Cuando sonó por tercera vez el
segundo despertador de la mesita de la derecha saltó de la cama como un resorte
para correr a la ducha. Revisó la ropa que había dejado preparada la noche
anterior y abrió la ventana para que entrara un poco de aire de la mañana. Se
lavó los dientes, con la pasta de flúor, y después de quitarse el pijama,
doblarlo y dejarlo colocado pulcramente en el tercer cajón, entró a su
agradable agua a 38 grados. Se lavó el pelo, lo enjuagó, volvió a lavárselo, y
se enjabonó de arriba a abajo durante 10 minutos. Después de la animosa ducha
se aclaró y escurrió meticulosamente cada parte de su cuerpo, secándose el pelo,
brazos, torso, piernas y brazos. Salió del baño y se vistió con cuidado desde
los pies a la cabeza. Colocó la toalla, recogió el baño, y cerró la pequeña ventana que evitaba la condensación. Hizo la cama cuidadosamente, colocando cada uno de los elementos en su sitio
habitual: cojines, almohadas, manta, colcha y el edredón térmico de media
densidad. Puso en hora los despertadores y se dirigió a por su primer café, el
de las 7.45 de la mañana. Lo acompañó con un zumo de dos naranjas, con tres
tostadas (dos de mantequilla y una de queso) El café mezcla molido con leche
semi desnatada. Todo preparado mientras escuchaba las noticias en la radio.
Fregó los cacharros del desayuno, recogió la cocina y apagó la radio para
empezar a disponer la jornada laboral; no sin antes pasarse el hilo dental,
lavarse los dientes (ahora con la pasta blanqueadora) y refrescarse con su
elixir bucal sabor menta. Era la hora ya de encender el teléfono. No entendía
muy bien a esas personas que dejaban el teléfono encendido durante la noche.
Mucho menos a las que lo dejaban además en la misma habitación en la que
duermen, no como él, que lo guarda en un cajón en el mueblecito del salón.
Antes de salir a la calle aún tenía un par de cosas que hacer. La primera
recoger la ropa tendida. Toda ropa negra, que es la colada de los miércoles. No
como la de los jueves que es la de color o los martes que es la blanca. Además
cerró la ventana del dormitorio. Por último, ya con todo preparado para salir y
revisadas demás ventanas y luces para no perder energía calórica durante el día,
pasó a la pequeña habitación. Allí pudo ver con tranquilidad que el hombre seguía
inconsciente, y que las heridas de los golpes casi no sangraban. Le aflojó un
poco las cuerdas que lo ataban a la silla, notando entonces que se despertaba.
Los ojos llorosos, hinchados, lo miraban con pena. Comprobó que la cinta que tapaba
su boca aún seguía bien sujeta. Dejó un pequeño resquicio abierto en la ventana
para que la habitación ventilara un poco. Pensó que sería suficiente. Se acercó
al cuerpo desnudo y ensangrentado de aquel hombre para despedirse:
- - No te preocupes mucho. No queda nada. Esta noche
volveré temprano y te mataré.
Cerró la puerta de la pequeña
habitación con llave y la colgó en el cajetín con el resto de llavines. Aun le
quedaban cinco minutos para seguir sus rutinas y salir de casa como siempre a
las 9 de la mañana. Decidió emplear aquel tiempo en colocar los cojines del
sofá, que parecían dispuestos con cierta anarquía. Al salir comprobó la pequeña pizarra colocada
en la puerta, en la cual se recordaba no olvidarse de: llaves, documentación y teléfono.
Ya en el rellano, mientras esperaba al ascensor, volvió a palparse los
bolsillos para comprobar que todo estaba en su sitio y poder cerrar con la
seguridad de no dejarse nada importante dentro. Bajó a la calle y comprobó como
el restaurante chino de la esquina había vuelto a dejarle publicidad en el
parabrisas. Lucía el sol. Parece que hoy sería un día bonito.
1 comentario:
Le remato?
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