un príncipe azul, y precisa de sus perfumes secretos para conseguir los favores cortesanos; perfumes elaborados con...

Así, recordándolo tal cronista de cualquier editorial sonaba hasta interesante.

Pues sí. El ultimo aroma que se despertaba cerca de mi era el del tabaco, y ahora volvía a pensar en aquel olor... Recuerdo que cuando tenía dieciséis, diecisiete años, (y durante algunos más) acompañaba a mi novia a su casa, nos despedíamos y regresaba manos en los bolsillos pensando en ella, recordando ese aroma tan suyo. Después llegaron otras, unas sin embargo no tenían un aroma propio, aunque si recordaba alguno de los que me hacían recordarlas... como algo indefinido. Creo que era desorden a lo que me recordaba, aroma de sus vidas, y un poco la mía entonces... a juventud, a tabaco, a frutas, a perfumes, a piel…

Cuanto lo echaba de menos...

Se levantó y se llegó a la ventana para cerrarla del todo.

“¿Te importa si la cierro? Tengo un poco de frío”

Ni fui capaz de contestar. Asentí con gesto de indiferencia, o conformidad, o razón o lo que fuese. Ahora, un poquito más cerca era capaz de reconocer algo más, y me sonreí por la niñería.

“Es Azul ¿verdad?”

“¿Qué?”

“No, nada. La colonia, se llama Azul, ¿verdad?”

“¿Eh? ¡Ah, si! Bueno, siempre llevo algún bote en el bolso, y… ¿vaya olfato, no?”

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