sábado, 23 de julio de 2011

Vacaciones santillana 6

Hay una cosa curiosa que he descubierto hace poco con la escritura. Es un poco tonto, y casi me da vergüenza decirlo. Pero es de esas cosas que son tan obvias que hasta que no te detienes un segundo a pensarlo pasa desapercibido. O al menos a mí me pasaba. Lo que se escribe queda en el recuerdo. Ya lo decían los antiguos, “escrito está” Es una perogrullada de recuerdo, pero es lo que hay. Me asalta esa idea, me paro a verla cuando abro el viejo ordenado. Mi antiguo portátil quedó desde hace un tiempo en casa de mis padres, trueque ventajoso: yo me compro uno nuevo, previa financiación materna, y mi Señora Madre se queda el viejo para sus cosas (sean sus cosas cualesquiera que sean) Así que de vuelta a pasar parte de las vacaciones estivales en el hogar familiar, me reencuentro con la máquina. La abro. Observo y comparo las diferencias con mi nuevo equipo. curioso. Pienso en las viejas máquinas de escribir; de hecho tengo una cerca. De las viejas no, de las antiguas, de esas en las cuales hay casi que golpear el teclado para conseguir que la letra marque la cinta de tinta. En mi casa, bueno en esta casa, que recuerde, debe haber tres máquinas de escribir. Una portátil, muy antigua, cuyo soporte era la base de una maleta que se cerraba con una tapa de color ocre, disponiendo de un asa para su transporte. En aquella escribí mis primeros devaneos pseudo-litearios fuera del papel y el bolígrafo bic. Recuerdo entretenerme más con la cinta de tinta y escribir cosas sin sentido, solo para ver el molde de la letra. Recuerdo que mis primas mayores hacían clase de mecanografía en su casa las mañanas de verano, y yo tenia un libro de cuando franco era cabo con ejercicios que me empeñaba en repetir, sólo para llenar el folio de palabras y pensar que “ya sabía escribir a máquina” Años después llegó por mi casa una máquina de escribir eléctrónica. La revolución silenciosa que no triunfó. Recuerdo que en muchos sitios aun debían usar las antiguas porque aquellas no estaban preparadas para los formularios. Luego el ordenador y las tecnologías evolucionaron demasiado rápido, y las modernas con memoria "y toda la pesca" solo quedaron para jugar y entretenerse leyendo las instrucciones. Acabaron en el armario de las cosas que se quedaron a medio camino, como el “laser disc” “los relojes calculadora” o las agendas electrónicas. La tercera máquina llegó como botín de alguna casa abandonada, o reliquia usurpada de algún trastero. Cosas de mi Señor Padre y su gusto por las cosas “con encanto” El verano me trae a mi casa, que ya es una curiosidad en si misma, de fondo y forma. Busco lo que escribí hace un año. Encuentro el viejo ordenador, las viejas máquinas, los escritos que con sólo meses ya son viejos, pero que nos dejan las palabras para la posteridad. Aunque nadie sepa de esa posteridad. Este verano no quiero parar mucho por esta casa. Me encuentro con ganas de llenar mis espacios, mis tiempos y soledades sin estar pendiente de sentirme huésped o habitante de un lugar que nos es el mío. La verdad es que el verano empieza o empezó con maletas que viajan más que yo y que cambian sus destinos y rumbos de su propia suerte, sin contar mucho conmigo. Algún día escribiré sobre las maletas. Así que aun no tengo muy claro que será de estas vacaciones, o forzadas o voluntarias vacaciones. Destinos fluyentes. Fluctuantes me gusta más (seguramente hasta incluso sea más correcto) Lo que escribimos queda ahí, para esclavizarnos los recuerdos y no dejar que los inventemos a nuestro antojo. El teclado duro de este ordenador, polvoriento además, que se pasa el pobre más tiempo cerrado aquí que usado también me recuerda lo que ya está escrito. Quizá sí, quizá escriba demasiadas veces sobre el tiempo…

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