sábado, 6 de noviembre de 2010

15.

Una “paradoja” es una idea extraña, opuesta a lo que se considera verdadero, o a la opinión general. Lo “irónico” es dar a entender lo contrario de lo que se dice… Estoy discutiendo conmigo mismo… el agua de la ducha cae muy caliente, me gusta; me gusta el agua caliente de la ducha. Sin embargo soy incapaz de comer o saborear un plato de comida caliente. Discuto conmigo mismo de si esta reflexión mañanera es paradójica o irónica… el agua sigue su curso ajena a estas tonterías tan tempranas. Me gusta el agua muy caliente de la ducha, mientras cierro los ojos y casi me duermo bajo el grifo. No suelo disfrutar de la ducha. Es un paso necesario para arrancar, para salir de casa, no un placer por sí misma. Delante del armario, mojado, aún decido que ropa ponerme. Estoy buscando mi uniforme del día. Noto que gotea mi pelo. Me visto y salgo de casa. Es temprano, al cerrar la puerta escucho también a la vecina que se marcha. Es muy temprano. Lo pienso porque sólo he visto a mi vecina cuando sale tan temprano. Bajo detrás. Lleva su uniforme de secretaria, o de administrativa, o de directora de banco. Viste bien, pero no huele a nada. Es temprano, las calles ya están bulliciosas. El café en el bar de la esquina, lo de siempre. Muchos uniformes aquí: el del electricista, el de pintor, el de perdido por el barrio, el del conductor de autobús, el del jubilado con carajillo. Mi metro sale tarde, y el andén ha ido llenándose. Delante de mí una chica lleva un uniforme de estudiante, con sus complementos a juego. En las siguientes paradas se le incorporan mas uniformadas. Empiezo a elucubrar que son de la misma empresa, todas llevan el mismo uniforme. Más allá veo dos uniformados de uniforme. Serios. Parece que ser miembro de los cuerpos de seguridad de la República del Metro, les da mucho empaque y no vale con uniformarse, también hay que poner cara de “ser la ley” No me gustan, me dan miedo. Pienso en el exceso de peso de sus uniformes y en lo que piensan que son sin serlo. Vuelvo a discutirme por tener unas ideas preconcebidas y estrechas. Al bajarme tropiezo con un grupo de jóvenes uniformados de bailarines de “fama” Es el complemento que me falta, lo visualizo: necesito una gorra grande, llevarla mal puesta y seguro que ya puedo bailar. Dudo. Acabo de ver subir a mi bus urbano a una chica uniformada de “cristinarosenvinge” Mi duda viene al cavilar si esa chica sabrá a quien le ha robado el traje y dudo al pensar si ella pensará en su originalidad, o en su estilo, o en su trabajo, o su novio, o en sus amigas, o en llamar la atención. Vuelvo a mi casa. Veo con gracia dos mujeres uniformadas de chándal y perro, a paso ligero, y me acuerdo de las personas y gentes de mi pueblo, uniformadas de “hermanejos y hermanejas” Me sonrío. Añado una nota mental: esto no lo va a entender nadie que no sea “del pueblo”. Vuelvo a subir a casa, tras una mañana infructuosa, aciaga, triste, deprimente, y larga. Me vuelvo a ver reflejado en el espejo más grande. Quizá fue que me equivoque al elegir mi uniforme para hoy. Me desnudo. Me vuelvo a la ducha. Ahora no tengo prisa, sólo estoy cansado y acalorado, y necesito liberarme de mi uniforme vital, casi de mi disfraz de buscador de cosas y observador de entes. Me gusta el agua caliente ablandando mi cuello. La toalla sigue húmeda. Esta toalla no seca. Desnudo otra vez delante del mismo armario, cambio mi uniforme para volver a salir a la calle, a otra cosa, a otra vida. Nos fijamos en los uniformes de los demás sin percibir nuestro propio disfraz.

Que paradójico… o que irónico… o que estúpido…

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