domingo, 29 de julio de 2012
Vacaciones santillana 11
Quizá lo mejor de esta situación
sea que aun mantenemos ciertos instintos
animales. Aun en este estado llega la capacidad de hacer una reflexión
profunda; o quizá más que hacerla, recordarla de tantas otras ocasiones. Esas
en las cuales sin saber cómo ni porqué, de esa manera tan diestra amanecemos en
nuestras camas, acoplados y solventes. No tanto por el hecho, sino por la posibilidad
de ello (se complicaba un poco el
pensamiento entre tumbos y paradas para sostenerse en las paredes). Los
animales se mueven instintivamente de un lado a otro, a veces recordando
senderos, a veces dejándose llevar por las corrientes, y otras porque es el
camino aprehendido en el coco de esos bichos y les da la salvación a sus
designios. Así es como nos pasa algunas veces, cuando después de una alcohólica
velada somos capaces de llegar a nuestros destinos, sin saber la forma, y
desafiando a las leyes de la gravedad (parada
técnica para recomponer la mirada). Es pensar que esos bares, “pubs” y
demás antros de mala muerte, no pueden ser de otra forma a estas horas de la
mañana, tuvieran o tuviesen sus propias gravedades y condiciones físicas, de
forma que es cuando decides salir a la calle para retomar el camino de la
decencia y el decoro, comienza a tambalearse el mundo. Los pasos comienzan con
cierta dignidad y linealidad, pero poco a poco esa línea se tuerce, la calle se
dobla y los adoquines, pequeños cabroncetes, se mueven y sobresalen para
ponernos en serias dificultades “equilibrísticas” (creo que el coche en el que me estoy apoyando se mueve). Aún y con
todo eso, estamos hechos de material animal y sabemos que nuestro instinto
primitivo de supervivencia nos hará llegar sanos y salvos a nuestras casas o al
menos lo intentará (ya visualizaba la última esquina para llegar a casa. La cabeza me daba
más vueltas ahora, y los pensamientos etílicos se complicaban). A veces nos
despertamos a medio vestir, o quizá mejor dicho, medio desnudar, porque nuestro
consciente perdió la batalla con el cansancio, con el subconsciente o a saber con
qué cosa, y nos quedamos dormidos agarrados a la camiseta con los pantalones a
medio quitar, sentados en la cama, nos despertamos al pegar una cabezada al
aire, temerosos de rompernos el cuello y que en nuestro epitafio rece “Murió
desnucado y borracho con los pantalones por los tobillos”). Supongo, razonamiento asociado a la ginebra, porque no lo puedo
confirmar, que gracias a esos instintos también nos movemos por la senda vital
que nos atañe, defendiéndonos de las caídas, de los caminos angostos, de las
dificultades al fin y al cabo, que al estar embriagados nos produce distorsión
de la realidad trascendental que nos rodea. Es esa misma sensación. (La cerradura de la puerta parece que no
quiere estarse quieta, y se mueve para no ser violada por la llave, y me
dificulta este paso. Me sujeto al picaporte para no perder el poco equilibrio
que me queda). Muchas historias nos suceden
en nuestro día a día, que distorsionamos, como si de borrachos se tratara y es
nuestro lado animal, el instintivo, el que acaba guiándonos para no perdernos
en el camino. Al entrar, golpeo una
silla, se mueve hace ruido, y me veo en la obligación de chistarle, pensando
que puede escucharme. Por un momento me quedo parado, medio tambaleándome, miro
la silla, y recuerdo que las sillas no escuchan ni hablan ni se mueven solas.
Me rio solo. Miro el reloj, pero no soy capaz de ver las agujas. Con mucha
dificultad subo las escaleras, aguantando como un campeón el estomago revuelto,
la cabeza que se escapa y la dificultad de respirar con naturalidad. Busco el
teléfono para volver a intentar ver la hora. Malditos bares que abren hasta tan
tarde, o tan temprano. Mi instinto por
llegar me acostará, y él mismo, hará que mañana piense en superar otro día.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario