jueves, 19 de agosto de 2010

Vacaciones santillana 2

Si la culpa es mía. Si lo sabía yo ya; desde que le vi la cara al mar. Que no nos llevamos bien. Lo sé yo y lo sabe él. Pues nada: toalla, bañador, cartas, nevera (bocadillos, agua, coca cola, zumos, frutas, napolitanas) sombrilla, raquetas, frisbi, mochila playera (llaves, documentación, teléfono, un libro, dos revistas, una libreta, el autodefinido, el tabaco, dos mecheros y un bolígrafo) esterilla, crema protectora factor 15, 25, 50 y “aftersun”

Allí estaba mirando al mar, retándolo a una batalla sin fin, de la cual solo saldría victorioso uno de los dos. La arena se extendía más de lo que imaginaba. “La marea” dijeron algunas voces entendidas. Así que nos pusimos a caminar. Por alguna extraña razón todo el mundo podía caminar por la arena descalzo menos yo. Todos departían agradablemente sobre sus cosas mientras la batalla se comenzaba a librar, y la arena calentaba más por donde yo pisaba (o algo) haciendo que no pudiera quitarme las chanclas, y luchando para no perderlas en las profundidades de esas pérfidas arenas ardientes. Parecía además que mis compañeros de excursión se compinchaban cruelmente contra mí, porque ninguno de los lugares que a mí me parecían adecuados para establecer el campamento era bien recibido: “aquí” decía yo “no, allí” decían ellos, inmunes a mis penas y pesares. Finalmente establecimos el campamento base lo más cercano al mar que se pudo, teniendo en cuenta que ya era bien entrada la mañana y que los espacios escaseaban. Nos asentamos entre una familia de autóctonos locales, que parecían una tribu del áfrica negra: por ruidosos, por numerosos y por el color: Vergüenza me daba quitarme la camiseta cerca de ellos ¿Cuánto tiempo hay que estar al sol para pillar ese tono? Mi blanco nuclear fosforescente destacaba de sobremanera. Cerca de nosotros, como contra punto, un grupo de orondos “guiris” con un color difuso entre el blanco nórdico y el rojo chamuscado, se untaba de aceite de girasol para continuar con su ritual “vuelta y vuelta”.

Fuera gafas de sol, fuera camiseta, fuera gorra, fuera chanclas. Era el momento. Una vez asentados, estiradas las toallas, plantada y fijada la sombrilla, llegaba la hora de la verdad. Algunos (locos) salieron corriendo a zambullirse sin más, agitando los brazos y voceando improperios. Las olas rompían fuerte, estábamos preparándonos para el encuentro.

Una ola mansa llegó a mis pies. Frio… poco a poco fui adentrándome en el agua… maldición… que friaaaaaaaa… Mis ideas se congelaban, mis brazos y manos se agarrotaban pegados al cuerpo… “Que buena está” gritaban unos y otros (yo por más que miraba no vi ninguna chica digna de tanta alabanza. Luego pensé que se referían al agua, cosa improbable, pensé también) El agua me llegaba a la cintura, aun con las manos arriba. Notaba como algo o algas rozaban mis piernas “no huyas, aun no, resiste”. Mis compañeros se perdían mucho más allá. El viento arreciaba, las olas crecían. Es imposible resistir. Me di la vuelta para salvar mi vida, tuve que detenerme, dos niños (italianos) pasaban con sus flotadores (parece que los italianos desde niños no le temen a la muerte) y ese momento de pausa, ya en retirada fue el que usó el traidor mar para hacer que una ola me arrastrara, dejándome casi moribundo. Ya creía que estaba todo perdido, cuando una señora de edad indefinida, catalana por el acento (quizá de Esplugues del Llobregat) me animaba a seguir en el agua, mientras ella seguía impasible allí dentro. Quise resistir. Pero pensaba que era mejor salir a retomar fuerzas y volver a intentarlo más tarde, con un plan más elaborado. Entonces pasó… una mujer (una buena cristiana seguro) sacaba mis cosas del agua: la marea había subido a traición arrastrando nuestros enseres, mojando mi toalla, empapando mi mochila, e inutilizando mi móvil, seguramente para cortar mis comunicaciones y evitar que pida refuerzos… traidor mar… algún día… algún día podré vengarme… Pero antes… tengo que saber donde quitarme los restos de arena, y por qué razón sólo es a mí al que se le quedan los pies llenos… puedo perder esta batalla… pero… volveré…

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