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Lo que sostenía aquella mujer era…
“Mal rollo…”
La fusta se movía veloz, susurrando en el aire, amenazadora, con la sabiduría del placentero dolor que causa, y con una sonrisa por acompañante.
La mujer que ahora distinguía no tenía nada que ver con lo que hasta allí había conocido en aquel viaje: de formas increíblemente perfectas, redondas curvas, tersa piel morena y una luminosidad propia que rompía la oscuridad del lugar.
La fusta se movía veloz, administrando la distancia entre ese ser (no podía ser real algo tan aparentemente perfecto) y él. A pesar de esa distancia los ojos azules se distinguían, las facciones claras, marcadas, hermosas, el pelo rubio cayéndole por los hombros. Era la imagen más perfecta de cualquier representación divina: “¡La Virgen…!”
La divinidad, fuese del mundo que fuese, debió haber leído aquel pensamiento, pues su sonrisa se transformo en una carcajada, y una mirada profunda que dijo todo lo contrario: “De Virgen, nada”
La fusta se movía veloz, como indicando en cada momento la dirección a la cual debía dirigirse, la velocidad para moverse y con cuanto cuidado hacerlo. Ella parada sobre sus tacones seguía mostrando aquel cuerpo desnudo, fabricado obviamente sólo para el pecado.
La habitación se había iluminado casi sin darse cuenta. La presencia de aquella mujer había hecho que por un momento olvidara donde se encontraba realmente, dejándolo absorto en un solo pensamiento. Ahora en lo que le había parecido una estancia totalmente vacía se encontraba una cama, y ya podía distinguir al fondo, tenue pero visible, lo que parecía la única puerta de salida.
La fusta se movió veloz, tanto que casi pudo sentirla en su cara, pero lo que hizo fue rozar su camisa, fugaz, dura, precisa, lo justo para romper los primeros botones que la abrochaban. El segundo golpe terminó el trabajo.
Los pasos intimidatorios hicieron que su respiración se acelerara, y que su pulso se acelerara. Estaba tan cerca que podía notar el calor que emanaba de aquella mujer de aquel cuerpo, de aquel pecado en estado puro, que extendió sus manos para sacarle lo que quedaba de la camisa.
La fusta se movía lentamente, acariciándole y llevándolo hasta aquella cama, donde parecía que pasaría lo inevitable, o lo que todos se imaginan que podría pasar, o muchos desearían que pasara, o quien sabe quien no querría que ocurriese…
La fusta se movía…
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