viernes, 20 de agosto de 2010

Vacaciones santillana 3

Las noches de verano son más extrañas que las de invierno. El calor nos invade en busca de un soplo de aire fresco, pero no conseguimos más que abrirles un hueco a los mosquitos. Ventanas de par en par, las vecinas sentadas en la puerta de la calle “al fresco” sin parar de cacarear su charleta a grito pelado, los insectos que se cuelan, y la música de un chiringuito lejano con la machacona canción del verano de cada dichoso verano. En invierno nos pertrechamos bajo capas de sábanas, mantas y súper edredón, pijamas, y cerramientos de ventanas a prueba de bombas. Menos posibilidades de elementos extraños y externos. Si a todo esto le sumamos el insomnio, la falta de sueño, la dificultad de conciliar el descanso, y una cabeza funcionando con infinidad de tonterías, lo que nos queda es una divertida noche de verano. Ya me imagino yo a Shakespeare dando vueltas en la cama y levantándose a escribir “Sin sueño en otra jodida noche de verano” Luego por cosas de marketing le cambió el título (creo) En fin, si al menos yo escribiera lo mismo, alguna cosa ganaríamos. El caso es que aquí estoy. Sentado en la cama, dándole vueltas a un verano que parece que ha pasado volando, y meditando si no estaría mejor roncando a pierna suelta en vez de pensando estas tontás. Mi cama es muy incómoda. Creo que es la misma cama de hace muchos años. Los pies se me salen por debajo, intento acurrucarme pero el calor me hace estirarme, vuelta a empezar. En teoría, y para la buena verdad, yo no sufro de insomnio. Eso es carencia de sueño y no dormir en plan brutal. Simplemente yo no duermo bien. Pensaba que en las vacaciones cambiando los biorritmos, las rutinas, y esas cosas que se supone que pasan en el pueblo y en los tiempos de ocio, alejados de ruidosas urbes, contaminación y estrés, abandonaría esa mala cosa de no dormir. Enciendo la tele. Vaya, la mujer esa de los horóscopos me coloca en una destacada última posición. Apago la tele y las estrellas, que hasta ellas se me ponen en contra esta noche. Salgo al balcón y observo silencioso como las vecinas comienzan a recogerse en sus casas, los insectos me huyen, y la música del chiringuito varia a las canciones populares de los años 60, versión disco bailable, que al menos no me disgusta. Sopla un poco de aire aquí. Miro al cielo, y veo las estrellas, cercanas, a un estirón del brazo. Identifico las pocas constelaciones que me sé y recuerdo algunas de las leyendas mitológicas de sus componentes…Castor y Pólux… las Osas… poco más… El reloj me dice que son las 3:40 de la mañana, y sereno. Nota mental: eliminar el café. Parece que la calle se tranquiliza y quiere ayudarme, las farolas se apagan. Titilan (que bonita palabra) y mueren. En breves volverán, pero eso me da unos minutos de oscuridad, para ver aun más cerca esas estrellas irrepetibles que tiene el cielo de esta tierra, y para darme un momento más de paz. Saco al balcón el tabaco, y con toda la paciencia del mundo consigo liar el cigarro, a oscuras, con el reflejo lejano de las otras calles que sí están iluminadas. Si me cuesta un mundo liarlo con luz, así es toda una experiencia. Me sonrío… todo se pega… y adquiero vicios que no son míos sólo para no olvidar, para parecer que aun compartimos cigarros. “Si yo no fumo”, me repito entre insulsas caladas. Pienso, medito, o al menos pongo la cara aunque nadie me la vea (la cara) Siento un poco de frio. Noches de verano. Noches de amor efímero. Lanzo el resto del cigarro compitiendo conmigo mismo a ver qué tan lejos puedo lanzar. Un reloj suena a lo lejos, desde otra ventana abierta en busca de un poco de aire. Las farolas amagan con volver a iluminar, quizá sea la señal. Una última mirada a la oscuridad en busca de un momento, de una azotea, de un recuerdo o pensamiento con el cual dormir. Vuelta a la cama. Mi cama es muy incómoda, pequeña y dura. Me soporta. Noto los pies colgando. Busco compañía, pero casi me caigo, la cama no admite más tonterías por hoy. Mañana será otro día, y después vendrá otra noche…

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