Está siendo un verano extraño, mucho menos movido que lo que se preveía en el aquel lejano mes de mayo. Madrid me resguarda entre sus paredes. Al menos existen en mis rutas diarias tres o cuatro sitios donde el aire acondicionado da un respiro al mes de agosto.
Vuelvo a no dormir nada bien. Me hago mayor, y ahora mis ratos de desvelos y vueltas vienen acompañados de un dolor de cabeza machacante y resacoso. Doy vueltas en la cama, en el sofá, en la silla. El calor silencioso se apodera de mí. A veces me siento en el sillón junto a la ventana, para leer o simplemente para estar ahí a la luz, y noto como la piel se tiene que acostumbrar a los cambios de temperatura, mientras mi cuerpo se retuerce de calor. Las gotas de sudor me empujan a la ducha, al refresco vital, para no hacer nadad más. Mientras ese compañero silencioso que me he buscado en forma de golpeo incesante en mi cerebro, lucha por no abandonarme a pesar de mis esfuerzos. Me duele. Mucho.
A pesar de lo poco que consigo dormir en estos días, de vez en cuando, el cuerpo que es soberano, y hace que caiga rendido a deshoras. Sueño. Algunas cosas son recurrentes. Sueño muchas veces con un coche, con un viaje. Sueño con encuentros en cafeterías. Charlas metafísicas con gentes que ni siquiera conozco. Otras veces con amigos, amigas, conocidos, compañeros. Largas palabras que parece que van arreglar el mundo.
También sueño con médicos. Con una operación. Con un quirófano. Mi cabeza somatiza en sueños mis dolores y me hace andar de consultorio en consultorio. Últimamente, además, estos sueños se entremezclan con otras ideas. Más lúgubres, menos sanas. Que me hacen despertarme extraño. No son pesadillas, no son malos sueños; simplemente son historias que se revuelven con mis dolores y con mis miserias. Será por eso que no quiera mi alma dormir, para no ver esas historias recurrentes y repetitivas. Sueños de siestas tempraneras que apuran el medio día. Sueño con operaciones que me abren e pecho para reparar mi corazón y resulta que no está donde debe. Sueño con puntadas de hilo negro que cierran cada herida. Sueño con reflejos de espejos que me muestran lo que pasa en mi sueño, como si lo viviera en tercera persona. Sueños. Sueños son, dicen.
Despierto de estas siestas o malas noches empapado, babeante, dolorido, y sin tener nada claro las razones ni motivos. Dichoso calor que me aprieta, que envenena mis sueños.
Está siendo un verano extraño, que me hace llevar, como dicen en mi tierra, “muchos cortes” y como se suele decir, “quien mucho aprieta poco abarca” Madrid me aguarda, pero me emperezo vitalmente. Miro la calle, la casa, el rumbo y el destino. Busco como refrescarme para sentarme delante del teclado y no decir nada, sólo porque hace calor y me duele la cabeza. Supongo que las ventajas del tiempo estival son que nadie pide cuentas ni rendimientos especiales, que todos están de vacaciones y no hay que forzar la máquina, o al menos es lo que creo.
Tengo sueño, otra vez…
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