miércoles, 28 de diciembre de 2011
23.
martes, 29 de noviembre de 2011
22.
de aquello que quieres abandonar, y piensas las razones, motivos, errores y desánimos que te han llevado hasta ahí. Siempre es negativo. Aunque ese cambio sea para positivo, el pasado nunca muere, y siempre nos hace pensar. El futuro tiene esa peculiaridad, la de ser algo misterioso, provocador de miedos y dudas. Nuestros referentes son siempre pasados, nunca presentes y mucho menos futuros. No lo puedo evitar, soy de lágrima fácil, y los recuerdos me matan, lentamente, mientras visualizo el futuro frustrado, me es imposible ver lo incierto, y mucho menos pensar en el regalo del tiempo actual, el presente.
Todo cambia, nada permanece. La felicidad es un agujero muy grande que hay que llenar. Siempre he pensado en la mala utilización de la palabra “feliz” y cada vez me doy más cuenta y me convenzo un poco más, de la imposibilidad de “ser feliz” y busco con más impertinencia el “estar feliz” y pensar que las cosas que entran y salen de ese agujero pareciera como si fueran incompatibles. Acabo sentado, limpiándome las lágrimas de mi mentira. Tengo, conozco, sé de amigos y gente que están completos en sus vidas sin más búsquedas que el poder vivir el día a día de la manera más cómoda posible. La sinceridad más engañosa, la mentira más dolorosa, es la que nos ataca sin darnos cuenta, sin pensar en ello, porque siempre nos miramos a los ojos. Movemos hasta el último rincón de nuestros recuerdos para estar mejor, para conseguir una prosperidad mental que descanse en paz en nuestra cabeza. Músicas, canciones, risas, sonrisas, olores, sensaciones, historias sensacionales clavadas hasta los huesos, por mucho que hayamos querido borrarlas, aun no, aun es pronto. Quizá en otro momento, en otra mente ese razonamiento nos lleve a otro lugar. Sólo cierro cajas llenas. Sólo precinto pasados. Me canso, me fatigo, me duelo. Cuanta relatividad de las cosas pequeñas. Nadie se muere de los recuerdos. Nadie.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Año Tres
A veces voy recordando momentos de los últimos meses, de los últimos días y siempre tengo la misma sensación: el tiempo no pasa; ni tan deprisa, ni tan despacio, ni a veces pasa de ninguna manera. Simplemente son momentos que se colocan unos detrás de otros, y al recordarlos en cierto orden, suman paso de tiempo. A veces recuerdo el tiempo que me siento a escribir y las historias que me voy dejando en el tintero virtual. A veces sólo repaso las cosas escritas pero no publicadas, para medir ese paso de recuerdos. También contemplo todas las ideas que se han ido plasmando en notas e idas y venidas felices para tener manchadas mis hojas. Muchas veces pienso si haber abierto una pequeña ventana es algún motivo para estar contento o alegre o si el uso debe ser frívolo o quizá usar ese espacio como grito silencioso ganado a pulso para decir las cosas que se me pasen por la cabeza. En este último año hemos crecido en formas y fondos, redes sociales, balcones abiertos a lanzar alaridos sin saber muy bien quien los escuchará. Ahora podemos dejar nuestros caracteres diseminados como onanistas literarios, sin miedo, amparados en la profilaxis cibernética anónima. Ahora estamos en la primera gran fase, el primer escalón de ascenso a un puesto mejor, estamos en nuestro primer trienio de experiencia y ahora podemos empezar a cobrar un plus por todas las letras y todas las frases, y sobre todo, por todas las tonterías que voy escribiendo de vez en cuando. Sólo queda saber en qué gastarse tal ingente cantidad de dinero. En estos últimos trescientos sesenta y cinco días han venido ideas y se han marchado pensamientos, tristezas y alegrías que de esas que viene y van sin medirse. Se han encontrado nuevos caminos, nuevas formas y fórmulas, nuevos sentimientos y sentidos que se mueven, creo que siempre sumando en esa búsqueda del saber, sin saber muy bien hacia donde caminamos, sin dejar de mirar el camino andado, sin poder olvidar el tiempo pasado, ni pensar en si fue mejor o peor, simplemente disfrutándolo, al igual que las propias experiencias. Estaciones de recuerdos vividos e intensos, de esas personas, de esas dimensiones, de esas nuevas vidas que han aparecido entre estas líneas y que seguro llenarán nuevos y grandiosos espacios. A veces el tiempo pasa mucho más deprisa cuando miramos para atrás y nos damos cuenta de la gran cantidad de cosas que hemos sido capaces de hacer en un espacio de días o incluso de horas, sin lamentarnos de los otros espacios o tiempos o personas que dejamos. Creo que es importante no perder las referencias, no perder los rumbos, pero creo con cierta fe, que la contabilidad humana que hacemos de ese tiempo no sirve mas que para cubrir nuestros miedos y ayudarnos a valorar las cosas que tememos. Lo que nos cuesta mucho tiempo parece mas valioso que aquello que logramos en menos. Ese esfuerzo medido en segundos parece mucho mas brillante que aquel otro, aunque la felicidad sea la misma. El tiempo es importante, y así medimos nuestras vidas, pero no hagamos de esto mas que hechos anecdóticos; porque siempre será mas bonito medir nuestra vida en amigos, en espacios, en personas, e incluso en besos.
Tres años de besos...
sábado, 12 de noviembre de 2011
Orgia.
martes, 1 de noviembre de 2011
Quien lo probó lo sabé.
lunes, 31 de octubre de 2011
Dar la vida y el alma a un desengaño.
Las miradas se cruzaron como en un duelo de aquel formidable “far west”.
Y entonces comenzó una escena irrepetible…
(Rellano de un entrepiso, Él está sorprendido ante la persona que le ha abierto la puerta; ella, sujetando la puerta aún, se sonríe ante el hecho. La bombilla titila cual película de suspense de carretera)
El.- (extremadamente alterado) ¿Tú?
Ella.- (con una sobrada solvencia) Elemental Querido Watson….
El.- (con aplomo) Sherlock nunca dijo eso en las novelas.
Ella.- ¿Que?
El.- Que és una frase popular que la gente dice, pero que Sherlock Holmes no dijo nunca en los libros.
Ella.- Eres un listillo.
El- Sí, me lo dicen mucho.
(Se produce una pausa incómoda. Ninguno de los dos aparentemente sabe cómo dar el segundo paso. Parecen tímidos, pero no és más que una pose, ya que ambos tienen claro cuál es el paso a seguir)
El.- Entonces…
Ella.- (casi simultáneamente) ¿Si?
El.- ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué estás haciendo tú aquí? ¿Quién eres?
(Pausa. Ella baja tímidamente la cabeza… las manos de ella bajan a su propia espalda, escondiéndose, tímidamente también. Cuanta timidez)
Ella.- No deberías querer saber tantas cosas. Hay cosas que es mejor no saberlas.
El.- Yo sólo... Es por mí… me duele y… (Llevándose la mano al pecho, acusando un fuerte dolor)
Ella.- Quizá entonces tenga el remedio.
El.- ¿Y para eso tanta intriga?
Ella.- Correcto (y casi simultaneando la acción con la palabra, saca desde su espalda una pistola, concretamente una Remington, la cual amartilla parsimoniosamente, y acto seguido tras apuntar ente ceja y ceja, dispara certeramente, haciendo caer el cuerpo de él sobre el suelo, supuestamente frio del rellano)
Ella.- (Mirando el cuerpo inerte y la pistola humeante) A veces la sanación requiere medidas más drásticas que el propio dolor para dejar de sufrir.
Una escena irrepetible es aquella que no se puede repetir nunca más…
martes, 11 de octubre de 2011
21.
No hay duda, no voy a descubrirla piedra filosofal diciendo aquello de “somos animales” Pero es cierto, y cada día más, y cada día lo miro desde diferentes ópticas. No me gustan, o al menos no me gustan las mascotas. Quizá sea el lado más insensible que tengo, si acaso que no te gusten los perros puede llamarse ser insensible, o que me produzca la misma ternura un gato que una maceta. Este razonamiento es un poco triste. A veces pienso que es muy triste mi vida, que pensar en un ser vivo al que tengo que cuidar porque no se puede valer por sí mismo, encerrado entre mis cuatro paredes, sin posibilidad de aprender, de evolucionar a una vida donde pueda valerse con independencia (gran diferencia de tener un niño…) y evidentemente, el propio egoísmo: que un bicho no es igual que un hijo (por mucho que algunas personas quieran a sus mascotas más que a sí mismas)Creo que es mucho mejor la honestidad con uno mismo para saber que no podemos ocuparnos de otros que no seamos nosotros mismos. Quizá sea egoísmo, o es posible que sea más bien lo contrario.
En estos días me he encontrado con dos cosas, que me han llevado a reflexionar, a pensar en los animales, en las personas, en lo que nos rodea con esa capa de pintura. Escuché una frase, de una amiga, que comentaba como parecía que contaba su año, como un “año de perro” haciendo alusión a la intensidad, referenciando la causa de esos siete años perrunos que se viven en un año humano. Unas risas de todos los interlocutores que estábamos ahí. Pero esa semilla se sembró en la cabeza esta tan absurda que a veces tengo. Años de perro, años que pasan por nuestras vidas cargados de tantas cosas, de tantas circunstancias que parece que los hemos vivido de una forma tan intensa que mirando desde adelante, y mirando atrás, juntamos experiencias que otras personas no llegarán a tener en siete años. Vidas tristes, vidas excesivas, vidas intensas. Siempre se ha hablado de la “perra vida” o de una “vida de perros” o incluso de un “día de perros” cuando nos referimos a algo negativo. Mi cigarro se consume en el balcón mientras reflexiono la negatividad mientras miro un perro que pasa mientras suena en la televisión una canción de Juan Perro (es la universal mentira de quien escribe… por cierto, sonaba “No más lágrimas”)
Apago mi cigarro imaginario sonriendo al recordar la otra anécdota animal de la semana. Ayer (Ayer siempre fue mucho más poético que el otro día) en uno de esos días perros sin ganas de esforzarme por comer, decidí pasar por el asador de pollos cercano a mi casa. Como era día de “entre semana” no tenía que esperar colas para pedir medio pollo asado para llevar. Con la diligencia habitual, procedía a servirme el camarero. Trinchar el pollo, llevarlo a la tabla, afilar el cuchillo, partirlo, meterlo en una bolsa y envolverlo en papel de estraza. Mi medio pollo. De repente, al devolver al calentador el resto del asado, se le escapó y recorrió unos metros por la barra del asador. “Está vivo” dije “Quiere ver mundo” contestó. Entonces pensé que esos pollos, los que tienen allí en aquel asador de barrio que los domingos genera colas ingentes de personas en busca de su comida, que puede hacer unos mil pollos asados al mes (datos ofrecidos por la oficina de estadística de “a bulto”) esos pollos, recorren más camino muertos que vivos. Que vivos nacen, crecen (vivan los piensos de crecimiento rápido) y mueren sin ver más allá de su jaula. Una vez preparados salen de sus granjas a las carnicerías, asadores, comercios y mercados alejados de aquel lugar. Aquellos animales “veían” más tierra una vez muertos. Que no nos pase eso nunca…
Me tumbo en el sofá para dormir un poco tras tanta sesuda reflexión, barriga llena, somnolencia de la siesta, y ganas de estar acompañado. Instintos…