Vacío. Ante el folio blanco que
me mira. Líneas que se han borrado mil veces y que se han escrito sólo por el
deseo de pensar que todo puede estar bien, que se puede seguir otra rutina.
Para escribir hay que escribir. No hace mucho tiempo en un viaje en el metro,
lo comentaron cerca de mí: “a veces nuestra vida, nuestros pasos, nos llevan a
un destino que deseamos, pero tenemos que dejar atrás la creatividad para
avanzar. Es un lastre”. La desesperación, el desasosiego, las ganas de tener
entre manos esa idea maldita que nos produzca tal desazón que irremediablemente
nos lleve al imperativo de alumbrar al mundo. Son lastres. Pero debemos ocupar
nuestra cabeza con otras ideas más superficiales, menos íntimas, pero a su vez
necesarias (o al menos eso nos hacemos creer) para caminar por esta vida que
planteamos. Pasa el tiempo y a veces no se encuentra el momento, ni el espacio,
ni la compañía. Pasa el tiempo y parece que no podemos detenernos a desocupar
ese pequeño rincón que es aquella idea que es aquel recuerdo. Las ideas son
como las enfermedades latentes, esperando un impulso que las haga activarse.
Pero tenemos la pólvora mojada. Tenemos que comer, que vestirnos, que entrar y
salir, que ser productivos, y quizá, quien sabe, esto sólo sea perder el
tiempo. Encontramos en el camino aquella persona que nos ilumina, aquel trabajo
que nos despierta, aquel lugar que nos hace respirar, aquellos amigos que nos
motivan, y que alimentan el espíritu, pero entonces dejamos de sufrir por el
folio en blanco. El tiempo de una palabra a otra que nos mueve para no dejar de
pensar en lo importante. Rutinas que por un momento sólo queremos aceptar
porque no son más que segundos programados para una vida mejor. Ahora es el
momento de los puntos de inflexión, de los retornos y de los caminos escondidos
que debemos explorar. Dejar atrás miedos y sombras, y dejarnos arrastrar por
nuestra propia corriente. Otra vez. Al menos hasta que volvamos a morir, y
tengamos que resucitar como cada vez. Quién sabe si esas muertes no son sino
pequeñas pausas, estados de limbo, paradas de emergencia. Hay que usarlas para
resucitar, no para desaparecer. El folio en blanco, el cursor de Word que
parpadea insistente demandando actividad, el ventilador del ordenador como
banda sonora de un silencio que dura demasiado. Lo pienso cada vez, incluso en
el día más gris lo he dicho…nunca he dejado de escribir…simplemente he dejado
de fluir, he dejado de compartir, he dejado de crear cosas inservibles porque
pensaba, creía, apostaba por la creación de cosas que valieran la pena. Que
error tan grande no darse cuenta del mínimo esfuerzo que hay que hacer para
poder cultivar cada día un poco ese huerto fresco sin abandonar las luchas en
las ciudades. A veces nos arropamos de tristeza, de frustración, de auto complacencia
para resistir. A veces creemos que el sufrimiento nos guía y nos da fuerzas.
Nos mentimos porque es más fácil, porque lo maldito tiene más empaque que lo
florido. No sé a dónde voy, ni tengo brújula para mi destino. Seguiré caminos
cortos y largos, buscaré a quien acompañar o a quien engañar cuan Lobo a
Caperucita; cambiare palabras por deseos y amigos por monedas y rescataré al
mundo de su ostracismo… o no… o simplemente recordaré de vez en cuando aquellas
batallas imaginarias, con las calles de un pueblo por trinchera, los coches
ignorantes por enemigos, y el paraguas por fusil, para saber que las rutinas,
que las desesperaciones, la vida que creemos, no puede enterrar indefinidamente
las sonrisas y las motivaciones.
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