miércoles, 13 de noviembre de 2013

Año Cinco.

Vacío. Ante el folio blanco que me mira. Líneas que se han borrado mil veces y que se han escrito sólo por el deseo de pensar que todo puede estar bien, que se puede seguir otra rutina. Para escribir hay que escribir. No hace mucho tiempo en un viaje en el metro, lo comentaron cerca de mí: “a veces nuestra vida, nuestros pasos, nos llevan a un destino que deseamos, pero tenemos que dejar atrás la creatividad para avanzar. Es un lastre”. La desesperación, el desasosiego, las ganas de tener entre manos esa idea maldita que nos produzca tal desazón que irremediablemente nos lleve al imperativo de alumbrar al mundo. Son lastres. Pero debemos ocupar nuestra cabeza con otras ideas más superficiales, menos íntimas, pero a su vez necesarias (o al menos eso nos hacemos creer) para caminar por esta vida que planteamos. Pasa el tiempo y a veces no se encuentra el momento, ni el espacio, ni la compañía. Pasa el tiempo y parece que no podemos detenernos a desocupar ese pequeño rincón que es aquella idea que es aquel recuerdo. Las ideas son como las enfermedades latentes, esperando un impulso que las haga activarse. Pero tenemos la pólvora mojada. Tenemos que comer, que vestirnos, que entrar y salir, que ser productivos, y quizá, quien sabe, esto sólo sea perder el tiempo. Encontramos en el camino aquella persona que nos ilumina, aquel trabajo que nos despierta, aquel lugar que nos hace respirar, aquellos amigos que nos motivan, y que alimentan el espíritu, pero entonces dejamos de sufrir por el folio en blanco. El tiempo de una palabra a otra que nos mueve para no dejar de pensar en lo importante. Rutinas que por un momento sólo queremos aceptar porque no son más que segundos programados para una vida mejor. Ahora es el momento de los puntos de inflexión, de los retornos y de los caminos escondidos que debemos explorar. Dejar atrás miedos y sombras, y dejarnos arrastrar por nuestra propia corriente. Otra vez. Al menos hasta que volvamos a morir, y tengamos que resucitar como cada vez. Quién sabe si esas muertes no son sino pequeñas pausas, estados de limbo, paradas de emergencia. Hay que usarlas para resucitar, no para desaparecer. El folio en blanco, el cursor de Word que parpadea insistente demandando actividad, el ventilador del ordenador como banda sonora de un silencio que dura demasiado. Lo pienso cada vez, incluso en el día más gris lo he dicho…nunca he dejado de escribir…simplemente he dejado de fluir, he dejado de compartir, he dejado de crear cosas inservibles porque pensaba, creía, apostaba por la creación de cosas que valieran la pena. Que error tan grande no darse cuenta del mínimo esfuerzo que hay que hacer para poder cultivar cada día un poco ese huerto fresco sin abandonar las luchas en las ciudades. A veces nos arropamos de tristeza, de frustración, de auto complacencia para resistir. A veces creemos que el sufrimiento nos guía y nos da fuerzas. Nos mentimos porque es más fácil, porque lo maldito tiene más empaque que lo florido. No sé a dónde voy, ni tengo brújula para mi destino. Seguiré caminos cortos y largos, buscaré a quien acompañar o a quien engañar cuan Lobo a Caperucita; cambiare palabras por deseos y amigos por monedas y rescataré al mundo de su ostracismo… o no… o simplemente recordaré de vez en cuando aquellas batallas imaginarias, con las calles de un pueblo por trinchera, los coches ignorantes por enemigos, y el paraguas por fusil, para saber que las rutinas, que las desesperaciones, la vida que creemos, no puede enterrar indefinidamente las sonrisas y las motivaciones. 

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