martes, 1 de noviembre de 2011

Quien lo probó lo sabé.

El frio hizo que se despertase. Una conversación en sordina, una discusión de voces ininteligibles, ayudaban a empezar a espabilarle junto aquel escalofrío. Estaba tumbado. Ahora había conseguido abrir un poco los ojos para ver un techo negro, aséptico, con unos fluorescentes para la iluminación. Las manos estaban entumecidas. Le dolía la cabeza. Ahora también recordaba que le habían pegado un tiro entre ojo y ojo. Intentó llevarse una mano a la cara, a la fuente del dolor, pero los músculos no les respondieron. Un pequeño gimoteo fue lo único que consiguió sacar de aquel titánico esfuerzo. El gruñido fue suficiente para silenciar la discusión de aquellas voces. Los sonidos vocales se transformaron pasos, sonoros, de dos personas que se asoman a su vista.

“Parece que ya hemos despertado”

Primera sorpresa. Aquel doctor que le atendió hace unas horas, el cual le había proporcionado la dirección estaba allí asomado. Vestía impecablemente de negro. La otra cara asomada no era ninguna sorpresa. De nuevo ella. También vestía de negro, chaqueta y camisa. Elegante.

“¿Qué es esto?”

“No había otra posibilidad”

“¿Estoy muerto y esto es el cielo?” (El doctor y la asesina se miraron y se sonrieron)

“¿El infierno?”

“Está muerto. Cierto. Pero no es el Cielo, ni el Infierno, ni el purgatorio. Digamos que es un momento de pausa. Hemos tenido que operar y…”

“A mí la anestesia local ya me parecía bien… quizá lo del balazo era excesivo ¿no le parece?”

“Sí, bueno, quizá a… (carraspeo del doctor) Eros, se le haya ido la mano con esto de adaptarse a los nuevos tiempos. En fin. Le hemos extirpado el corazón”

“¿Cómo?” Le volvieron las fuerzas para llevarse la mano al pecho y palpar con perplejidad la cicatriz que tenía. De las mismas fuerzas se tocó frente para comprobar una pequeña marca de aquel disparo. “¿Cuánto tiempo llevo aquí?”

“Aquí el tiempo es relativo. Suficiente.”

Un momento de pausa y silencio. De respiraciones y de asimilaciones. Se sentó en la camilla, desnudo, pero sin sentir el frio ya. Ahora podía observar que todas las paredes eran negras, que no había más muebles que un par de sillas y la propia camilla. Una puerta, ninguna ventana, pero era un ambiente elegante, y bien iluminado. Sus interlocutores vestían impecables y lo miraban sin presión.

“Ya no me duele. Ya no lo siento. Nada me oprime, nada me asalta. No hay desasosiego, ni angustia. Me encuentro relajado. Ni siquiera encuentro que esté molesto, ni enfadado con nada ¿de verdad estoy muerto?”

“Cadáver” Quizá la sutileza no era la herramienta que más manejaba ella en su día a día.

Respiró profundamente volviendo a llevar su mano a la cicatriz en forma de cuña que le recorría el pecho. Muchas preguntas se le agolpaban en la cabeza sin tener claro cual debía ser el orden correcto, si es que debían salir con algún orden. Comprobó una vez más cerrando los ojos que todas sus dolencias, que todos sus males parecían haber desaparecido de un plumazo (bueno, y de un plomazo) Vislumbró al fondo de la sala un mueble más, y sobre él parecía descansar su ropa y su libro.

“¿Y ahora? ¿Y por qué? ¿Y quiénes son? ¿Y dónde estoy?” Parecía que de repente se desataba la cólera de las preguntas.

“Todas al tiempo no. Poco a poco lo verá” Empezó a explicar el doctor.

“Cuando sientes esa presión, esa dolencia, ese palpitar en el corazón, percibes que no tiene fin porque la dolencia es infinita. Es dolor puro. Y cuando se llega a ese punto no hay solución, y para los problemas drásticos, soluciones drásticas. Es entonces cuando tienes que darte cuenta que ese corazón que llevas ya no es tuyo, sobra y es un lastre. Nos pasa pocas veces, encontrar alguien con ese dolor tan fuerte. Nosotros causamos ese dolor, y a veces… bueno… si no puedes con tu enemigo… ya sabes… Eros te dirá donde encontar un traje para vestirte.

Y te dará una pistola.

Bienvenido.”

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